Al-Ándalus II (1010-1232)

Taifas, almorávides y almohades

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Córdoba había alcanzado su máximo esplendor con sus dos primeros califas, Abderrahmán III y su hijo al-Hákam II. Pero a partir de Hisham II todo se tornará confuso e inseguro. El ambicioso y siniestro personaje conocido como Almanzor, aprovechándose de la minoría de edad del califa gobernante y su carácter disoluto, fue acumulando diversas prerrogativas del poder correspondiente al soberano omeya. Sin dejar de ser nunca oficialmente elhaÿibo primer ministro, en realidad Almanzor concentrará casi todo el poder decisorio que correspondía al califa.

Las aceifas de Almanzor La actividad guerrera de Almanzor alcanza su punto culminante en 997, con la aceifa (expedición veraniega de castigo contra los estados cristianos) a Santiago de Compostela.

Utilizando la guerra defensiva de las fronteras musulmanas como el instrumento más eficaz para encubrir su poder ilegítimo y para obtener cuantiosos botines, a partir de 976 ataca incansablemente los territorios cristianos del norte de la península. En once años, hasta 987, emprende 25 campañas , a un promedio de dos por año, aunque en 981 la cifra se elevó a 5 aceifas. Entre las más importantes, destacan la de Cataluña (985), durante la cual saquea Barcelona y, sobre todo, la de Santiago de Compostela. Estos puntos jamás serían alcanzados posteriormente por ningún ejército musulmán y Almanzor no los retuvo, simplemente por la sencilla razón que la islamización del territorio cristiano no estaba en sus planes.

El califato se desmorona y estalla la guerra civil Mientras Almanzor (m. 1002) y su hijo mayor Abd al-Malik (m. 1008) estuvieron al frente de la política, el califato parecía seguro. Sin embargo, su segundo hijo, Abderrahmán (m. 1009), conocido como «Sanchuelo» por los cristianos, aceleró con su falta de tacto, el derrumbe del califato.

En 1008 se hace proclamar por el califa Hisham II como su heredero. Eso desencadena que la población de Córdoba se subleve y una guerra civil estalla abiertamente a partir de 1010; es el proceso de la fítna (división). En la guerra civil lucharán entre sí por el poder cuatro facciones: la nobleza árabe (descendiente de los primeros árabes que llegaron en 711); los andalusíes o muladíes (descendientes de la originaria población de la época visigótica);los saqáliba (en singularsiqlabi, ex esclavos de origen cristiano o extra- peninsular, principalmente eslavos, convertidos en altos funcionarios), y los grupos de soldados bereberes (llamados por Almanzor y sus hijos para servir en las aceifas y para la custodia de sus intereses particulares).

Aprovechándose de una ausencia de Abderrahmán, los sublevados deponen al califa, que abdica en Muhammad Ibn Hisham (15/2/1009). La ciudad de Almanzor y sus sucesores, Medinat al-Zahra (a unos ocho kilómetros al noroeste de Córdoba, bellísimo complejo palaciego de verano construido por Abderrahmán III que podía albergar a más de diez mil personas) es destruida (16/2) y poco después Abderrahmán es asesinado por su guardia personal (3/3/1009).

El triunfo de la aristocracia árabe se traduce en la inmediata persecución de los grupos bereberes. Estos no tardan en responder, y en proclamar califa al omeya Suleimán, con el apoyo de los castellano de Sancho García. Muhammad está respaldado por los saqáliba, y por los condes de Barcelona, Ramón Borrell, y de Urgel, Armengol I.

En menos de dos años, los musulmanes han pasado de ser los árbitros en las disputas entre los cristianos, a tener que solicitar su apoyo para dirimir sus luchas internas. Al-Ándalus se ha convertido —de califato poderoso y con una economía floreciente— en campo de batalla de las diferentes etnias musulmanas, apoyadas astutamente por los reinos cristianos en su propio beneficio. Ninguna de las facciones en pugna logrará un predominio sobre otra. La guerra civil se extenderá hasta 1031.

LAS TAIFAS (1031-1090)

El fenómeno de las autonomías o reinos de taifas (muluk at-tawa’if, de ta’ifa, partido, bandería) del siglo XI, en al-Ándalus, como las que volvieron a ocurrir amitad del siglo XII y a principios del XIII, tuvo entre sus características el dinamismo de la fragmentación, pues el alzamiento local no se cerró en un número fijo, sino que las existentes se fragmentaron a veces, generalmente por conflictos dinásticos internos, como la taifa de Zaragoza (de la que en algún tiempo se desgajaron Calatayud, Tudela, Huesca y Lérida) o en la taifa de Badajoz (de la que se desprendió unos años Lisboa), o por alzamientos: Murcia se independizó relativamente de Sevilla; Sagunto, Jérica y otros enclaves de Valencia. Por otra parte, una taifas se integraron en otras, generalmente por conqusitas (por ejemplo, Sevilla englobó una docena). Así pues, el número de las taifas osciló a lo largo del siglo, siendo las principales las 26 siguientes:

1. Albarracín. La familia de origen bereber, pero ya andalusí, por su arraigo, desde el siglo VIII en la zona de Teruel, de los Banu Razín, de la que un ilustre descendiente Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) se convirtió en presidente de la República Argentina (1868-1874) —véase D.F. Sarmiento: Recuerdos de Provincia, Cap. «Los Albarracines»—, se independizó en su poco extensa taifa, hacia 1013, y logró mantenerse hasta 1104, en que la conquistaron los Almorávides.

