Los Otomanos
Esplendor y declive de una civilización

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El Imperio Otomano duró aproximadamente desde 1299 hasta 1922, y durante su mayor extensión territorial abarcó tres continentes, desde Hungría al norte hasta Adén al sur, y desde Argelia al oeste hasta la frontera iraní al este, aunque su centro de poder se encontraba en la región de la actual Turquía A través del Estado vasallo del kanato de Crimea, el poder otomano también se expandió por Ucrania y por el sur de Rusia.
Su nombre deriva de su fundador, el guerrero musulmán turco Osmán (o Utmán I Gazi), que estableció la dinastía que rigió el Imperio durante su historia (también llamada dinastía Osmanlí). Pero el verdadero responsable del origen de los otomanos fue Ertugrul, padre de Osmán (1).

Expansión otomana
El primer Estado otomano era un pequeño principado al noroeste de Anatolia, uno de los muchos insignificantes estados que surgieron tras el hundimiento del anterior sultanato Selÿukí de Rum (ver segunda nota del apunte sobre “Las Cruzadas”). Los historiadores disienten sobre la relativa importancia de sus dos características principales: las tradiciones tribales de los guerreros turco-mongoles que dominaron el Estado y la influencia del Islam. El erudito Paul Wittek (véase la bibliografía), quien destaca la influencia del Islam, afirma que el surgimiento del Estado otomano se debió a la atracción de los gazis, o guerreros de la guerra santa en defensa del Islam (ÿihad en árabe, gaza en turco), quienes se unieron a los otomanos porque estaban dispuestos a desempeñar un papel importante en la lucha contra el Imperio bizantino.
Las guerras incesantes y las alianzas acertadas supusieron el éxito de los otomanos. Hacia 1325 capturaron Bursa, que se convirtió en su capital y hacia 1338 habían expulsado a los bizantinos de Anatolia. En ese mismo momento, los otomanos extendieron sus territorios hacia el sur y el este a expensas de otros principados turcos, y en 1354 tomaron Ankara en la Anatolia central. El mismo año los otomanos ocuparon Gallípoli (actual Gelibolu) en el lado europeo del estrecho de los Dardanelos, que se convirtió en la base de su avance posterior en el sureste de Europa. En 1361 los otomanos tomaron Adrianópolis (Edirne) que se convirtió en su nueva capital, y hacia 1389, cuando Murad I derrotó a los serbios en la batalla de Kosovo (2), los otomanos tomaron Tracia, Macedonia y gran parte de Bulgaria y Serbia.
La derrota otomana a manos del conquistador mongol de Asia Central Tamerlán Timur en 1402, demostró ser el único contratiempo para los otomanos, quienes rápidamente reconstruyeron, consolidaron y aumentaron su poder. En 1453 el sultán Mehmed II conquistó Constantinopla —luego llamada Estambul (3)— y la convirtió en la tercera y última capital otomana. Las conquistas continuaron durante el siglo XVI. Bajo el reinado del sultán Selim I (1512-1520), llamado “el Severo” fueron derrotados los Safavíes persas de Irán (en la llanura de Chaldirán, el 23 de agosto de 1514), región que, junto al este de Anatolia fue añadida al Imperio; en 1516-1517 los mamelucos de Siria y Egipto corrieron igual suerte y sus territorios acabaron también anexionados. Con las posesiones mamelucas, los otomanos llegaron a los lugares sagrados musulmanes de Arabia y también heredaron el interés mameluco por el mar Rojo y el océano Índico.

El hijo y sucesor de Selim, Solimán el Magnífico (4), normalmente es considerado como el mejor de los gobernantes otomanos. Durante su reinado Irak fue añadido al Imperio (1534), se estableció el control otomano al este del Mediterráneo, y, a través de la anexión de Argel y de las actividades de los corsarios de Berbería, el poder otomano fue empujado hacia el oeste del Mediterráneo. También Solimán llevó a los ejércitos otomanos hasta Europa: Belgrado fue capturada en 1521 y los húngaros fueron derrotados en la batalla de Mohács (5) en 1526. En 1529 Solimán llevó a cabo el sitio de Viena (6) sin éxito, ya que fue derrotado por Fernando I de Habsburgo, quien conservó algunas fortalezas húngaras. Pero la invulnerabilidad del Imperio otomano quedó puesta de manifiesto en 1571 con la importante derrota de su flota en Lepanto, a manos de la Liga Santa formada por el Papado, Venecia y la Monarquía Hispánica (cuyo rey era en ese fecha Felipe II).

Instituciones otomanas
La principal ocupación del Estado otomano era la guerra, según sugiere la relación anterior de conquistas, y su institución más importante era su Ejército. Las primeras fuerzas otomanas estaban compuestas por una caballería turca (espahíes o sipahis) pagada a través de concesiones de ganancias del gobierno (normalmente ganancias en tierras) conocidas como timares. Cuanta más tierra era conquistada, más ingresos tenían los gazis turcos musulmanes. Pero la caballería ligera gazi no era suficiente para la guerra constante, y desde mediados del siglo XIV los otomanos comenzaron a reclutar otras tropas asalariadas de mercenarios, esclavos, prisioneros de guerra y (desde mediados del siglo XV) una leva (devshirme) de jóvenes cristianos de los Balcanes. A partir de estas nuevas fuerzas (las kapikulli) surgió la famosa y muy disciplinada infantería otomana, cuyos miembros eran conocidos como los jenízaros (7), que fue el factor principal de los éxitos militares otomanos desde finales del siglo XV en adelante. Los otomanos también crearon un cuerpo especialista de artillería e ingenieros.
La administración otomana operaba en función de las necesidades de estas fuerzas. La administración provincial era fundamentalmente un sistema de distritos militares regidos por oficiales cuya principal obligación era reunir timariotas para las campañas. Gran parte del trabajo de la administración central era la obtención de los fondos y suministros necesarios para las fuerzas kapikulli. Se construían carreteras y puentes para facilitar el movimiento de tropas. En su apogeo, la administración fue muy eficiente. La administración central estaba compuesta por tres partes fundamentales: la extensa casa del sultán; los departamentos gubernamentales agrupados bajo el control del gran visir, suplente del sultán en todos los asuntos de Estado; y la institución religiosa musulmana compuesta por funcionarios musulmanes preocupados por la educación y la legislación, agrupados bajo la jefatura suprema delsheij al-islam.Los más importantes de éstos eran los cadíes (qadisingular, qudat plural), que se ocupaban de la administración local y del derecho penal. Antes del siglo XVII, los musulmanes libres servían principalmente como sipahis o en la institución religiosa; el resto de la administración del Estado estaba compuesta principalmente por cristianos convertidos al Islam que eran reclutados en forma de fuerzas militares kapikulli. Su situación jurídica era la de esclavos del sultán, aunque la palabra «esclavo» no tenía las connotaciones de esclavitud doméstica o de asignación que tiene en Occidente. Para los europeos contemporáneos parecía que el Estado otomano carecía de aristocracia y estaba regido por hombres elegidos por sus méritos y su lealtad total al sultán. La administración utilizaba un idioma (la lengua turca otomana) con gramática turca y vocabulario principalmente árabe y escrito en caracteres arábigos (8).

