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Una de las cosas más fundamentales que un ser humano debe saber en el camino hacia la perfección es que él ha sido creado por Al·lâh para cierto propósito. Existen diferentes enfoques en relación a este tema. En el Islam toda persona en primer lugar es invitada a estudiar esta cuestión y realizar cierto juicio al respecto.

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Nada menos que la certeza es aceptable en relación a la creencia en Al·lâh. Hay diferentes maneras de probar la existencia de Al·lâh y muchos argumentos. Pero según el Islam, comprender que Al·lâh, el Único, es Viviente, no es un proceso dificultoso. Todos, cualquiera sea el nivel de conocimiento y comprensión que poseamos, podemos resolver este problema fácilmente. Cuando una persona es incrédula por lo general se debe a que ella así lo quiso, si bien ha de haber casos excepcionales de personas que han estudiado este problema seriamente y que de veraz estuvieron anhelando la verdad, pero no pudieron encontrarla. Normalmente el ateísmo se basa solo en simples conjeturas. Observa la siguiente aleya:
«… ¿Existe acaso alguna duda acerca de Al·lâh, Creador de los Cielos y de la Tierra?…».[1]
Hay muchas aleyas en el Glorioso Corán que indican que hubo ciertos grupos de gente que sabían que las enseñanzas de los profetas eran ciertas pero aún así las negaron:
«Y los negaron, por iniquidad y arrogancia, aunque estaban persuadidos de ellos…».[2] El Profeta Moisés (a.s.) dijo al Faraón:

«Dijo: “Tú bien sabes que nadie, sino el Creador de los Cielos y de la Tierra, fue Quien reveló estas evidencias”…».[3]
Pero al mismo tiempo el Faraón negaba a Al·lâh y reclamaba la divinidad para sí mismo.
De este modo, descreer en Al·lâh básicamente constituye un problema moral más que cognitivo. Hubo algunas personas que estuvieron acostumbradas a cierta clase de vida y que se sintieron confortables y cómodas con ello, por lo que no podían renunciar a su modo de vida y hábitos fácilmente y observar aquello hacia lo cual los profetas (a.s.) las invitaban. En lugar de pensar y razonar se burlaban de los profetas (a.s.) y les atribuían cosas como la locura y la magia. Pensaban, quizás inconscientemente, que si los negaban serían libres de una vez por todas:
«Pero el ser humano desea ser libertino en su porvenir».[4]
Pero si estas personas hubieran estudiado la religión seriamente, habrían encontrado la realidad. En el Día del Juicio ellos dirán:
«Y dirán (entonces): “¡Si hubiésemos escuchado o razonado no estaríamos entre los condenados al tártaro!”. Y confesarán sus pecados. ¡Execrados sean los condenados al tártaro!».[5]
Como puedes observar, su trato no era lógico o racional, por lo que se considera un pecado que deberán admitir.
Creemos en Al·lâh, el Sabio. Él ha creado todo el universo para nosotros y nos ha creado para acercarnos más y más a Él. (Trataremos más adelante el tema de la Meta de la Creación). Al·lâh es el Benefactor, el Misericordioso. Él es más bondadoso con nosotros que nuestros padres. Él es también el más sagaz. Éste es Al·lâh, el Benevolente y al mismo tiempo absolutamente Autosuficiente.
Debemos enorgullecernos de tener tal Señor. Debemos tratar lo más posible de entender el consejo que Él nos da, el cual está representado en la pura religión, el Islam. Si un alumno tiene el mejor maestro, su máximo honor es seguir su consejo y dirigir su atención hacia él y finalmente ser como él. Este hecho está muy bien expresando en esta súplica de Imam „Alî (a.s.):
“¡Oh mi Dios! Es suficiente grandeza para mí ser tu siervo, y es suficiente honor para mí que seas mi Señor. ¡Tú eres como deseo, entonces, haz de mí lo que deseas!”.[6]
En el Islam cada valor está en correspondencia al vínculo con Al·lâh. Nuestra felicidad estriba en nuestra devoción voluntaria a Él. Es como la vida de las plantas y animales que dependen de la luz del sol. El sol no necesita de ellos, pero ellos no pueden sobrevivir sin el sol.