2. Algarve. Hoy Faro (capital de la provincia portuguesa de Algarve, del árabe al-Garb, “el Occidente”), donde se independizó Ibn harún, posiblemente un muladí, que rigió su exigua taifa desde 1013 hasta morir en 1042. Su hijo la entregó a Sevilla, en 1051.

3. Algeciras. Puerto principal entre al-Ándalus y el Magreb, lo ocuparon los Hammudíes, califas de Córdoba, entre 1016 y 1026. Lo unieron a su taifa de Málaga, pero una rama familiar se independizó en Algeciras, hacia 1035-1039, y allí se sucedieron dos régulos, hasta su conquista por Sevilla, en 1055.

4. Almería. En las luchas por el poder local, iniciadas allí en los comienzos mismos de la guerra civil, acabó imponiéndose el eslavo Jairán. Con distintos altibajos duró hasta 1091, cuando los Almorávides ocuparon la gran alcazaba almeriense.

5. Alpuente. Situada esta taifa en la franja central de la población bereber. Asentados siglos atrás, como los Albarracín, allí se declararon independientes los bereberes Banu Qasi, desde 1009 hasta 1106, cuando la conquistaron los Almorávides.

6. Arcos. Junto con Carmona, Morón y Ronda, fue una de las cuatro pequeñas taifas de bereberes nuevos que acabaron cayendo en poder de Sevilla, hacia 1068-1069. Los Jizrún, que se alzaron en la taifa de Arcos, eran bereberes Zanata, llegados a la península en tiempos de Almanzor.

7. Badajoz. Al ocurrir la guerra civil, este territorio estaba administrado por un eslavo, llamado Sabur; al morir, en 1022, su principal ayudante, un bereber de antigua familia ya andalusí, Abdallah de los Aftasíes, se impuso en la soberanía de la taifa, inaugurando su propia dinastía, en sucesión de cuatro de sus miembros, hasta que los Almorávides, en 1094, ocuparon en estas tierras, y exterminaron a los Aftasíes, excepto uno, que resitió en Montánchez, hasta refugiarse junto a Alfonso VI (1040-1109).

8. Baleares. El liberto Muyahid, régulo ya de Denia, ocupó estas islas, a finales de 1014. Distinto régulos se sucedieron, hasta que Baleares se declaró independiente, tras la toma de Denia por Zaragoza. En 1114 una coalición catalano-pisana atacó Baleares; acudieron los Almorávides, ocupando aquella taifa en la tardía fecha de 1116.

9. Carmona. Como indicamos, junto a la taifa de Arcos, y otras, esta taifa formaba el cinturón sevillano de pequeños enclaves ocupados por bereberes nuevos, en este caso los Zanata Birzalíes, cuatro de los cuales se sucedieron desde 1013 hasta que el último tuvo que entregar su taifa a Sevilla, en 1066-67.

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10. Córdoba. A partir de 1031 la rigieron los Banu Yahwar, miembros de una poderosa familia árabe asentada en al-Ándalus desde el siglo VIII. En 1070 la conquistó Sevilla. Entre 1075 y 1078, la codiciada Córdoba cayó en poder de Toledo, pero la recuperarpn los sevillanos, hasta la reñida conquista almorávide de 1091.

11. Denia. Se alzó allí Muyahid, liberto de Almanzor y de sus hijos, y parece que oriundo de Cerdeña, que atacó en 1015-16, como también antes había conquistado las Baleares, en clara dimensión mediterránea, en cuyo comercio Denia destacaba. En 1076 esta taifa fue absorbida por Zaragoza, otra de las taifas expansivas.

12. Granada. Las gentes de Granada, hacia 1013, pidieron a los Ziríes que acudieran y les defendieran. Cabila bereber, llegados a al-Ándalus poco tiempo atrás, se mantuvieron al frente de esta importante taifa hasta que los Almorávides en 1090, la ocuparon y destronaron al emir Abdallah, célebre por escribir el gran testimonio de sus Memorias, ya en su exilio magrebí: «El siglo XI en primera persona». Durante esta administración norafricana, descolló el polígrafo judío Samuel Ibn Nagrila (993-1055), visir (ministro) de los soberanos bereberes ziríes de Granada Habús Ibn Maksán (1025-1038) y Badís Ibn Habús (1038-1077).

13. Huelva.En Huelva tomó el poder Izz al-Dawla, de los Bakríes, árabes asentados desde la conquista islámica, a principios del siglo VIII. Hacia 1052, esta taifa fue conquistada por Sevilla.

14. Málaga. Lo mismo que Algeciras, este gran puerto de al-Ándalus fue ocupado por los Hammudíes, príncipes magrebíes que accedieron al califato cordobés, entre 1016 y 1026, Granada conquistó esta taifa en 1056.

