«Mi pupila rescata lo que está en la página:
lo blanco a lo blanco y lo negro a lo negro».
Así, el motivo poético de una paloma portadora de un collar alude a una doctrina mística islámica: si bien es cierto que la paloma del alma tiene y es controlada por un «Amo Divino» que dispone de ella (Predestinación), ella será juzgada según sus propios actos (Libre Albedrío). El alma es libre de tejer su propio collar, su propio destino, pero ella no puede alterar la naturaleza misma del Ser que la engendró; si el destino de una gota es retornar al océano, el alma puede renunciar a ser gota para convertirse en océano, pero no puede disponer del océano. Dice Ibn Hazm: «las cosas todas son dádivas suyas (de Dios), ya que nosotros ni siquiera de nosotros mismos disponemos: somos suyos y a El nos encaminamos, pues toda cosa prestada ha de volver a quien la prestó».
Dentro del mismo clima espiritual, Ibn Arabi, siguiéndole los pasos a Ibn Hazm, en su poema místico Tarÿumán al-Ashwaq (“El Intérprete de los deseos ardientes”; cfr. The Tarjumân al-ashwaq, a collection of mystical odes by Muhyi’ddîn ibn al-‘Arabî, editado y traducido por Reynold A. Nicholson, Oriental Translation Fund, New Series, Londres, 1911; véase también Kitab Dhakhâ’ir al-a’lâq, Sharh tarjumân al-ashwâq, Beirut, 1312 H.), revela el significado oculto del collar de la paloma. La paloma, dice, es «el espíritu universal, nacido de Dios y soplado en el hombre. Ella es descrita como portadora de un collar con referencia al convenio que El (Dios) depositó sobre ella». Dentro de un contexto islámico, el Ascenso Celestial (Mi’raÿ) del Profeta Muhammad (BPD), conocido como su Viaje Nocturno (al-Isra’), había establecido su importancia Transhistórica y Ejemplar de toda alma a su Verdad interior. Así, para que el alma fuera «colmada de todo bien» tenía que aprender el «lenguaje de los pájaros», o el lenguaje de los ángeles (Sagrado Corán, Sura 27, Aleya 16), que había sido la lengua del hombre primordial , el Profeta Adán (P) y que David le había enseñando a Salomón, la Paz sea con ellos.
Un tema fundamental en este drama es la tristeza: la enfermedad que padece la paloma del alma en exilio. Tanto la ciencia, la teología, la filosofía y la mística medieval ofrecen diversas perspectivas para comprender la tristeza, todas las vinculan con el amor: tristeza y amor van emparentados, son como dos flores mellizas —dijo una vez un poeta— que han nacido de un mismo tallo. Y si la religión de Muhammad (BPD) supo desarrollar una metafísica de la pena fue, probablemente, como diría Ibn Hazm, porque es sólo mediante la práctica del Islam (o de la Sumisión) que el género humano puede encontrar el Camino de la Unión y gozar de una vida renovada:
«Uno de los aspectos del amor es la unión amorosa, que constituye una sublime fortuna, un grado excelso, un alto escalafón, un feliz augurio; más aun: la vida renovada (al-haiá al-muÿaddada), la existencia perfecta, la alegría perpetua, una gran misericordia de Dios. Si no fuese porque este mundo es una mansión pasajera, llena de congojas y sinsabores, y el paraíso, en cambio, la sede de la recompensa y el seguro de toda malaventura, todavía diríamos que la unión con el amado es la serenidad imperturbable, el gozo sin tacha que lo empañe ni tristeza que lo enturbie, la perfección de los deseos y el colmo de las esperanzas» (Ibn Hazm: El collar de la paloma, O. cit., pág. 181).
La mujer puede ser fuente de concuspicencia o teatro donde el amante contempla los rostros de la Divinidad; el melancólico casto trata de ver más allá de las apariencias y de las envolturas existenciales.
