El infierno musulmán en la «Divina Comedia»
El Infierno de Dante es, de plano y de perfil, un calco de los libros de Abu-l-’Ala, de Ibn al-’Arabi y de las narraciones de «La escala de Mahoma» o Mi’raÿ. Veamos como Asín Palacios coteja algunas de las múltiples coincidencias de la obra de Abu-l-’Ala con la de Dante: «El viaje al infierno que el peregrino musulmán emprende a continuación… se realiza conforme a un itinerario semejante al de Dante, si bien en orden inverso: Dante, en efecto, visita el infierno antes que el paraíso; Ibn al-Qarih, en cambio, pasa desde el paraíso al
infierno. Dante, al emprender su marcha, ve cerrado el camino por tres fieras, una pantera, un león y una loba (Infierno I, 33-49), y, salvados estos peligros, encuentra a Virgilio (Infierno I, 62), el vate de los poetas clásicos, el príncipe de la epopeya, que le conduce, ante todo, al jardín del limbo, en cuyas verdes praderas habitan los genios de la humanidad, es decir, los sabios y héroes griegos, latinos y árabes; después comienza ya la visita del infierno propiamente dicho. El peregrino musulmán, antes de tropezar con obstáculo alguno, encuentra a Jayta’ur, el vate de los genios (…) Y después de este episodio es cuando los obstáculos cierran el paso del peregrino musulmán. Los reiterados esfuerzos de los dantistas para penetrar en el sentido alegórico, así moral como político, que Dante quiso ocultar bajo el velo de las tres fieras simbólicas que le cierran el paso al emprender su viaje hacia el infierno, han dado de sí centenares de páginas, repletas de erudición e ingeniosa fantasía; pero ninguna hipótesis, de las incontables que se han excogitado para explicar ese célebre episodio dantesco, ofrece al lector un precedente tan típico como el que acabamos de analizar en este viaje musulmán; obsérvese, en efecto, que el peregrino, antes de arribar al infierno, ve también cerrado el paso sucesivamente por dos de las tres mismas fieras que asaltan a Dante en su camino hacia el infierno: un lobo y un león. Diríase, pues, como si el poeta florentino, al aprovechar para el suyo el viaje musulmán, hubiese adaptado este episodio a sus fines alegóricos, añadiendo una pantera al león y al lobo e invirtiendo además el orden en que las fieras se presentan al peregrino» (M. Asín Palacios. O. cit., págs. 106-107).
En el Infierno de Dante nos hundimos de grada en grada, girando siempre sobre la izquierda (Infierno XXIX, 53; XXXI, 82). La diestra no existe en el Infierno musulmán: «Y observemos, ante todo, que sus pasos van siempre en dirección siniestra, sin marchar jamás hacia la derecha. Es un pormenor pintoresco, al parecer trivial, pero al cual los comentaristas de la Divina Comedia han atribuido, con razón, un sentido alegórico. Lo que no parece que hayan advertido es que los místicos musulmanes, y especialmente nuestro murciano Ibn ‘Arabi, enseñaban que para los habitantes del infierno no hay derecha, así como en el cielo no hay izquierda. Y esta afirmación es, además, comentario o glosa de un texto alcoránico, en el que los elegidos caminan hacia el paraíso, guiados por el resplandor de sus propias virtudes, que ilumina sus pasos a mano derecha (Sura 57, Aleya 12; Sura 66, Aleya 8). Del cual pasaje infiere Ibn ‘Arabi que los réprobos deberán caminar hacia la izquierda (Futuhat, I, 412, lín. 14)» (M. Asín Palacios: O. cit., pág. 149).
Igualmente, en el Infierno de Dante, en el Noveno Círculo, se encuentra el suplicio del frío (Infierno XXXII, 22-124; XXXIV, 10 y ss), más intolerable que la quemadura, el zamharir (en árabe “el frío intenso” o “frío lunar”), esa idea de un mundo que se petrifica, se congela paulatinamente, de un mundo de hielo, de un témpano que representa el último grado del endurecimiento, del cero
absoluto; pues, en extremo rigor, la llama contiene aun un elemento de vida, en tanto que el frío es la desesperación, la muerte, la nada: «Ocio es advertir que el suplicio infernal del frío carece de precedentes en la escatología bíblica. En cambio, el infierno musulmán lo coloca por lo menos en el mismo rango que el castigo del fuego (Futuhat, I, 387). No puede, sin embargo, asegurarse que el Alcorán consigne, de un modo taxativo, este suplicio: la única vez en que se alude a él es en un pasaje que habla del paraíso, donde se dice que los bienaventurados no sufrirán del sol ni del zamharir (Sura 76, Aleya 13)» (M. Asín Palacios: O. cit., pág. 166). Para completar el concepto: «Ibn ‘Arabi asegura taxativamente que Iblís, como el Lucifer dantesco, sufre el tormento del hielo (Futuhat, I, 391, lín. 8). Y aduce, como razón que justifique tan singular y peregrina pintura, el hecho de que, según la teología islámica, Iblís, como todos los demonios es un genio, y los genios han sido engendrados del fuego; de donde infiere que su castigo debe consistir en algo opuesto y contrario al elemento ígneo de que fue creado, es decir, el frío glacial o el zamharir» (M. Asín Palacios: O. cit., pág. 177).
Los diversos especialistas y comentaristas han observado frecuentemente la parquedad de Dante respecto al suplicio de Muhammad (BPD) y de Alí (P) en el Octavo Círculo. Se aparta de ellos con unas pocas palabras que más son una despedida que algún tipo de condena o rencor (Infierno XXVIII, 31-63). Si todos los datos y pruebas hasta ahora aportados demuestran la simpatía y devoción de Dante hacia el Islam y los musulmanes, eso «no implica, sino que excluye, toda sospecha de afición al dogma musulmán: la sinceridad de sus sentimientos religiosos, la profunda convicción de su cristiana fe, queda fuera de todo litigio… Esta psicología, nada complicada, perfectamente lógica y explicable, revélase en dos pasajes típicos de la Divina Comedia: Dante pone en el limbo a dos sabios musulmanes, Avicena y Averroes, y coloca en el infierno al fundador de la religión que estos dos sabios profesaron, es decir Mahoma. Pero aun a éste, al profeta del Islam, no lo condena como tal, como reo de infidelidad, como fundador de una religión positiva o una herejía nueva, sino simplemente como sembrador de cismas o discordias, al lado de otros fautores de insignificantes escisiones religiosas o civiles… Esta lenidad e indulgencia en el castigo del fundador del islamismo es todo un síntoma revelador de aquella misma simpatía hacia la cultura del pueblo musulmán… Pero hay más: la figura de Alí aparece bosquejada con sobrios y realistas rasgos, que no se deben a la inventiva ni al capricho del poeta florentino: “Delante de mí —dice Mahoma a Dante— va Alí llorando, con la cabeza abierta desde el cráneo hasta la barba”. Esta pintura es literalmente histórica: todos los cronistas musulmanes, desde los contemporáneos de Alí en adelante, coinciden en describir la escena del asesinato de este cuarto califa con los mismos rasgos: su asesino Ibn Mulÿam lo atacó de improviso, cuando salía de su casa para hacer en la mezquita la oración nocturna del viernes, el diecisiete del mes de Ramadán del año 40 de la Hégira (31); y de un solo golpe le tajó el cráneo con su sable, o, como otros historiadores dicen, lo mató de un golpe sobre la frente, de una cuchillada que le hendió la parte anterior de la cabeza y la coronilla hasta penetrar la masa encefálica» (M. Asín Palacios: O. cit., págs. 392-395).