15. Mértola. Similares características que Huelva: el poder local andalusí terminó por ser conquista de Sevilla, en 1044-5.

16. Molina de Aragón. En serie con Albarracín y Alpuente, aunque sólo en la segunda mitad del siglo se independizaría de las esferas de Toledo y Zaragoza. Su autonomía la señala el Poema del Cid, señalando allí al alcaide Ben Galbón.

17. Morón. Fue ocupada por los Dammaríes, rama de los bereberes Zanata, oriundos de Túnez y llegados a al-Ándalus en tiempos recientes, para formar en los ejércitos de Almanzor. En 1065-1066 fue anexada por Sevilla.

18. Murcia. Dominada por los saqábila e integrada en la taifa de Almería, entre 1013 y 1038, fue conquistada por Sevilla en 1078 y por los Almorávides en 1091.

19. Niebla. Otra pequeña taifa suroccidental, con Niebla y Gibraleón, y regida por la familia local andalusí de los Yahsubíes. Conquistada por Sevilla en 1053-1054.

20. Ronda. Ocupada por los bereberes nuevo Yafraníes a partir de 1014. Los sevillanos la conquistaron en 1065.

21. Sevilla. La gran taifa expansiva. Allí se estableció la ilustre familia de los Abbadíes. Eran estos Abbadíes de origen árabe. Parece ser que el primer Abbadí era un fugitivo shií de la revolución de Zaid Ibn Husain Ibn Alí contra el poder omeya (cfr. Fouad El- Khouri: Las revoluciones shi’íes en el Islam (660-750), Fundación Argentino Arabe, Buenos Aires, 1983), que llegó a al-Ándalus procedente del Yemen hacia 740. Ante el avance cristiano y la toma de Toledo, Muhammad Ibn Abbad (1039-1095) que se hizo llamar al-Mu’tamid bi-llah (“el apuntalado por Dios”), rey poeta de Sevilla, solicitó el socorro de los Almorávides hacia 1085. Según una fuente musulmana de siglo XIV, al-Hulal, al-Mu’tamid, que tenía conciencia de sus desviaciones y negligencias, habría dicho: «Prefiero cuidar camellos en Africa que cerdos en Castilla». Fue deportado por los Almorávides al Atlas magrebí, a Agmat, donde murió en 1095, cuatro años después que éstos conquistaran Sevilla y desbarataran la amenaza cristiana.

22. Silves. Se alzó independiente un notable local de ascendencia árabe hasta que las tropas de Sevilla la ocuparon hacia 1063.

23. Toledo. Los toledanos recurrieron a un linaje bereber, estabelcido desde el siglo VIII, los Zennún. Fue la primera gran ciudad musulmana en caer en manos cristianas, en mayo de 1085.

24. Tortosa. Desde 1009 a 1060 se sucedieron cuatro régulos saqáliba. En ese último año, al-Muqtadir, soberano de Zaragoza, ocupó Tortosa. Los Almorávides la tomaron en la primera decena del siglo XII.

25. Valencia. Entre 1009 y 1022 los saqáliba dominaron el control de esta estratégica taifa. Luego unos descendientes de Almanzor la rigieron hasta 1065, año que la dominó
Toledo. En 1086, tropas castellanas ayudaron a al-Qadir, ex-rey de Toledo, a entronizarse en Valencia, hasta su asesinato en 1092, tras el alzamiento de sus súbditos encabezados por el alfaquí Ibn Yahhaf, quien rigió la ciudad, equilibrando presiones exteriores del caudillo Rodrigo Díaz de Vivar (1043-1099), el Cid Campeador, por un lado, y de los Almorávides, por otro.Tras duros asedios, el Cid entró en Valencia, en junio de 1094. En 1102, la ocuparon los Almorávides.

26. Zaragoza. En esta taifa se alzó la familia árabe-andalusí de los Tuyibíes hasta 1039, cuando Suleimán Ibn Hud logró ocupar Zaragoza, entronizando su dinastía, los Hudíes, hasta que fueron desplazados por los Almorávides en 1110. Conquistada por los cristianos en 1118.

ESPLENDOR LITERARIO Y PROGRESO CIENTIFICO EN AL-ÁNDALUS DURANTE EL SIGLO XI

La pujanza económica de las «pequeñas Córdobas» o reinos de taifas que surgieron por todo al-Ándalus, a su vez, se tradujo en esplendor literario y progreso científico, debido a que los nuevos gobernantes rivalizaban por tener la supremacía como mecenas de las letras, artes y/o ciencias. Como consecuencia, este siglo XI, puede calificarse como el siglo del crecimiento demográfico, la riqueza, la cultura, la ciencia, la guerra y las divisiones.

MEDICINA
Abulcasis

Uno de los médicos andalusíes más famosos es Abu-l-Qásim al-Zahrawí (936-1013), latinizado Abulcasis. Fue uno de los más grandes cirujanos del Islam y uno de los más importantes de la Europa medieval. Abulcasis fue fìsico en la corte de al-Hakam. Su celebridad radica en su Kitab al-tasrif fi liman aÿaz ‘an al-ta’alif (“Libro de la ayuda para quien carece de habilidad para usar voluminosos tratados”). En el libro se incluye una detallada sección quirúrgica, la primera de su clase, que resume el conocimiento quirúrgico de su tiempo.

