Según el Islam, la mínima expectativa de los creyentes es que Dios debe ocupar el primer lugar en su corazón, en el sentido de que ningún otro amor puede estar por encima del amor de uno por Dios; Dios debe ser el principal y más elevado objeto de amor. El Corán dice:
«Diles: Si vuestros padres, vuestros hijos, vuestros hermanos, vuestras esposas, vuestros parientes, la hacienda que hayáis adquirido, el comercio cuya ruina temáis y las moradas en que os solazáis os son más queridos que Dios y su Enviado y la lucha por Su causa, aguardad hasta que Dios venga a cumplir su designio; porque Dios no ilumina a los malvados» (9: 24)
Este versículo indica claramente que el amor por Dios tiene que ser superior al amor por cualquier otra cosa que uno ame en esta vida. Esta superioridad se muestra cuando el amor por Dios y por Su religión entra en conflicto con el amor por las pertenencias personales. En este caso, un creyente debe ser capaz de sacrificar sus cosas personales favoritas por la causa de Dios. Por ejemplo, si Dios nos pide que demos nuestras vidas para proteger vidas inocentes, nuestra integridad territorial o algo similar, no debemos dejar que nuestro amor por la vida fácil o por la familia, etc., nos impida luchar por Su Causa.
Por lo tanto, un creyente no es una persona que solamente ama a Dios. Un creyente es una persona cuyo amor por Dios es el amor más fuerte y más sublime que posee. En otra parte, dice el Corán:
«Sin embargo, entre los humanos hay quienes adoptan pariguales en vez de Dios, a los que aman como se ama a Dios, mientras los verdaderos creyentes aman más fervorosamente a Dios…» (2: 165)
¿Por qué debe uno amar a Dios? Según el Islam, una razón para amar a Dios yace en el hecho de que Dios es lo más precioso, lo más perfecto y el más hermoso ser que un hombre puede concebir, y por lo tanto, el hombre, debido a que su naturaleza aspira a la belleza y la perfección, ama a Dios.
Muchos sabios musulmanes, especialmente místicos, han afirmado que todo el mundo siente en su corazón un gran amor por Dios sin necesariamente ser conscientes de eso. Ellos exponen que hasta los incrédulos, quienes solo buscan objetivos o ideales seculares, aman y adoran a Dios en lo que ellos toman como el bien supremo. Por ejemplo, aquellos que quieren tener poder, quieren tener el poder supremo. Llegar a ser alcalde o presidente nunca los satisfará. Inclusive si tuvieran el control de todo el mundo pensarían en cómo llegar a dominar otros planetas. Nada en el mundo puede saciar sus corazones. Tan pronto como las personas alcanzan sus ideales, comprenden que no es suficiente y buscan más. Los místicos islámicos, tales como Ibn Arabi, inspirados por el Corán, creen que la razón detrás de este fenómeno es que todo el mundo, de hecho, busca el bien supremo, es decir, Dios. El Corán dice: «¡Oh humano!, por cierto que te esfuerzas afanosamente (por comparecer) ante tu Señor. ¡Ya le encontrarás!» (84: 6)
Sin embargo, la verdad es que mucha gente se equivoca y no reconocen cual es en realidad el bien supremo. Algunos pueden tomar al dinero como el bien supremo o, en otras palabras, como su dios. Otros pueden tomar al poder político como su dios, y así sucesivamente. El Corán dice: «¿Que te parece quien a divinizado su pasión?» (25: 43)
Si sucede que ellos alcancen lo que han establecido como su ideal, entonces su amor innato por Dios, el bien supremo, quedará sin ser respondido y por lo tanto serán infelices y estarán frustrados. Ibn Arabi dice:
“Nadie más que Dios ha sido amado. Es Dios quien Se ha manifestado Él Mismo en todo lo que es amado a los ojos de aquellos que ama. No existe un ser que no ame. Es por eso, que todo el universo ama y es amado y todos éstos vuelven a Él así como nada ha sido adorado más que Él, ya que todo lo que un siervo (de Dios) ha adorado ha sido a causa del concepto erróneo que tiene de la deidad; de otra forma nunca habría sido adorado. Dios, el Más Elevado, dice (en el Corán): «Tu señor ha decretado que no debéis adorar sino a Él.» (17: 23). Así mismo es el caso del amor. Nadie ha amado otra cosa aparte de su Creador. Sin embargo, Él, el más Sublime, Se ha escondido de ellos detrás del amor por Zainab, Su‘ad, Hind, Layla, dunia (este mundo), el dinero, la posición social y otros aspectos que son amados en el universo.” [1]
Ibn Arabi añade que: “Los místicos nunca han escuchado un poema o alabanza o algo similar que no sea acerca de Él (y Le vieron) mas allá de los velos”.[2]
La otra razón para amar a Dios es corresponder a Su amor y a Sus bendiciones. Existe una literatura muy rica en las fuentes islámicas sobre los aspectos y manifestaciones diferentes del amor y favor de Dios por todos los seres humanos, incluyendo, de una forma, a los malhechores y aquellos que Lo negaron. Los seres humanos aman a quienes les hacen el bien y aprecian tal favor y benevolencia y se sienten obligados a ser agradecidos. Dijo el Profeta:
“Ama a Dios porque Él te ha hecho bien y Él te ha concedido favores”.[3]
Según los hadices islámicos, Dios le dijo tanto a Moisés como a David: “Ámame y gana para Mí la simpatía de Mi pueblo”.[4] Entonces, en respuesta a la pregunta de Moisés y David, de cómo hacer que Dios se gane la simpatía del pueblo, Dios dice: “Recordadles los favores y bondades que les he concedido, porque no recuerdan Mis favores sin el sentimiento de gratitud”.[5]
En una súplica mística, conocida como el Susurro del Agradecido, el Imam Sayyad dice:
“¡Dios mío, el flujo incesante de Tu gracia me ha distraído del hecho de agradecerte!
¡El flujo de Tu bondad me ha dejado incapaz de contar Tus alabanzas!
¡La continuidad de Tus actos de bondad me ha distraído y no te he mencionado en alabanza!
¡El continuo torrente de Tus beneficios me ha impedido propagar la noticia de Tus amables favores!”.