Autor: Mohammad Ali Shomalí
Fuente: El Islam Shia

Traducción: Lic. Sumeia Younes para Centro de Cultura Islámica-Santiago

Tras presentar un compendio de las creencias islámicas generales, nos explayaremos ahora en algunas de las doctrinas del Islam Shî„ah en mayor detalle. Algunas de estas doctrinas son, por supuesto, compartidas también por algunos musulmanes no-shî„as, si no en sus detalles, al menos como principio general. La razón por la que tratamos aparte estas doctrinas es por su centralidad para distinguir al pensamiento y dogma shiíta; quien crea en todas ellas puede ser identificado como un shî„ah.

El Amor por el Profeta Muhammad (BP):

La Shî„ah, al igual que el resto de los musulmanes, siente un gran amor hacia el
Profeta Muhammad (BP). Ellos ven en el Profeta Muhammad el modelo perfecto de la total confianza en Dios, profundo conocimiento de Dios, suma devoción a Dios, sincera obediencia a la Voluntad Divina, el de más noble carácter, y una misericordia y clemencia para toda la humanidad. No fue circunstancial que él fuera elegido por Dios para proporcionarle Su último y más perfecto Mensaje para la humanidad. Estar

capacitado para recibir la Revelación Divina requiere que la persona posea una muy elevada aptitud y disposición, y además, para estar capacitado para la Revelación más perfecta se requiere, claro está, de la más elevada de todas las capacidades.

El carácter y comportamiento personal del Profeta (BP) contribuyeron enormemente al progreso del Islam. Fue conocido desde su niñez como una persona honesta, confiable y piadosa. Durante su profecía, siempre vivió en base a sus principios y valores. Tanto en los tiempos de bonanza como en los de dificultad, en los de seguridad como en los de temor, en los de paz como en los de guerra, en los de victoria como en los de derrota, siempre manifestó humildad, justicia y confianza. Era tan humilde que nunca se admiró de sí mismo, nunca se sintió superior a otros ni vivió una vida de lujos. Tanto cuando se encontró solo y pobre como cuando gobernó a toda la península arábica y los musulmanes lo seguían con tesón recogiendo cada gota de agua que caía de su ablución, él se comportó de la misma manera. Vivió de una manera muy simple y siempre junto a la gente, especialmente los pobres. No tuvo palacios, ni cortes, ni guardias. Cuando se sentaba con sus Compañeros nadie podía distinguirlo de los demás si se consideraban su sitio o ropas. Eran solo sus palabras y espiritualidad las que lo distinguían de los otros. Era tan justo que nunca ignoró los derechos de nadie, incluso los de sus enemigos. Ejemplificó en su vida los mandatos divinos:
«¡Oh creyentes! Sed consecuentes para con Dios y fieles testimonios de la equidad: que el odio de un pueblo no os incite a ser injustos con ellos. Sed justos, porque ello está más próximo a la piedad, y temed a Dios, porque Dios está bien enterado de cuanto hacéis».[1]