Este apartado fue traducido primero en latín por el incansable Gerardo de Cremona, y luego se vertió al provenzal y al hebreo. A mediados del siglo XIV un famoso cirujano francés lo incorporó a su libro. Tuvo muchas ediciones, entre las que se cuentan una de Venecia (1497), otra de Basilea (1541), y la tercera de Oxford (1778). Durante siglos el libro de Abulcasis ha sido texto obligado en las escuelas de medicina de Salerno, Lovaina y Montpellier.

Abulcasis trató por primera vez o puso énfasis especial en la cauterización de las heridas y describió la formación de cálculos en la vejiga. También publicó la necesidad de la
disección y la vivisección. Aspecto destacable del libro del facultativo andalusí eran las ilustraciones de los instrumentos usados por el autor, que sirvieron de modelo en Asia y Europa.

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Avenzoar

Ibn Zuhr, latinizado Avenzoar (1095-1161), andalusí que residió un tiempo en El Cairo, escribió el Kitab al-taysir fi ad-madawat wa-al-tadbir (“Libro que facilita el estudio de la terapéutica y la dieta”), un manual que un siglo más tarde fue traducido al latín consiguiendo una gran difusión, por consejos de su amigo y colega Averroes. En esta obra se describe por primera vez el absceso de periocardio, se recomienda la traqueotomía y la alimentación artificial del esófago. Avenzoar es uno de los primeros médicos en dar la noticia sobre el ácaro que produce la sarna. Eran los tiempos en que en al-Ándalus se había creado un Ministerio de Investigaciones y Sanidad y a los perturbados mentales se los curaba utilizando terapias musicales en hospicios especiales dotados de jardines y fuentes de agua, un nivel aun no alcanzado por la psicoterapia occidental.

Al-Gafiqí

En la primera mitad del siglo XII vivió el oculista Muhammad Ibn Qassum Ibn Aslam al- Gafiqí, que nació cerca de Córdoba y practicó en dicha ciudad. Este fue el autor del Kitab al-murshid fi-l-kuhl (“Guía del oculista”) del que se conserva un manuscrito único en la biblioteca de El Escorial. El tratado está compuesto por seis libros, ocupándose de medicina ocular e higiene de los ojos en los dos últimos, y puede considerarse como un fiel ejemplo de los conocimientos oftalmológicos que llegó a dominar la medicina islámica de la época. El instrumento óptico de dos cristales montados en armadura que se sujeta a las orejas llamado gafas, debe su nombre al inventor, el oculista andalusí al-Gafiqí.

LITERATURA Y TEOLOGIA

Ibn Hazm

Los distintos analistas e investigadores no dejan de señalar que el más grande literato musulmán de todos los tiempos fue el polígrafo andalusí Abu Muhammad Alí Ibn Ahmad Ibn Sa’id Ibn Hazm, nacido en el seno de una familia de muladíes (hispanogodos conversos) de Córdoba en 994. Su vida conoció tres distintos períodos: el primero, desde su nacimiento al golpe de estado cordobés, en 1009, creció a la sombra de la corte, donde su padre Ahmad era visir de Almanzor; el segundo, sufrió y se implicó en los quebrantos de la guerra civil, entre 1009 y 1031, procurando con sus acciones (peleó contra los ziríes y fue hecho prisionero en 1018 en la batalla de Granada) y sus escritos defender a los omeyas; y el tercero, ya en la declarada fragmentación de al-Ándalus en múltiples y anárquicos reinos de taifas, sin aquel califato de Córdoba que, para el corazón y la mente de Ibn Hazm, centraba el esquema del orden, del único admisible, y que vio abolir, sin poder hacer nada, entre 1031 y su muerte, en Montija, Huelva, en 1064.

Ibn Hazm nos dejó un testimonio del elevado rango que tenían las mujeres musulmanas cordobesas: «Yo mismo he observado a las mujeres y he llegado a conocer sus secretos hasta un punto casi incomparable, porque fui criado y crecí entre ellas, sin conocer otra sociedad. Nunca alterné con hombres hasta que fui ya adolescente y me había empezado a despuntar la barba. Fueron las mujeres las que me enseñaron el Corán, me recitaron mucha poesía, me enseñaron la caligrafía».

Convertido en un inquebrantable defensor de los principios del Islam, recorría los reinos de taifas, entreverándose en coléricas disputas, como las que consta mantuvo en Córdoba, Talavera, Almería y, sobre todo, en la isla de Mallorca.

También arremetió contra el abbadí Abbad Ibn Muhammad al-Mu’tadid bi-llah, régulo de la taifa de Sevilla entre 1042-1069. Este hipócrita y cruel reyezuelo se enojó muchísimo con las críticas con que lo apostrofó el polígrafo cordobés y ordenó hacer una hoguera con los libros de Abu Muhammad Alí. Fue entonces cuando Ibn Hazm compuso aquellos famosos versos, citados por el escritor oriundo del arrabal cordobés de Saqunda y radicado en Sevilla, al-Saqundí (m. 1231), en su Risala fi fadl al-Ándalus, traducido por Emilio García Gómez con el título «Elogio del Islam español»:

«Dejaos de quemar pergaminos y vitelas,
y hablad de cosas de ciencia para que vea
la gente quién es el que sabe…
Aunque queméis el papel, no quemaréis
lo que el papel encierra; antes bien,
quedará guardado en mi pecho».