La mayoría de las demás funciones realizadas por los estados modernos se dejaban a instituciones no gubernamentales. La población del Imperio otomano era una mezcla cultural, lingüística y religiosa. La mayoría de la población de las provincias europeas era cristiana y pertenecía a la Iglesia ortodoxa, muchos de los cuales aceptaron el dominio otomano porque era menos oneroso que la dominación católica. En Tracia, Macedonia, Bulgaria y Albania había un extenso asentamiento musulmán, y en Bosnia se produjo una conversión en masa al Islam. Los musulmanes también predominaban en algunas ciudades. En las provincias asiáticas sucedía lo contrario: la mayoría de la población era musulmana aunque había muchos cristianos en las ciudades; en Anatolia había cristianos griegos al oeste y armenios al este, y grupos numerosos de cristianos en Siria y Egipto. El pueblo estaba organizado de dos modos. Con fines económicos se agrupaba en tribus, villas así como en gremios en las ciudades. El mayor número estaba compuesto por campesinos, quizá el 15% de la población eran habitantes de las ciudades y una proporción bastante superior nómadas o seminómadas. Con fines sociales la población se organizaba en comunidades religiosas que posteriormente se denominarían millets. Muchos musulmanes pertenecían a órdenes místicas sufíes El gobierno trataba con los jefes de las distintas comunidades religiosas y dejaba a las comunidades ventilar sus propios asuntos. Los jefes de las comunidades religiosas, por tanto, constituían una clase de intermediarios entre el gobierno y el pueblo. Los grandes terratenientes, los jefes tribales y otras personas actuaban de forma similar y se les conoció como notables (a’yan). Durante sus primeros tres siglos, el Imperio otomano fue próspero, y esta prosperidad se reflejó en el desarrollo de una brillante cultura: música, literatura (especialmente historia, geografía y poesía), pintura y, sobre todo, arquitectura, cuya mejor representación está en la mezquita de Solimán en Estambul, construida por el gran arquitecto de Solimán, Sinán.

Decadencia otomana
Durante la mayor parte del siglo XVII el Imperio otomano fue territorialmente estable pero durante los últimos años del siglo, comenzando con el rechazo otomano en el segundo sitio de Viena (1683), el Imperio sufrió una sucesión de derrotas militares, primero a manos de Austria y posteriormente de Rusia en las Guerras Turco-rusas (9). Con el Tratado de Iasi (1792), los otomanos, que ya desde 1774 habían perdido el kanato de Crimea en favor de Rusia, perdían sus territorios al norte del Danubio y todos los territorios al este del Dniéster también a manos rusas. En los demás territorios europeos, y en Asia y África, había muchos gobernantes más o menos autónomos sobre los que el gobierno central tenía poco control.
Hubo dos respuestas a esta decadencia por parte de los otomanos. Por un lado, mantenían que la raíz del problema era que las instituciones otomanas, comenzando por el Ejército, habían permitido la merma del esplendor que había prevalecido en el siglo XV y la respuesta era volver a la antigua situación. Por otro, el sector poderosamente representado por la burocracia civil, creía que el problema era que los estados europeos habían hecho avances militares que era necesario que los otomanos igualaran. Durante el siglo XIX esta segunda opción dominó y el resultado fue el movimiento de reforma otomana que comenzó durante el reinado de Mahmud II (1785-1839). Sin embargo, se descubrió que la reforma militar necesitaba de cambios mucho más trascendentales en el gobierno y, en última instancia, en la sociedad, a largo plazo.