Así, deberíamos cambiar nuestro enfoque usual respecto de la ley u orden divina. No son unos cuantos deberes fastidiosos asignados a nosotros por Al·lâh a cambio de Sus favores o Sus servicios a nosotros. No debemos llevar a cabo Sus preceptos en respuesta a Sus bendiciones. Deberíamos saber que Sus órdenes solo son para nuestro beneficio.

Su religión, Sus profetas y Sus leyes son las bendiciones más preciosas que hemos recibido. Incluso agradecérselo (shukr) es por nuestro propio beneficio:
«Y de cuando vuestro Señor os proclamó: “Si sois agradecidos os multiplicaré (mis mercedes); en cambio, si sois desagradecidos, ciertamente que Mi castigo será severísimo”».[7]
Si somos agradecidos, aumentamos nuestra capacidad para recibir más bendiciones. Con más gratitud, se nos volverán a dar aún más bendiciones. Es un proceso interminable. Si no somos agradecidos, eso no perjudica a Al·lâh, pero disminuye nuestra capacidad de recibir Sus bendiciones y de esta manera perdemos algunas bendiciones, y si seguimos así, perderemos más.
Deberíamos recordar siempre que Él es nuestro Señor, que solo podemos obtener nuestra verdadera felicidad y libertad por medio de nuestra obediencia a Él. Hay solo dos caminos: ser siervos de Al·lâh o ser siervos de otros como los opresores, los gobernantes injustos o los ídolos. Complacer a Al·lâh es fácil. Él jamás comete errores ni quiere de nosotros cosas imposibles. Pero desobedecer a Al·lâh nos lleva a tratar de obedecer a muchísimos dioses, si bien eso no es posible. Si alguien quiere dinero, fama, buena posición, confort, y cosas como éstas, no importa cuánto de ello pueda adquirir, él jamás estará satisfecho:
«Dios propone un ejemplo: un hombre tiene consocios antagónicos y otro está al servicio de un (solo) hombre. ¿Podrán equipararse? ¡Alabado sea Dios!…».[8]
Si reflexionáramos profundamente comprenderíamos que aquellos diferentes y conflictivos dioses en realidad son nuestros propios diferentes y extremados deseos. Por lo tanto, existen dos caminos: ser siervos de Al·lâh o ser siervos de nuestra propia descarriada alma:
«¿No has reparado en quien toma por divinidad a su concupiscencia? ¿Osarías ser defensor suyo?».[9]
«¿Has reparado en quien ha tomado como divinidad a su concupiscencia, y que Dios extravió a sabiendas…?».[10]
Por último, repara en esta historia verídica que sucedió en épocas de Imam Mûsâ Al- Kâdzim (a.s.). Cierta vez el Imam (a.s.) estaba caminando por una callejuela, y cuando pasó frente a la puerta de una casa, supo que allí había alguna celebración donde había bailes, música prohibida y vino. En ese instante, una criada abrió la puerta y salió para sacar la basura. El Imam le preguntó: “¿El dueño de esta casa es un siervo o una persona libre?”. Ella le respondió: “¡Libre!”. El Imam (a.s.) dijo: “Claro que es libre, porque si hubiese sido un siervo, temería a su Señor y no haría tales reuniones.” Cuando la criada entró a la casa, el dueño le preguntó por qué se había retrasado, a lo que ella le respondió que un hombre con tal y cual apariencia había pasado por allí y le había hecho unas preguntas, a las que ella había respondido de tal y cual manera. El dueño quedó impresionado y pensó profundamente en esta frase: “Si hubiese sido un siervo, temería a su Señor.” De repente se puso de pie y sin ponerse sus calzados, salió

de la casa y buscó a aquel hombre. Cuando alcanzó al Imam (a.s.) se arrepintió. Este hombre era Bushr ibn Al-Hâriz, a quien apodaron “Al-Hâfî” (el descalzo). Se transformó en un verdadero creyente.

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