Siempre demostró su orgullo de ser andalusí: «¡Vete en mala hora, oh perla de la China! Me basta a mí con mi rubí de al-Ándalus». Y escribió incluso estas palabras sorprendentes: «Mi Oriente es Occidente».

Ibn Hazm realizó interesantísimos estudios sobre las religiones, sectas y escuelas y tuvo
frecuentes debates con sabios judíos y cristianos sobre la Biblia y el monoteísmo (cfr. Camilla Adang:Muslim Writers on Judaism and the Hebrew Bible. From Ibn Rabban to Ibn Hazm, Leiden, 1996).

Se le atribuyen 400 composiciones, unas 80.000 páginas, no todas conservadas, y sobre muy variados temas: jurídicos (Kitab al-ihkam fi usul al-ahkam”Libro de los principios de los fundamentos jurídicos”), teológicos (Kitab al-fisal ua-l-nihal”Libro de las soluciones divinas”), filosóficos (Kitab al-ajlaq ua-l-sir “Libro de los caracteres de la conducta”), científicos (Kitab fi maratib al-ulum “Libro sobre la clasificación de las ciencias”), históricos y sociológicos (Risala fi fadl al-Ándalus “Tratado sobre la excelencia de al-Ándalus”), sin olvidar su obra maestra, un tratado sobre el amor, Tauq al-hamama «El collar de la paloma. Tratado sobre el Amor y los Amantes», traducido y comentado por el eminente islamólogo español Emilio García Gómez (1905-1995), con un prólogo del filósofo José Ortega y Gasset (1883-1955), y publicado por la Sociedad de Estudios y Publicaciones (Madrid, 1952). Esta obra magnífica consta de un prólogo, treinta capítulos y un epílogo donde se detallan y analizan todas las manifestaciones del amor: desde el profesado al Creador hasta el que se experimenta por los placeres inmundos. En el Capítulo VI (pág. 106) declara Ibn Hazm que el amor es uno, y la verdadera religión es una, y por lo tanto no es posible amar a dos personas diferentes:

«Miente de juro quien pretende amar a dos,
como mintió Manes en sus principios.
No hay sitio en el corazón para dos amados,
ni lo que sigue a lo primero es siempre lo segundo.
Igual que la razón es una, y no conoce
otro Creador que el Unico, el Clemente,
uno es también el corazón y no ama
más que a uno, esté lejos o esté cerca.
Quien no es así, es suspecto en ley de amor
y está distante de la verdadera fe.
La religión no es más que una, la recta,
y el que tiene dos religiones es infiel».

Véase Roger Arnaldez: Grammaire et théologie chez Ibn Hazm de Cordue, J. Vrin, París, 1981; Ramón Mujica Pinilla: El collar de la paloma del alma. Amor sagrado y amor profano en la enseñanza de Ibn Hazm y de Ibn Arabi, Hiperión, Madrid, 1990.

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ASTRONOMIA

Azarquiel

El más famoso de todos los astronomos andalusíes que, a la vez, merece ser considerado como una de las primeras figuras medievales en la materia, es Abu Ibrahim Ibn Yahia al- Naqqás (“el grabador”), llamado entre sus contemporáneos al-Zarqalí, por lo que fue conocido en el mundo latino y la posteridad como Azarquiel. Nacido en Córdoba hacia 1029, muere en Toledo en el 1087, tan sólo dos años después de la conquista de la ciudad por los castellanos. Realizó importantes observaciones astronómicas, que compila en su tratado titulado «Tablas Toledanas». esta obra servirá de base, años más tarde, para la confección de las llamadas Tablas Alfonsíes, realizadas por Alfonso X el Sabio (1221- 1284) y sus colaboradores. Las tablas Toledanas fueron abundantemente traducidas a otros idiomas, desde el original árabe al latín, al romance y al hebreo, entre otros, lo que propició la gran difusión de su trabajo.

Azarquiel fue el inventor en Toledo de la azafea, que simplificó el manejo del astrolabio tradicional e introdujo tal precisión en el cálculo de la latitud que en lo sucesivo permitió a los nautas orientarse en los dos hemisferios (cfr. Roser Puig Aguilar: Los tratados de construcción y uso de la azafea de Azarquiel, AECI, Madrid, 1987).
Hacia 1149, Roberto de Chester, al adaptar las tablas astronómicas de al-Battaní y de Azarquiel, llevó la trigonometría islámica a Inglaterra e introdujo la palabra sinus (seno) en la nueva ciencia. Azarquiel fue también un importante innovador de astrolabios (cfr. José María Millás Vallicrosa: Estudios sobre Azarchiel, Madrid-Granada, 1943-50).