Reforma otomana
Mahmud II intentó abolir el antiguo Ejército y sustituirlo por una nueva fuerza al estilo europeo. En 1826 acabó con los jenízaros; se permitió que el ejército sipahi se derrumbara y los timariotas fueron licenciados por el Estado hacia 1831. En su lugar fundó una fuerza pagada, disciplinada y reclutada que se convirtió en el principal instrumento de centralización política durante el último siglo del Imperio otomano, y también en la principal inspiración para la modernización de otras instituciones otomanas. Un ejército moderno era caro, debían pagarse impuestos y era necesaria una burocracia más numerosa y eficaz para recaudarlos. Además, se precisaba un sistema educativo moderno para suministrar oficiales al Ejército y funcionarios al Estado. También se realizaron importantes reformas jurídicas e importantes desarrollos en comunicaciones (telégrafo y ferrocarril). Todas estas reformas costaban dinero y debían transferirse más recursos de instituciones no gubernamentales al Estado. La oposición fue vencida por el nuevo Ejército. Todavía no había suficiente dinero y desde mediados del siglo XIX los otomanos comenzaron a solicitar préstamos en grandes cantidades al extranjero. Finalmente (1875) el Imperio no puso interés en sus deudas y tuvo que aceptar cierto control financiero europeo (1881).
Así, la centralización fue el principal asunto tratado durante el Tanzimat, nombre dado al movimiento de reforma entre 1839 y 1878. También había otro segundo y contradictorio problema englobado en dos famosos edictos (el Noble Edicto de la Cámara Rosa o jatt-i-sarif, de 1839, y el Edicto Imperial, de 1856). Dicho problema no era otro que el concepto de liberalización, con el que se pretendía conceder a los ciudadanos derechos y libertades más amplias, y en particular dar a los no musulmanes los mismos derechos y deberes que a los musulmanes. En gran medida este segundo aspecto fue impuesto a los otomanos por la presión de las grandes potencias europeas en nombre de los cristianos otomanos como parte de la denominada Cuestión Oriental.
Las tensiones causadas por las reformas del Tanzimat provocaron críticas tanto de quienes no querían el cambio, considerándolo anti-islámico, como de quienes creían que las reformas no llegarían lo suficientemente lejos y deberían acompañarse por una mayor participación popular en el gobierno. En la década de 1860, un grupo de hombres jóvenes conocidos como los Nuevos Otomanos, solicitaron una variedad de reformas, incluida la petición de una constitución. En 1876, los ministros reformistas promulgaron una Constitución, aunque fue anulada en 1878. Siguieron una serie de conspiraciones revolucionarias por grupos conocidos normalmente como Jóvenes Turcos, que culminaron en una revolución militar en 1908, con la caída del gobierno despótico del sultán Abdulhamid II (1842-1918) y la reinstauración de la Constitución. Los conspiradores militares estaban relacionados con un grupo de oposición denominado Comité de Unión y Progreso, que en 1913 tomó el control del Imperio y comenzó a introducir nuevas reformas más radicales.

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Colapso otomano
Durante el último siglo de su existencia, la cuestión ante la que se encontraba el Imperio otomano era si a través de la coerción y la conciliación podía mantenerse unido, hasta que los frutos de la modernización satisficieran a los ciudadanos no musulmanes para que continuaran formando parte del Imperio. En sus provincias europeas fracasó porque los cristianos no acataban el poder otomano y las potencias europeas no permitían que éste les coaccionara. Gradualmente las provincias se hicieron autónomas: Grecia (1829), Serbia (1830) y los principados de Moldavia y Valaquia (actual Rumania) que se unificaron en 1859. Grecia se independizó en 1830, Serbia, Rumania y Montenegro en 1878, así como parte de Bulgaria. Hacia 1885 los territorios otomanos en Europa se redujeron a Macedonia, Albania y Tracia, y todos ellos, exceptuando Tracia, dejaron de pertenecer al Imperio como resultado de las Guerras Balcánicas de 1912-1913. También los otomanos perdieron el control del norte de África: Argelia fue tomada por Francia en 1830 y Túnez en 1881. Inglaterra ocupó Egipto en 1882 e Italia se anexionó Libia en 1912. Pero los otomanos conservaron las provincias asiáticas e incluso aumentaron su poder en Arabia. Aunque había algunas muestras de oposición nacionalista en las provincias árabes, se limitaron a una pequeña minoría, y en 1914 no había razones que hicieran pensar que el poder otomano no perduraría en Asia.
Paulatinamente, el otrora orgulloso Imperio se convirtió en un mercado indispensable para Inglaterra y Francia. De hecho, tan indispensable, que durante la Guerra de Crimea (1854) los otomanos fueron salvados por Inglaterra y Francia, cuando fueron atacados por Rusia (10). Por esa época. las potencias europeas comenzaron a llamar al Imperio otomano “el Hombre Enfermo de Europa” (11).
El colapso y la extinción del Imperio otomano fue consecuencia de la Primera Guerra Mundial. El gobierno cometió el error de entrar en la guerra del lado de los Imperios centrales , y la derrota de Alemania significó el final de los otomanos. Éstos no tuvieron demasiados problemas durante los dos primeros años de la guerra, aunque sufrieron derrotas a manos de Rusia al este de Asia Menor. Pero en 1917-1918, cuando comenzaron en Irak y Siria nuevas ofensivas británicas, las fuerzas otomanas comenzaron a declinar y tras la firma del Armisticio de Mudros (octubre de 1918) los otomanos habían perdido todo menos Anatolia. Los otomanos se vieron obligados a firmar el Tratado de Sèvres (1920), a través del cual no sólo perdían las provincias árabes sino también sufrían la división de Anatolia. En oposición a los planes aliados, y en concreto a la invasión de Izmir por Grecia en mayo de 1919, surgió un movimiento nacionalista bajo el liderazgo de Mustafá Kemal Atatürk (1881-1938); este movimiento llevó a cabo la resistencia armada hasta que en 1922 los griegos fueron derrotados y expulsados de Anatolia y del este de Tracia. El sultán se había comprometido por su aquiescencia con la política de los aliados, y el 1 de noviembre de 1922 se abolió la dinastía otomana y el Imperio llegó a su conclusión. Un año después fue sustituido por la República de Turquía.

