George Marçais, historiador francés de arte islámico (El arte musulmán, Cátedra, Madrid, 1983, pág. 21).
Surgida en el centro de Arabia, la civilización islámica, por los menos en sus comienzos, le volvió la espalda al mar. Esta actitud no estaba avalada para nada por el Sagrado Corán, donde se lee que «Dios es Quien ha sujetado el mar a vuestro servicio para que las naves lo surquen a una orden Suya para que busquéis Su favor» (Sura 45, Aleya 12; ver también Sura 14, Aleya 32).
Los marinos musulmanes aprendieron de los chinos el arte de navegar con la aguja de marear (una versión náutica de la brújula), para sus grandes viajes, y lo dieron a conocer a los europeos, quienes en el siglo XIV ya la manejaban habitualmente. Los navegantes islámicos también introducen en Europa el timón de codaste, un instrumento imprescindible para la navegación. Este era un sistema de dirección del barco por medio de un timón adosado a la roda de popa. Hasta el momento los barcos eran gobernados por uno o dos remos colocados verticalmente en el costado, hacia popa. Las maniobras con este sistema eran poco fiables, sobre todo con mal tiempo, exigiendo además varias personas para hacer los virajes.
Paralelo al aporte de la brújula, el astrolabio y el timón de codaste, los nautas musulmanes difundieron la «vela latina» (la denominación es equívoca, pues puede hacer suponer que sea de origen latino, cuando en realidad fue un invento de los musulmanes), también conocida como de cuchillo o triangular, más fácilmente orientable, que permitía navegar con viento de costado, mientras las velas más usuales de la época, trapezoidales, exigían para poder navegar el viento de popa, circunstancia ésta que enlentecía sobremanera las singladuras, encareciendo los fletes.
La marina musulmana es una de las grandes desconocidas. Basta ojear algunas enciclopedias y obras de divulgación para comprobar que suele ser habitual en la mayoría de ellas el ignorar el poder naval de la civilización islámica y algunas de las indudables aportaciones que hizo en el campo de la náutica (Véase José Ruiz Vázquez: Influencia de la cultura árabe en las ideas geográficas de Cristóbal Colón, A2JCAI, IHAC, Madrid, 1985, págs. 579-584).
EL PODER NAVAL DE AL-ÁNDALUS
El Islam dispuso de poderosas marinas de guerra, desde principios del siglo IX hasta fines del siglo XVII. Los Aglabíes (siglo IX) y los Fatimíes (siglo X) contaron con poderosas escuadras que surcaron el Mediterráneo sin oposición.
Fernand Braudel, el gran teórico del condicionamiento geográfico, especializado en el Mar Mediterráneo, señala acertadamente que «no parece exagerado el afirmar que fue en el Mediterráneo donde se desarrolló la aventura marítima y mundial del Islam… Hasta el punto que fueron andalusíes los que conquistaron Creta en el año 825; tunecinos los que, entre 827 y 902, se instalaron en Sicilia, que conoció entonces un auge importante. Se convirtió en el corazón del Mediterráneo “sarraceno”, con Palermo, su más bello triunfo urbano, en medio de la Cuenca de Oro, que la irrigación transformará entonces en un jardín del Paraíso. Los musulmanes se instalaron también en diversos puntos de Córcega y de Cerdeña, y, por un corto espacio de tiempo, en Provenza; amenazaron Roma, desembarcando con toda tranquilidad en la desembocadura del Tíber. Se instalaron sólidamente en las Baleares, archipiélago fundamental para las relaciones del Oeste del Mediterráneo, escala que permite hacer viajes directos entre España y Sicilia. “En el Mediterráneo no flota ya ni una tabla cristiana”» (Fernand Braudel: Las civilizaciones actuales. Estudio de historia económica y social, Tecnos, Madrid, 1993. “Lo que enseña la geografía. Tierras y Mares del Islam”, págs. 58-68).
Vikingos en el Guadalquivir
Al-Ándalus contó con poderosas escuadras en Alicante, Almería y Cádiz, y el emir cordobés Abderrahmán II reforzó su flota y construyó un arsenal en Sevilla. Eran los tiempos, en los que «hasta el madero más pequeño que flotaba en el mar pertenecía al Islam» (Ibn Jaldún: Al-Muqaddimah).