Asimismo, Ibrahim al-Sahlí de Valencia en 1081 construyó el globo celeste más antiguo que se conoce, una esfera de latón de 209 milímetros; en su superficie, en cuarenta y siete constelaciones, había grabada 1.015 estrellas con sus respectivas magnitudes. El antiguo minarete de la Mezquita Mayor de Sevilla, que hoy conocemos como “La Giralda”, hacia 1190 era observatorio a la vez que alminar; allí Ÿabir Ibn Aflah hacía observaciones para su Islar al-Maÿisti o “Corrección del Almagesto”.

Alpetragio
Abu Ishaq Nuruddín al-Bitruÿí al-Isbilí (m. 1204), conocido por los latinos como Alpetragio, natural de Pedroche (cerca de Córdoba), vivía en Sevilla en la segunda mitad del siglo XII. Fue discípulo de Ibn Tufail y amigo de Averroes, y autor de un tratado cosmogónico llamado Kitab fi-l-hai’a, que escribió probablemente, entre 1185 y 1192, y que fue traducido por Miguel Escoto (cfr. B.R. Goldstein: Al-Bitruji: On the Principles of Astronomy, 2 vols., Londres, 1971).

HISTORIA
Ibn al-Kardabús

Aunque muy poco es lo que sabemos sobre el alfaquí e historiador andalusí Abu Marwán
Abd al-Malik al-Tawzari Ibn al-Kardabús (vivió entre la segunda mitad del siglo XII y principios del XIII), podemos precisar que estudió en Alejandría y su vida transcurrió prácticamente en la ciudad de Tawzar (Tozeur) en Ifriqiyya (Tunicia meridional). Su Kitab al-iktifá fi ajbar al-julafá (“Libro de lo suficiente relativo a la historia de los califas”), es una historia general del Islam, desde los tiempos del Profeta (BPD) hasta la época del califa almohade Abu Yusuf Ya’qub al-Mansur (que gobernó entre 1184-1199), el constructor de la torre minarete de la Giralda de Sevilla. Esta obra fue traducida por el profesor Felipe Maíllo Salgado de la Universidad de Salamanca con el títuloHistoria de al- Ándalus (Akal, Madrid, 1993), y en ella encontramos datos interesantes, como el origen shií del general Musa Ibn Nusair (640-717), el primer gobernador de al-Ándalus (ver págs. 56 y 57).

LAS DINASTIAS BEREBERES: ALMORAVIDES (1090-1147) Y ALMOHADES (1147-1232)

Alrededor de 1030 Abdallah Ibn Yassin y algunos bereberes musulmanes de Marruecos emigraron hacia lo que llamaban Bilad as-Sudán y fundaron un ribat (en ár. ermita, convento-fortaleza cuyos habitantes reciben el nombre de al-murabitún, morabitos) en una isla del río Senegal (curso de agua que hoy constituye la frontera entre la República Islámica de Mauritania y Senegal). Hacia 1042 ya contaban con algunos millares de seguidores, bereberes del sur magrebí y negros islamizados, con los que, en 20 años, lograrían controlar todo el territorio entre el Senegal y el Mediterráneo.

El nuevo imperio que crearon fue conocido por su designación primitiva: Almorávide, derivado de al-murabit, o morabito, «el que está de guarnición en un ribat», y se mantendría durante un siglo. Hacia 1070 el líder Yusuf Ibn Tashufín (m. 1106) fundó la ciudad de Marrakesh que sería la capital de la dinastía.

Hacia 1076 los almorávides, con Yusuf Ibn Tashufín a la cabeza, conquistaron el reino sudanés de Ghana-Uagadú, llevando el Islam al centro del Africa En 1086 los almorávides abandonaron Ghana concentrando sus fuerzas para cruzar el estrecho de Gibraltar y desembarcar en España, donde llegaron como aliados de los llamados «reinos de taifas», los restos fragmentados del otrora brillante califato cordobés (929-1010) —ver el documento Al-Ándalus I (711-1010). El califato de Córdoba—. Estos régulos habían pedido su intervención debido a las constantes aceifas cristianas que amenazaban la misma existencia de al-Ándalus.

Yusuf Ibn Tashufín cruzó entonces su ejército a través del estrecho de Gibraltar y con los refuerzos recibidos en Málaga, Granada y Sevilla venció completamente a las fuerzas de Alfonso en la batalla de Zalaca (23 de octubre de 1086), cerca de Badajoz.

Sin embargo, en pocos años los almorávides se convirtieron en los dueños de todos esos estados musulmanes andalusíes, unificándolos con la porción africana del imperio. Véase J. Béraud Villars: Les Tuaregs au Pays du Cid. Les invasions almoravides en Espagne aux XIe. et XIIe. siècles, Livrairie Plon, París, 1946; Jacinto Bosch Vilá: Los almorávides. Historia de Marruecos, Estudio preliminar Emilio Molina López, Editora Marroquí, Tetuán, 1956 (Universidad de Granada, Granada, 1990).

Los Almohades
La cultura hispano-árabe-africana que nació allí se reveló extremadamente rica y creativa, a pesar de los sobresaltos políticos. La creciente debilidad del gobierno almorávide generó un nuevo período de reinos de taifas (que algunos historiadores denominan segundas taifas), el que fue un paréntesis antes de la llegada del poderoso imperio almohade a la Península.