Conclusión
Es necesario mencionar las consecuencias de la caída del Imperio otomano. Los estados balcánicos lo recordaban como un brutal opresor, los liberales europeos lo denunciaron durante mucho tiempo como el gobierno de una horda extranjera, los nacionalistas árabes lo acusaron de haber frustrado el potencial árabe durante siglos, y los nacionalistas turcos lo consideraban un recuerdo peligroso que amenazaba el movimiento progresivo hacia la nueva república de neto corte prooccidental. Sus ideologías islámicas y otomanas fueron desacreditadas.
Sin embargo, pese a estas apreciaciones groseras de la historia, vale considerar que un sistema político que duró 600 años, más que el Imperio romano o el Imperio Británico, y controló una extensa área, debió de tener algunas virtudes. Para los musulmanes era una cuestión de orgullo y comodidad: el orgullo por sus primeras victorias, y la comodidad que disfrutó como defensa frente al mundo no musulmán. Para los hombres de talento representaba un foro a través del cual podían moverse con facilidad (y así lo hacían) en la búsqueda de una vida mejor. Y para una gran variedad de pueblos (en 1914 todavía 25 millones), de distintos idiomas, culturas y religiones, una forma de vivir juntos con cierto grado de armonía. El movimiento de reforma que intentaba asegurar la supervivencia del Imperio pudo haber sido la causa principal de su destrucción. Pero los nuevos estados que sucedieron al Imperio descubrieron que las ideologías de nacionalismo con las que se habían opuesto al otomanismo, eran instrumentos difíciles con los que regir estados multinacionales y causas de guerras y confictos interminables.
El legado otomano fue importante durante los años siguientes. Había hombres educados tanto en el sistema otomano como en las ideas del movimiento de reforma que regían los asuntos de la república turca y eran líderes políticos de los estados árabes. Los movimientos de población y las conversiones que se habían producido bajo el Imperio dejaron considerables problemas a los estados sucesores, principalmente con respecto a los musulmanes que vivían en los estados de los Balcanes. Sin embargo, el Imperio ha sido poco estudiado y poco comprendido, principalmente debido a que se abandonó su idioma. El turco otomano, para quienes lo leen, sigue siendo una clave, como el latín y el griego clásico, para el estudio no sólo del Imperio sino también de una civilización islámica muy característica.

LA ALIANZA FRANCO-OTOMANA CONTRA LA AMENAZA DE LOS HABSBURGOS
Francisco I (1494-1547), rey de Francia, era de la dinastía de los Valois. En 1519 era uno de los candidatos al trono del Sacro Imperio Romano, pero los electores imperiales eligieron a Carlos de Habsburgo (Carlos V). Tras la expulsión de los franceses del ducado de Milán por las tropas de Carlos V, apoyado por el papa León X y por Enrique VIII de Inglaterra, Francisco volvió a embarcarse en una guerra contra Carlos en Italia, pero fue derrotado y capturado en Pavía, el 25 de febrero de 1525. Encarcelado en España, fue rescatado y regresó a Francia en 1527. Entre 1536 y 1538 y entre 1542 y 1544 tuvieron lugar otra serie de guerras contra Carlos V, que finalizaron con la paz de Crépy (septiembre de 1544), por la que Francisco I abandonaba Nápoles y Sicilia y renunciaba a Flandes y Artois. En este período Francisco, aun cuando era católico, no dudó en aliarse con príncipes alemanes protestantes y con turcos musulmanes.
En marzo de 1536 se firmó la Alianza formal entre Solimán el Magnífico y Francisco I contra los Habsburgo. Esta alianza venía preparándose desde 1525 y había llegado a un cierto grado de cooperación. La alianza franco-otomana en realidad era contra la Liga Santa que reunía a los Habsburgo, el Papa y Venecia, y su aliado oriental, los Safavíes (paradójicamente de raza turca). Es cierto que el avance otomano contra Irán a principios del siglo XVI había sido perjudicial para los persas. Pero también es muy cierto que los safavíes, antes de esta respuesta aleccionadora, alentaron desde época temprana a fanáticos sectarios como los Qizilbash (“cabezas rojas”) para desestabilizar la administración otomana y no hicieron nada para entablar un diálogo islámico en pos de la unidad de acción contra los enemigos comunes de los musulmanes en la región, especialmente de los portugueses. Por el contrario, el Imperio otomano nunca conspiró en detrimento de los pueblos musulmanes y defendió como pudo el Dar al-Islam (“las tierras del Islam”). Más tarde, a fines del siglo XVI y principios del XVII, los safavíes con Abbás el Grande (1571-1629) intentarían infructuosamente una alianza con los ingleses contra la Sublime Puerta. Unos hermanos aventureros, Thomas Shirley (1564-1630), Anthony Shirley (1565- 1635) y Robert Shirley (1581-1628) viajarían a Isfahán y se pondrían al servicio safaví pero con relativa fortuna. Pero para Isabel I de Inglaterra (1533-1603) el enemigo número uno era España y los Habsburgo y convirtió a su reino en un estado aliado de los otomanos, concertando una alianza con el sultán Murad III (1546-1595), aquél que recuperó Fez de los portugueses (1578) y tuvo una larga guerra contra Austria (1593-1606).

El flamenco Ghiselin de Busbecq (1522-1592), embajador del emperador Fernando I de Habsburgo (1503-1564) en la Sublime Puerta, testimonia el gran temor que tenía la Liga Santa de una hipotética alianza de los musulmanes persas y turcos: «Sólo Persia se interpone a nuestro favor, pues el enemigo, cuando se dispone a atacarnos, debe permanecer atento a esta amenaza situada a sus espaldas… Lo único que hace Persia es retrasar nuestro destino final; pero no puede salvarnos. Cuando los turcos pacten con Persia, se lanzarán sobre nuestras gargantas, apoyándose en el poder de todo el Oriente. No me atrevo a decir hasta qué punto llega nuestro desamparo» (The Turkish Letters of Ogier Ghiselin de Busbecq, trad. inglesa de Edward Seymour Forster, Oxford, 1922, pág. 112).
Otro embajador bien distinto, el de Francisco I en Istanbul en 1543, el erudito francés Guillaume Postel (1510-1581), adquirió allí diversos manuscritos islámicos y a su regreso redactó la primera gramática del árabe clásico y creó la primera cátedra de árabe en París en 1549. Postel aprendió a leer y a escribir el árabe, el hebreo, el etíope, el armenio y el georgiano, y se convirtió en un estudioso de cuestiones místicas y esotéricas (cfr. Guillaume Postel: Las claves de las cosas ocultas, Indigo, Barcelona, 1997).

