La economía islámica presenta dos particularidades fundamentales que se manifiestan tanto en sus objetivos como en los medios que ha dispuesto para su materialización: el realismo y el
moralismo.
En cuanto al realismo, éste consiste en “…una economía real en sus objetivos, ya que procura en su régimen y normas los objetivos que armonizan con la realidad humana, teniendo en cuenta su naturaleza, tendencias y características generales, y tratando siempre de no ignorar el humanismo en sus consideraciones legislativas, ni de ceñirlo a ambientes extremadamente idealizados que se encuentren por sobre su facultad y capacidades. En lugar de ello, establece sus lineamientos económicos siempre en base a la visión realista del ser humano, y procura los objetivos reales que se corresponden con dicha visión”,[1] por lo que se esfuerza en materializar la justicia social, y proteger al ser humano de los diferentes tipos de pobreza y miseria; incluso se esfuerza por producir las condiciones adecuadas para su vida y para garantizar su honor y humanidad. Con eso, se diferencia del régimen capitalista que pretende la existencia de una ley natural -y espontánea- detrás de los móviles de la vida económica, para justificar las diferentes clases de codicia y explotación, y atribuir legalidad a esa situación corrupta.
Asimismo, se diferencia del régimen comunista, el cual ahoga al ser humano en un idealismo e imaginación ilimitada, mientras da albricias de la creación de esa sociedad inmaculada, y ese elevado modo de vida y paraíso terrenal.
Esto es en lo relacionado a los propósitos y metas. En cuanto a sus procedimientos y medios, el sistema económico islámico también es realista. “… Así como procura la propósitos reales y posibles de concretar, asimismo garantiza la materialización de esos propósitos de una forma
segura, real y material, y no se contenta con garantizaciones en la forma de consejos y
orientaciones como las que dan los sermoneadores y orientadores, puesto que quiere hacer efectivos esos objetivos de la mejor manera. Así, no se contenta con dele garla a la
misericordia de la casualidad y el destino, y cuando, por ejemplo, procura originar la seguridad social en la sociedad, no se vale únicamente de métodos de orientación de los sentimientos,
sino que afianza eso con la certificación jurídica que dispone la misma como de necesaria materialización en cualquier caso”.[2]