Hacia 1125 los almohades (del ár. al-muahhidún: defensores del Tauhíd, la “Unicidad de Dios”), bereberes del Atlas Central, se levantaron en armas siguiendo la prédica de Muhammad Ibn Abdallah Ibn Tumart (1080-1130) que se proclamó Mahdí «el Bien Guiado» y reprocharon a los almorávides haber resignado los principios islámicos y ser negligentes en la lucha contra los reyes cristianos en al-Ándalus que había provocado la pérdida de importantes ciudades como Zaragoza, Tudela, Lérida, Tortosa, Cuenca, Albarracín y muchas otras. La lucha se prolongó durante 20 años, al cabo de los cuales el último sultán almorávide, Ishaq Ibn Alí, fue derrotado y muerto cerca de Orán (hoy Argelia) en 1147.

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El primer califa almohade, Abd al-Mumin (1094-1163), consolidó su dominación sobre la parte africana del imperio, extendiéndolo a toda Argelia, Túnez, y parte de Libia, al este, y a Mauritania, al sur. Su sucesor, el califa Abu Ya’qub Yusuf (g. 1163-1184) cruzó el estrecho, imponiéndose con facilidad a los divididos emires almorávides en al-Ándalus, en 1165. El imperio almohade adquirió así su máxima extensión, yendo desde el Senegal hasta el Ebro y desde el Atlántico hasta Libia. Sin embargo, su talón de Aquiles era la parte peninsular, donde los ejércitos cristianos ejercían constante presión desde el norte.

Por ineptitudes análogas a las evidenciadas oportunamente por los almorávides —por ejemplo, la incapacidad de movilizar y organizar un gran ejército afro-bereber-andalusí que pudiese erradicar la amenaza cristiana detrás de los Pirineos—, los almohades se dejaron arrinconar por sus enemigos norteños. El 16 de julio de 1212 los almohades sufrieron la primera gran derrota en las Navas de Tolosa (cerca de Jaén) y al-Ándalus se quebró en las llamadas «terceras taifas», que fueron conquistadas por los cristianos una a una: Córdoba en 1236, Valencia en 1238, Sevilla en 1248. Así, el dominio musulmán en la península estuvo a punto de sucumbir sino fuese por el paradójico y admirable surgimiento de la dinastía nazarí de Granada que sobreviviría 280 años (ver el documentoAl-Ándalus III: el sultanato de Granada (1232-1492).

Los almohades se retiraron de la península ibérica y entonces perdieron paulatinamente terreno en el resto de su imperio. En 1269, los bereberes Banu Marín, más conocidos como mariníes o benimerines, ocuparon Marrakesh y pusieron fin al califato almohade. El Magreb ingresó en un período de decadencia, sin embargo, las semillas sembradas durante dos siglos por almorávides y almohades habían fructificado allende el Sahel, y el Islam estaba en el Sudán occidental más vivo que nunca. Véase E. Fagnan: Chronique des Almohades et des Macides atribué a Zarkechi, trad. Francesa, Constantina (Argelia), 1895; A. Huici Miranda: Historia política del imperio almohade, Tetuán, 1956-57.

El mito del Cid

En el contexto de la intervención almoravid en al-Ándalus hay que situar la figura legendaria de Rodrigo Díaz de Vivar, apodado El Cid (del árabe Sidi, señor, como título de reverencia, alcurnia o mérito) Campeador, que vivió entre 1043 y 1099. La figura del Cid ha sido utilizada por diversos historiadores españoles nacionalistas, como don Ramón Menéndez Pidal (1869-1968), para exaltar en este personaje la «encarnación del heroísmo y espíritu caballeresco de la raza», y de acuerdo con el propio Menéndez Pidal «agente heroico de la idea unitaria de España» (cfr. R. Menéndez Pidal: La España del Cid, Madrid, 1947). Nada más lejos de la verdad histórica. Rodrigo Díaz de Vivar nunca fue tal cosa ni mucho menos un idealista sacrificado por la causa del rey Alfonso VI, ni un constructor de los pilares de la unidad nacional hispánica, simplemente porque ese concepto nacionalista no existía por entonces y recién comenzaría a caber en la mente de los españoles y otros europeos a principios del siglo XVIII.

Rodríguez Día de Vivar no fue otra cosa que un mercenario al mejor postor, que empleó sus dotes militares al servicio de los tránsfugas al-Muqtadir y al-Mustaín, taifas zaragozanos, primero, y más tarde a las órdenes de Alfonso VI, a cambio de feudos levantinos, en algunos casos para combatir a los almorávides, y en otros para dirimir ciertas disputas internas. Su carácter, nada magnánimo como presupone el apelativo árabe Cid (“señor virtuoso”) —otorgado por los mencionados reyezuelos de Zaragoza que recibieron sus favores a cambio de metálico contante y sonante—, era parecido al de sus pares, Alvar Fañez y García Ordoñez, conde de Nájera.