LA MARINA OTOMANA (1470-1669)
Si investigamos y analizamos concienzudamente la historia del Islam encontraremos que siempre fueron los occidentales y no los musulmanes quienes gestaron las guerras y conflictos, desde las Cruzadas (1095-1291) hasta la invasión del Líbano (1983) y la Guerra del Golfo (1991), pasando por la ocupación y expoliación de los territorios islámicos desde el siglo XVI al XX. Un ejemplo típico fue un masacre perpetrada a comienzos del siglo XV, cuando doce galeras al mando del «capitanio» veneciano Pietro Loredan (m. 1439) —luego ascendido a almirante—atacaron a una escuadra otomana ante Gallipoli, entre los Dardanelos y el mar de Mármara. Los prisioneros musulmanes capturados en la refriega fueron ejecutados sobre la marcha.; incluso los griegos e italianos que servían libremente a bordo de los navíos otomanos resultaron hechos pedazos a golpes de hacha y maza. Hacia 1470, medio siglo después, el sultán Mehmed II —conquistador de Constantinopla en 1453—se desquitará de semejante afrenta, cuando envía trescientas galeras, «una selva sobre el mar», al asalto de la gran base veneciana de Negroponto, en la isla de Eubea, en la costa oriental de Grecia, la cual fue capturada por los efectivos islámicos. La primera guerra Turco-veneciana (1463-1479) tiene como resultado que los venecianos pierdan definitivamente Eubea y deban pagar una suma considerable como indemnización de guerra. A partir de entonces, la talasocracia otomana será una realidad durante doscientos años y el Mediterráneo se convertirá una vez más en un lago musulmán como en la época de los fatimíes.
La segunda guerra turco-veneciana (1499-1503) acabó con resultados catastróficos para Venecia luego del revés sufrido en Zonchio, en el mar Jónico. La República de San Marcos fue desplazada del espacio griego continental (excepto de Nauplion y Monemvasía que fueron capturadas por los otomanos en 1540), perdiendo Durazzo, Naupacto, Methoni y Koroni, cuatro puertos importantes para su comunicación con el Oriente y Egipto, valiosas bases estratégicas para dominar el Mediterráneo oriental. En manos otomanas cae por añadidura el lucrativo comercio con los países del Oriente hegemonizado hasta entonces por los venecianos, que será compartido con los mercaderes judíos y armenios, aliados incondicionales de la Sublime Puerta.
A principios del siglo XVI, varios corsarios musulmanes toman el control de Argel, de Trípoli y de otros puertos de Berbería, en el Magreb (amenazado por los españoles y los portugueses desde comienzos del siglo XV), desde donde hacen incursiones de hostigamiento sobre las costas de Sicilia, Cerdeña y de Italia, y toman el control del Mediterráneo occidental.
Entre ellos sobresalen dos marinos griegos conversos al Islam originarios de Mitilene (Lesbos), fundadores del estado de Argel (cfr. J. Monlaü: Les Etats barbaresques, París, 1973). Son ellos Baba Aruÿ (1474-1518) y Jidr, llamado también Jairuddín (1476-1546) y apodado «Barbarroja» por los cristianos. En 1529 Jairuddín desalojó a las tropas imperiales de Carlos V del islote del Penón situado en la rada de Argel, y construyó allí el puerto fortificado. En 1533, Jairuddín logró evacuar miles de moriscos expulsados de España. El 27 de mayo de ese mismo año, el adalid de las galeras berberiscas hace su entrada triunfal en Estambul donde es nombrado al día siguiente beylerbey (“comandante en jefe”) de las islas mediterráneas, por el sultán Solimán el Magnífico. El 6 de abril de 1534 sería nominado kapudán-i dariá (“gran almirante del mar”) de la armada otomana (cfr. André Clot:Solimán el Magnífico, Emecé, Buenos Aires, 1985, págs. 125-129; Soliman le Magnifique, catálogo de la exposición del 15 de febrero al 14 de mayo de 1990 en Galeries Nationales del Grand Palais, París, 1990, pág. 43).
Jairuddín entonces reconquistó Túnez (1534) y obtuvo una serie de resonantes victorias sobre el almirante genovés Andrea Doria (1466-1560), logrando expulsar del Mar Egeo a la República de Venecia, arrebatándole veinticinco islas (cfr. P. Preto: Venezia e i Turchi, Florencia, 1975). Jairuddín y sus comandantes navales Dragut (Torgut Re’is) —un griego converso al Islam—, y Salah Re’is y Sinán Pashá, ambos musulmanes de origen judío, derrotaron con veintidós naves a una poderosa escuadra comandada por Andrea Doria —81 galeras venecianas, 36 pontificias y 50 españolas—. La batalla naval tuvo lugar en Preveza, en el mar Jónico frente a la costa epirota, el 28 de septiembre de 1538. Hacia 1541, los bajeles de Jairuddín alcanzaban las Baleares, Cádiz, la Riviera francesa (Niza) y surcaban las aguas del Danubio. Nunca, ni antes ni después de la flota de Barbarroja, llegó el Islam a disponer de semejantes nautas y poderío naval (cfr.Miguel A. Bunes y Emilio Sola: La vida y la historia de Hayradin, llamado Barbarroja, Ed. Universidad de Granada, Granada, 1997).
Mientras tanto, gracias a los esfuerzos del gran visir de Solimán, Ibrahim Pashá (1493-1536), los otomanos capturaron la isla de Rodas en 1522, que se había convertido en el cuartel general de los piratas catalanes y malteses, quienes con la ayuda de los caballeros de San Juan de Jerusalén, amenazaban cortar las comunicaciones turcas con Egipto. Ibrahim fue el artífice de la alianza político-militar entre Solimán I y Francisco I de Francia en marzo de 1536 dirigida contra los Habsburgo, Venecia y el Papado (cfr.I.Ursu: La politique orientale de François Ier,