Entre 844 y 861 se produjeron varios ataques vikingos (llamados maÿús “magos” por los musulmanes) contra las costas del sur de al-Ándalus. Según el testimonio de historiadores como Ibn Qutíyya, Ibn Hayyán y al-Maqqarí, la marina andalusí causó estragos entre los vikingos, marinos por demás experimentados, utilizando proyectiles incendiarios (niÿam al-naft) y numerosísimos arqueros (ar-rumat). Igualmente, las flotas de aglabíes, fatimíes y otomanos convirtieron durante varios siglos al Mediterráneo en una talasocracia musulmana cuyos detalles llenarían varios volúmenes (cfr. W. Hoenerbach: La navegación omeya en el Mediterráneo y sus consecuencias político-culturales, MEAH, 2, Madrid, 1953, págs. 73-98; Jorge Lirola Delgado: El poder naval de Al-Ándalus en la época del Califato Omeya, Universidad de Granada, Granada, 1993).
Los Hermanos Almagrurinos
Estos y muchos otros adelantos en la ciencia náutica permitieron que ocho hermanos de una familia musulmana de Lisboa, en al-Ándalus (hoy Portugal), llamados al- Mugarribún, latinizados como «los Almagrurinos», zarparan hacia el «Mar de las Tinieblas» (Bahr al-Dulumat) en el año 1013 -379 años antes de Colón-, hacia esa inmensidad también llamada en árabe al-Bahr al-Zafit «Mar de pez negra», al-Bahr al-Ajdar «Mar Verde», al-Bahr al-Garbí “Mar Occidental”, o al-Bahr al-Mudlim al- Muhît «Mar Tenebroso Circundante o Envolvente», al que los griegos denominaran con el adjetivo Atlantikós, que recoge en una ocasión al-Idrisí, al citar a Aristóteles y Arquímedes. Tras más de dos meses de navegación llegaron a la isla de los «hombres rojos». Este hecho tan poco conocido en Occidente fue divulgado por el escritor español Vicente Blasco Ibañez (1867-1928) en su obra En busca del Gran Khan y hace pensar si los hermanos Almagrurinos habrían llegado a tocar en alguna isla oriental de América (cfr. Ibrahim H: Hallar, Descubrimiento de América por los árabes, Buenos Aires, 1959; Varios autores: Al-Ándalus allende el Atlántico, Unesco/El Legado Andalusí, Granada, 1997. Jorge Lirola Delgado: “Aportaciones árabes al desarrollo náutico occidental. La navegación andalusí en el Atlántico”, págs. 51-65).
La marina del Reino Nazarí de Granada
La actividad marítima de los musulmanes de al-Ándalus se manifestó desde finales del siglo VIII, y prosiguió en el IX; se desarrolló en tiempos del emirato y del califato de Córdoba, y se mantuvo con los reyes de taifas. Es la época de la que Ibn Jaldún ha dicho que los cristianos no podían hacer flotar ni siquiera un tablero en el Mediterráneo. El poder naval andalusí declinó luego bajo las dinastías africanas de almorávides y almohades (1090-1238). A principios del siglo XIII los musulmanes de al-Ándalus iban a perder una parte de su supremacía en el mar. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XIII los musulmanes seguían siendo bastantes poderosos en el Estrecho de Gibraltar para poder asegurar el paso de cuerpos expedicionarios entre el Magreb y al-Ándalus. Mantenían el dominio del litoral desde Algeciras hasta Almería. Con ocasión del asedio de Algeciras, doce naves nazaríes fueron equipadas por el sultán Muhammad II (g. 1273-1302) en Almuñecar, en Almería y en Málaga. Combatieron junto a quince naves del sultán mariní Abu Yusuf Yaqub (g. 1256- 1286). En Rabí al-Aual de 678/1279, las unidades musulmanas coaligadas consiguieron derrotar la flota castellana en aguas del Estrecho de Gibraltar.
Precisemos que en cada galera mariní había de trescientos a cuatrocientos hombres, de los cuales doscientos eran arqueros y ballesteros. Cabe pensar que la tripulación de los barcos de guerra granadinos no difería de la de sus homólogos mariníes.
Muhammad V (g. 1354-1359/1362-1391) se preocupó de incrementar la flota del reino de Granada y de aumentar el sueldo de los marinos nazaríes.