El historiador y poeta argentino Luis Franco (1898-1988), oportunamente, hizo una síntesis de ciertos rasgos característicos de Díaz de Vivar que puede llegar a desalentar a aquéllos embriagados de su supuesta grandeza: «Castilla. Un páramo de roca…Tajos y matorrales, casas de piedra, castillos de piedra. Las almas se contagian de su dureza y su rigidez… a su
sombra se crió el Cid, el héroe de Castilla, tipo singularísimo de forajido piadoso que buscaba dinero y fama a la vez. ¿Era posible conseguir esto? Sí; desvalijando a moros y judíos. Bajo su palabra de caballero católico, engañaba con un cofre de piedras a los judíos de Burgos y esto se llamaba servir a la santa causa católica. ¿Busca convertir a los hijos de la Biblia y el Korán? No, le bastaba con desplumarlos. Un día apresa a Valencia, esgrimiendo mejor la mentira que su Tizona, atraco tan fructífero que puede enviar regalos asiáticos al rey, a su mujer y a las monjas.» (Luis Franco: El otro Rosas, Editorial Reconstruir, Buenos Aires, 1956, págs. 17-18).

Igualmente falsa es la leyenda que afirma que aún después de muerto, El Cid entró al campo de batalla montado en su caballo Babieca —sobre un armazón—, al frente de sus tropas, causando el pánico y la huida del ejército almoravid. Esto fue más bien el producto de los desbordes sensibleros del Romancero, las ansias nacionalistas de los españoles y, más tarde, el espíritu comercial de Hollywood con Charlton Heston a la cabeza. Tal hecho jamás sucedió y Díaz de Vivar murió con más pena que gloria, lejos de la contienda (R, Fletcher: The Quest for El Cid, Nueva York, 1990).

Sin embargo, es interesantísimo es investigar y comprobar las múltiples evidencias que prueban las influencias de la épica islámica en el Poema del Mío Cid, especialmente a partir de las investigaciones de los islamólogos y arabistas españoles Francisco Marcos Marín (Estudios épicos: Los árabes y la poesía épica. Universidad de Montréal, Montréal, 1970; Poesía narrativa árabe y épica hispánica, Gredos, Madrid, 1971; ed. F. M. Marín. Poema de Mío Cid, Alhambra, Madrid, 1985), y Álvaro Galmés de Fuentes (Épica árabe y épica castellana, Ariel, Barcelona, 1978), y otros especialistas, como Colin Smith (The Making of the Poema de Mío Cid, Cambridge University Press, Cambridge, 1983); Joseph J. Duggan (The Cantar de Mío Cid: Poetic Creation in its Economic and Social Contexts, Cambridge University Press, Cambridge, 1989); Ana Torrico (Claves del Poema de Mío Cid, Diana, México, 1991); John A. Morrow —Ilyas Islam— (La influencia árabe en el Poema de Mío Cid, Universidad de Toronto, Toronto, 1995).

El historiador español José Camón Aznar (1899-1979) presenta al Cid como la encarnación de la España mozárabe en su resistencia a la europeización. Así se explicarían la oposición del héroe nacional español al rey y a la corte, su lucha contra las pretensiones territoriales de Gregorio VII (papa entre 1073-1085) y sus contactos con los reinos de taifas. La hipótesis, aunque seductora, carece de fundamentos para ser creíble (cfr. J. Camón Aznar:

El Cid, personaje mozárabe, en Revista de Estudios Políticos, XVII, Madrid, 1947, págs. 109-141) Arquitectura almohade Los almohades fueron constructores entusiastas. Primero construyeron para la defensa y rodearon a sus ciudades más importantes con poderosas murallas y torres, como la Torre del Oro, una de un grupo de doce que guardaban el Guadalquivir entre Sevilla y Triana — el barrio de la otra orilla—(cfr. Teodoro Falcón Márquez: La Torre del Oro, Arte Hispalense, Exma.

Diputación Provincial de Sevilla, Sevilla, 1983). Luego erigieron el Alcázar en 1181. El mismo califa Abu Yaqub Yusuf que empezó el Alcázar construyó en 1171 la mezquita mayor de Sevilla, luego destruida por los cristianos victoriosos quienes edificaron en su lugar primero una iglesia (1248) y luego la catedral gótica (1401) que ha llegado hasta nuestros días (cfr. Leopoldo Torres Balbás: La primitiva Mezquita Mayor de Sevilla, revista al-Ándalus No 11, Madrid-Granada, 1946, págs. 425-436).

El califa almohade para celebrar su victoria sobre Alfonso VIII de Castilla en la batalla de Alarcos (julio de 1195), cerca de Ciudad Real, hizo erigir el magnífico alminar de la citada mezquita, torre que hoy conocemos por la Giralda (luego convertida en campanario de la catedral), y que fue terminada en 1198. Su altura durante la época islámica era de 76 metros de altura y el fulgor que despedían al sol las cuatro manzanas de bronce dorado de diámetro decreciente que coronaban el remate de la torre se podía divisar a 20 kilómetros de distancia y servía a los musulmanes de las comarcas aledañas como referencia para sus orientaciones hacia La Meca (cfr. Martín Casariego: La Giralda de Sevilla, Ediciones ZigZag, Madrid, 1989;

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