Así, deberíamos cambiar nuestro enfoque usual respecto de la ley u orden divina. No son unos cuantos deberes fastidiosos asignados a nosotros por Al·lâh a cambio de Sus favores o Sus servicios a nosotros. No debemos llevar a cabo Sus preceptos en respuesta a Sus bendiciones. Deberíamos saber que Sus órdenes solo son para nuestro beneficio.
Su religión, Sus profetas y Sus leyes son las bendiciones más preciosas que hemos recibido. Incluso agradecérselo (shukr) es por nuestro propio beneficio:
«Y de cuando vuestro Señor os proclamó: “Si sois agradecidos os multiplicaré (mis mercedes); en cambio, si sois desagradecidos, ciertamente que Mi castigo será severísimo”».[7]
Si somos agradecidos, aumentamos nuestra capacidad para recibir más bendiciones. Con más gratitud, se nos volverán a dar aún más bendiciones. Es un proceso interminable. Si no somos agradecidos, eso no perjudica a Al·lâh, pero disminuye nuestra capacidad de recibir Sus bendiciones y de esta manera perdemos algunas bendiciones, y si seguimos así, perderemos más.
Deberíamos recordar siempre que Él es nuestro Señor, que solo podemos obtener nuestra verdadera felicidad y libertad por medio de nuestra obediencia a Él. Hay solo dos caminos: ser siervos de Al·lâh o ser siervos de otros como los opresores, los gobernantes injustos o los ídolos. Complacer a Al·lâh es fácil. Él jamás comete errores ni quiere de nosotros cosas imposibles. Pero desobedecer a Al·lâh nos lleva a tratar de obedecer a muchísimos dioses, si bien eso no es posible. Si alguien quiere dinero, fama, buena posición, confort, y cosas como éstas, no importa cuánto de ello pueda adquirir, él jamás estará satisfecho:
«Dios propone un ejemplo: un hombre tiene consocios antagónicos y otro está al servicio de un (solo) hombre. ¿Podrán equipararse? ¡Alabado sea Dios!…».[8]
Si reflexionáramos profundamente comprenderíamos que aquellos diferentes y conflictivos dioses en realidad son nuestros propios diferentes y extremados deseos. Por lo tanto, existen dos caminos: ser siervos de Al·lâh o ser siervos de nuestra propia descarriada alma:
«¿No has reparado en quien toma por divinidad a su concupiscencia? ¿Osarías ser defensor suyo?».[9]
«¿Has reparado en quien ha tomado como divinidad a su concupiscencia, y que Dios extravió a sabiendas…?».[10]
Por último, repara en esta historia verídica que sucedió en épocas de Imam Mûsâ Al- Kâdzim (a.s.). Cierta vez el Imam (a.s.) estaba caminando por una callejuela, y cuando pasó frente a la puerta de una casa, supo que allí había alguna celebración donde había bailes, música prohibida y vino. En ese instante, una criada abrió la puerta y salió para sacar la basura. El Imam le preguntó: “¿El dueño de esta casa es un siervo o una persona libre?”. Ella le respondió: “¡Libre!”. El Imam (a.s.) dijo: “Claro que es libre, porque si hubiese sido un siervo, temería a su Señor y no haría tales reuniones.” Cuando la criada entró a la casa, el dueño le preguntó por qué se había retrasado, a lo que ella le respondió que un hombre con tal y cual apariencia había pasado por allí y le había hecho unas preguntas, a las que ella había respondido de tal y cual manera. El dueño quedó impresionado y pensó profundamente en esta frase: “Si hubiese sido un siervo, temería a su Señor.” De repente se puso de pie y sin ponerse sus calzados, salió
de la casa y buscó a aquel hombre. Cuando alcanzó al Imam (a.s.) se arrepintió. Este hombre era Bushr ibn Al-Hâriz, a quien apodaron “Al-Hâfî” (el descalzo). Se transformó en un verdadero creyente.