París, 1908; R.B. Merriman: Suleiman the Magnificent, Cambridge, Mass., 1944). Durante la tercera guerra turco-veneciana (1570-1573), en la cual los otomanos le arrebatan Chipre a los venecianos, se formó una fuerte coalición entre venecianos, españoles y el Papa Pío V (20 de mayo de 1571), la Sacra Liga. Estas potencias al mando del hermanastro del rey Felipe II y represor de los moriscos granadinos, Juan de Austria (1545-1578) derrotaron a la armada otomana en la batalla naval de Naupacto o Lepanto (Grecia), el 7 de octubre de 1571. La diferencia a favor de los cristianos se debió principalmente al empleo de un nuevo tipo de embarcación, la galeaza, más veloz y mejor artillada. Sin embargo, aunque el combate duró sólo cuatro horas, debido en parte a que los turcos agotasen la munición, éstos no se amilanaron ante la adversidad, según testimonios de los propios cristianos: «se vio a un grupo de jenízaros luchando, cuando su derrota parecía inevitable, “y cuando no tenían ya más armas con las que atacarnos, reunieron naranjas y limones y empezaron a arrojárnoslos…”… A pesar de todo, y para horror de los vencedores, los turcos habían reemplazado todas sus pérdidas en siete meses y pudieron enviar a Occidente una gran flota de guerra… e incluso resultó posible copiar el “arma secreta” de los venecianos, pues para abril de 1572 estaban listas para entrar en servicio 200 galeras y 5 galeazas» (Geoffrey Parker: La Revolución Militar. Las innovaciones militares y el apogeo de Occidente, 1500-1800, Crítica, Barcelona, 1990, pág. 126).

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Durante el siglo XVII, otra provocación occidental condujo a un acto de represalia y los otomanos desalojaron a los venecianos de Creta. Todo comenzó cuando los caballeros de San Juan con base en la isla, junto con piratas francos, dálmatas, catalanes y mallorquines, comenzaron a asaltar barcos musulmanes indefensos que transportaban peregrinos a La Meca asesinando impunemente a las tripulaciones. Por tanto, los otomanos inician en 1645 sus operaciones contra Creta, conquistándola al cabo de varios años de encarnizados combates (1645-1669). Sin embargo, en esa época el poder naval de la Sublime Puerta se encontraba en franca decadencia. Mientras las potencias europeas (Inglaterra en primer lugar) renovaban constantemente sus flotas perfeccionado la artillería y las técnica de construcción y navegación, el quietismo embargaba los ámbitos navieros otomanos. Veamos la siguiente descripción escrita por el historiador turco Selaniki Mustafá Efendi que registra en su crónica la llegada del segundo embajador inglés a Estambul en 1593, Edward Barton, y el interés que demuestra por el poderoso navío en que arribó, superior a cualquier barco de la época (los ingleses había vencido a los 130 bajeles y los 28.000 hombres de la «Armada Invencible» de Felipe II entre el 31 de julio y el 3 de septiembre de 1588, lo que los convertía en aliados naturales de los otomanos; cfr. Carlos Gómez Centurión: La Armada Invencible, Anaya, Madrid, 1990): «El soberano del país de la isla de Inglaterra, que se encuentra a 3,700 millas marinas del Cuerno de Oro de Estambul, es una mujer(Isabel I, 1533-1603, la hija de Enrique VIII)que gobierna su reino heredado y mantiene su soberanía con absoluto poderío…Un barco tan extraño como éste nunca ha entrado en el puerto de Estambul. Cruzó 3.700 millas marinas y transportando 83 cañones, además de otro armamento… Era una maravilla de la época digna de ser mencionada» (Selaniki: Nuruosmaniye 184, citado por A. Refik, Türkler ve Kraliçe Elizabet, Estambul, 1932, pág. 9).
El último episodio donde estuvo empeñada la marina otomana fue en la batalla de Navarino del 20 de octubre de 1827, cuando la flota turcoegipcia (3 buques de línea, 19 fragatas y otros 50 veleros de diverso porte) al mando de Tahir Pashá fue derrotada
por la escuadra combinada (11 buques de línea y 9 fragatas) de Francia, Inglaterra y Rusia. La acción se recuerda como la última en la que participaron naves construidas enteramente en madera.
Véase sobre este tema las siguientes obras: Jurien de la Gravière: Les corsaires barbaresques et la marine de Soliman le Grand, París, 1887; Paul Achard: La vie extraordinaire des frères Barberousse, corsaires et rois d’Alger, París, 1939; R.C. Anderson:Naval Wars in the Levant, 1559-1853, Princeton, 1952; Salvatore Bono:I corsari barbareschi, Turín, 1964; A.C. Hess:The Evolution of the Ottoman Seaborne Empire in the Age of Discoveries, 1453-1525, The American Hist. Rev., vol. LXXV-7 (1970), págs. 1892-1919; M. Lesure: Lépante. La crise de l’empire Ottomane, París, 1971; G. Benzoni: Il Mediterraneo nella seconda metà del ‘500 alla luce di Lepanto, Florencia, 1974; M. Çizakça: Ottomans and the Arsenal registers of Istanbul, 1529-1650, en R. Ragosta, ed., Le genti del mar mediterraneo, II, Nápoles, 1981, págs. 773-787; Néstor Hugo Orsi: Trípoli de Berbería. Magia e historia de la tierra libia, Ediciones Cristal, Buenos Aires, 1988; Fernand Braudel: El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, 2 vols., FCE, México, 1992; Palmira Brummet:Ottoman Seapower and Levantine Diplomacy in the Age of Discovery, State University of New York, Albany, 1993; Alia Baccar Bournaz: Le Lys, le Croissant, la Méditerranée, L’Or du temps, París, 1995.