Mientras todo melancólico amoroso es hechizado por la Imagen Bella (Avicena) de una mujer, sólo aquél que tiene conocimiento de causa «se une con ella, y nace el verdadero amor; pero si no distingue tras esa imagen nada afín a sí, su afección no pasa de la forma y se queda en el apetito carnal» (El collar, pág. 105). Cuando el alma se alimenta de la Imagen Ejemplar de la Belleza, el cuerpo debe ayunar porque, como recordaba Ibn Hazm, «El que, estaba ayunando, mira a una mujer hasta el punto de percibir los contornos de su anatomía, rompe el ayuno» (El collar, pág. 271).
Ayuno es abstinencia: castidad de ojos, circuncisión del corazón. «Mi amor» —dice Ibn Hazm— «es como un huésped que hizo alto en mi espíritu: mi carne es su alimento, mi sangre su bebida» (El collar, pág. 226).
El amante pasional que enferma de melancolía. Como un sediento en un desierto, suele ser esclavo del espejismo de la forma y suele terminar confundiendo las apariencias con la realidad. El sediento ve el brillo, pero no todo lo que brilla en el desierto del corazón es el agua que da la vida. Así, para Ibn Arabi, la sed eternamente insatisfecha del melancólico inspirado es, en el fondo, una parábola del deseo ardiente del Dios Incognoscible dentro del hombre:
«Esa imagen, el sediento cree que es agua. Ese juicio se debe a la sed que experimenta: si no tuviese sed no la tomaría por agua, pues el agua es objeto de su necesidad, hacia la cual se siente impelido, por ser lo que encierra el misterio de la vida. Mas cuando el sediento llega donde estaba la imagen, se encuentra que era nada, y al encontrar que era nada, encuentra en sí mismo a Dios, en lugar de agua. De modo que el sediento tendía, movido por los sentidos, al agua, mientras que Dios le hacía dirigirse, mediante el agua, hacia El, sin darse cuenta. Por tanto, astutamente Dios engaña a su siervo… privándole de los auxilios terrenos, para que sólo en El ponga su confianza… y encuentre en sí mismo a Dios, al sentirse privado del agua que se imaginó ver en espejismo puesto que que, al faltarle la ayuda de las criaturas, al cerrársele las puertas de sus deseos, se vuelve hacia Dios… Así obra Dios con sus amigos: los retorna hacia el, de grado y por fuerza» (Ibn Arabi: Fusus al-Hikam, The Wisdom of the Prophets, trad. Titus Burckhardt, Beshara Publications, 1975).
A pesar de los espejismos, sugiere Ibn Arabi, nadie ama más que a su Creador, porque, como decía Ibn Hazm, no hay sitio en el corazón para dos amados, y en asuntos de amor
el que tiene dos religiones es infiel:
«Miente de juro quien pretende amar a dos,
como mintió Manes en sus principios.
No hay sitio en el corazón para dos amados, ni lo que sigue a lo primero es siempre lo segundo. Igual que la razón es una, y no conoce
otro Creador que el Unico, el Clemente, uno es también el corazón y no ama más que a uno, esté lejos o esté cerca. Quien no es así, es suspecto en ley de amor y está distante de la verdadera fe.
La religión no es más que una, la recta y el que tiene dos religiones es infiel» (El collar, pág. 130).
Las concepciones místicas y filosóficas neoplatónicas de Ibn Hazm e Ibn Arabi produjeron el fenómeno del «amor cortés» y «el amor platónico» en la literatura medieval cristiana. Ibn Arabi, por ejemplo, al llegar a la santa ciudad de La Meca en 598/1202 quedó prendado de la belleza y sabiduría de una joven persa llamada Nizam (“Armonía”), la hija del imam Abu Suÿa Zahir Ibn Rostem al-Isfahaní, que le producirá la inspiración para escribir años más tarde el poema místico Tarÿumán al-aswâq (“El Intérprete de los deseos ardientes”).