LAS CONSTRUCCIONES DE SINÁN
La Edad de Oro de la arquitectura otomana está presidida por la figura del gran arquitecto (en árabe mimar) Sinán y supone la concreción del vocabulario artístico otomano, mostrando sus propias particularidades.
Mimar Sinán (1495?-1588) nació en el seno de una familia armenia, en Ajrianos, en la región de Capadocia, Asia Menor. Fue reclutado en el cuerpo de jenízaros, en la guardia de corps del sultán Selim I (1512-1520), y combatió en las grandes campañas de las décadas de 1520 y 1530. El renombre de Sinán se cimentó en la campaña del sultán Selim en Valaquia, donde construyó un puente sobre el Danubio. Igualmente, llamó la atención de Solimán I el Magnífico por sus proezas como ingeniero militar en las campañas de Belgrado (1521), Rodas (1522), Hungría (1526), Viena (1529), Bagdad (1534), Corfú (1537) y Moldavia (1538). Nombrado arquitecto imperial en 1539, Sinán trabajaría para los sultanes otomanos durante medio siglo.
Sinán veía a la basílica de Santa Sofía, construida por el emperador Justiniano en Constantinopla (Estambul), como el gran reto de su vida. Y decidió superarla (cfr. Fotios Malleros K.: El Imperio Bizantino 395-1204, Centro de Estudios Bizantinos y Neohelénicos, Facultad de Filosofía, Humanidades y Educación, Universidad de Chile, Santiago, 1987, págs. 101-102; Ofelia Manzi: Constantinopla ante propia y ajenos. Aproximación a un análisis documental, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, Buenos Aires, 1994;). Construyó dos complejas mezquitas, que son sus obras maestras, la Suleimaniye para Solimán I, erigida entre 1550 y 1557, y la Selimiye Ÿamilevantada para Selim II (1569-1574), construida diez años más tarde en Adrianópolis (Edirne). Sinán escribe en su «Autobiografía» lo siguiente:«Los arquitectos de cierta importancia en países cristianos se sienten muy superiores a los musulmanes, porque hasta la fecha éstos jamás han realizado nada comparable a la cúpula de Santa Sofía. Gracias a la ayuda del Todopoderoso y al favor del sultán he conseguido construir para la mezquita del sultán Selim una cúpula que supera a la de Santa Sofía en cuatro zira (varas) de diámetro y seis de altura».
El estilo magnífico de Sinán abarcó múltiples construcciones, militares, civiles y religiosas. Edificó obras hidráulicas fabulosas como un sistema de captación de agua realizado entre 1554 y 1584 que mediante 55 kilómetros de conducto y más de una treintena de acueductos, alimentaba a unas 600 fuentes y baños públicos de Estambul. Uno de los acueductos es el de Uzunkemer, comenzado en 1563 y finalizado al año siguiente; despliega sobre 711 metros su doble ordenación de arcos, anchos y estrechos, sus contrafuertes y su camino de ronda, que se abrió en el grosor de los arcos. Su altura es de 25 metros. Otro es el de Kovukkemer, también llamado Egrikemer (“acueducto acodillado”), que pasa por encima del río de Kaghitane. Esta construcción monumental tiene 408 metros de largo y 35 de alto y se compone de tres pisos de arcos. Su aspecto actual es el que le dio Sinán. Los registros otomanos le atribuyen a Sinán 447 edificios, entre los que se pueden identificar 107 mezquitas, 52 mezquitas pequeñas, 45 mausoleos, 74 escuelas, 56 baños públicos (hammams), 38 palacios y 31 caravansarai (posadas). Veinte de estos edificios aun existen, la mayoría de ellos en Estambul, y hacen de la obra de Sinán la más abundante de las que se pueden admirar y estudiar. Por esa razón fue llamado el «Arquitecto de la morada de la felicidad». Fue, sin duda, el arquitecto más grande de la civilización islámica y uno de los más importantes de la historia de la arquitectura.

Sinán trabajó con una vitalidad admirable hasta la víspera de su muerte en 1588, con más de noventa años. Su mausoleo (ubicado en el extremo oeste de la calle del Mercado de Drogas), es la antigua casa donde vivió desde que terminó la Suleimaniye. Sinán está enterrado en el seno de un modesto y agradable jardín. Sobre el sarcófago de mármol, descansa un gran turbante similar al que llevaba el difunto en su calidad de gran arquitecto. El muro sur del jardín lleva una inscripción del poeta Mustafá Sa’i en honor de la labor de su amigo Sinán. Mustafá Sa’i habla también de Sinán en su Tezkere-ul Ebniye, donde pasa repaso a la lista completa de las obras del célebre arquitecto.
Véase Godfrey Goodwin: A History of Ottoman Architecture, Thames and Hudson, Londres, 1971; O. Aslanapa: Turkish Art and Architecture, Faber, Londres, 1971; Arthur Stratton:Sinan, Londres, 1972;Life in Istambul 1588: Scenes from a Traveller’s Picture Book, Bodleian Library, Oxford, 1977; Esin Atil: The Age of Suleyman the Magnificent, Nueva York, 1987; A.E. Burelli: La Moschea di Sinan, Cluva Editrice, Venecia, 1988; Thérèse Bittar: Soliman. L’empire magnifique, Découvertes Gallimard, París, 1994; Aptullah Kuran: Sinán. El maestro de la arquitectura otomana, Ed. Universidad de Granada, Granada, 1997.
El discípulo aventajado de Sinán, el Mimar Nahmut Agá, continuó la obra de su maestro y a las órdenes del sultán Ahmad I (1590-1617) construyó la bellísima Mezquita Azul entre 1609 y 1616. Este complejo tiene seis alminares o minaretes, 260 ventanas y dependencias para escuelas, hospital, caravansares y comedores — külliyeo “centro social completo” en el sentido islámico— (cfr. Pilar Tejera: Estambul. La Mezquita Azul, Revista Rutas del Mundo, No 89, Madrid, diciembre de 1997).

LE CORBUSIER EN ESTAMBUL
El arquitecto urbanista, pintor y escritor suizo nacionalizado francés Charles-Edouard Jeanneret (1887-1965), llamado Le Corbusier, realizó en 1911 un viaje a Turquía de siete semanas y escribió estos sentidos testimonios en su libro de viajes (La Voyage
d’Orient), que constituyen un alegato sobre la inefable belleza de la civilización islámica otomana:«Sobre cada cima de colinas que es la colina de Estambul, las “grandes mezquitas” se hinchan y relucen blancas, figuran en sus patios espaciosos rodeados de bonitas tumbas en los alegres cementerios. Los “hans” (vastas construcciones de piedra que rodean la mayor parte de las mezquitas) hacen de ellas un apretado ejército de pequeñas cúpulas y los aislados cipreses en los atrios desiertos, aúnan en su movimiento, a la alegría de los minaretes, la austeridad negra de su estatura rígida y sufriente; las arrugas de sus troncos expresan cuán venerables son. Ahí hay una serenidad sin límites. Lo llamamos fatalismo para deslucirla: llamémosla “Fe”. Una vez más que llamaré rosa —rosa azul—; azul porque azul es la horizontal del mar, y azul es el cielo. Ahora bien, aquí, no se ve nunca donde empieza uno y termina el otro. Es pues una fe ilimitada y sonriente… ¡Les he oído en su misticismo punzante, ante Alá, la esperanza! Y he adorado todo lo que era suyo, ese mutismo y sus rígidas máscaras —esa súplica a lo Desconocido y su credo doloroso en sus bellas plegarias. Y después, mi oreja se hartó de sus pasmos de alma, en noches de luna y en noches completamente oscuras de Estambul. ¡Y esas melopeas ambulantes de todos los “muezzins” sobre todos los minaretes, cuando llaman y cantan! Inmensas cúpulas se cierran sobre el misterio de puertas cerradas, minaretes se disparan en el triunfo del cielo; cipreses verde-negro sobre la cal de las paredes, sacuden rítmicamente su cabeza, tal como lo han hecho desde hace siglos, graves, inderrotables. Se ve siempre un retazo de mar. Unas águilas planean, trazando por encima de la geometría de las mezquitas un círculo perfecto… Dentro de cada mezquita se reza y se canta. Te has lavado la boca, la cara, las manos y los pies; y te postras ante Alá, las frentes golpean las esteras; salen roncas quejas, ritmadas según un rito admirable. Sobre su tribuna, dominando la llanura de la nave, acurrucado, de pie, de cara a tierra, con las manos en gesto de adoración, el imán responde al imán del mihrab que conduce la plegaria. A los extranjeros se les ha echado fuera… Sin embargo, he podido asistir a eso, acurrucado en la sombra de una hornacina y quizás debido al aspecto perfectamente dichoso que no podía disimular. Son millones en todo el Islam, los que en el mismo minuto miran hacia la negra Kaaba en la Meca, abriendo los brazos…Las grandes mezquitas se mantienen irreductibles en su cinturón de “hans”. ¡Bajo la caricia de las llamas relucen como de alabastro, más místicas que nunca, invulnerables templos de Alá!… Terminado en Nápoles el 10 de octubre de 1911 por Charles-Edouard Jeanneret. Releído el 17 de junio de 1965, en el 24 de Nungesser et Coti, por Le Corbusier» (Charles-Edouard Jeanneret: El Viaje de Oriente, Colegio de Aparejadores y Arquitectos Técnicos, Murcia,1993, págs. 87- 90 y 188).

EL FENÓMENO DE LA TURCOMANÍA
Con la multiplicación de los intercambios diplomáticos entre la corte de Luis XIV (1638-1715), «le Roi-Soleil», y los soberanos mogoles, persas y turcos, el Islam se presentó como un universo encantado y misterioso para la imaginación europea. Fue la época en que comenzaron las costumbres, la moda y la música «a la turca». El dramaturgo y actor francés Jean Baptiste Poquelin, llamado Molière (1622-1673)— inspirado en las características de dos embajadas otomanas llegadas a París en 1640 y 1669—, se complacerá en poner en escena a «El burgués gentilhombre» (1670), fascinado por el «Gran Mamouchí», a quien intentará imitarle el vestuario. (cfr. C.D. Rouillard: The Turk in French History, Thought and Literature, 1520-1660, París, 1941). Es muy original la historia del noble y militar francés Claude-Alexandre, Conde de Bonneval (1675-1747). Entre 1691 y 1704 revistó en el ejército francés, siendo ascendido a coronel de artillería (1701). Luego de ser juzgado injustamente en una corte marcial, por una supuesta ofensa contra la favorita del rey Luis XIV, Françoise d’Aubigné, Madame de Maintenon (1635-1719), abandonó Francia y hacia 1729 llega a Estambul y se convierte al Islam con el nombre de Ahmad. Entra a servir en el ejército otomano con la jerarquía de pashá y el rango de comandante de artillería. Se destacó en la guerra contra Rusia (1737-1739) y Persia (1743-1746).

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Desde fines del siglo XVII, numerosos pintores como Jean Baptiste Van Mour (1671- 1737), Nicolas Lancret (1690-1747); Jean-Etienne Liotard (1702-1789), Jacques André Joseph Aved (1702-1766); François Boucher (1703-1770); Carle André Van Loo (1705-1765), Antoine de Favray (1706-1798), Joseph-Marie Vien (1716-1809) y Jean-Honoré Fragonard (1730-1806) sucumbieron ante la fiebre de la turcomanía, tan en boga en Francia durante todo el siglo XVIII, y plasmaron todo tipo de turqueries (cfr. Auguste Boppe: Les Peintres du Bosphore au XVIIIe Siècle, ACR, París, 1989).
El pintor pastelista, dibujante y grabador suizo Jean Etienne Liotard (1702-1789), adopta para su uso cotidiano ropas musulmanas luego de sus viajes a Atenas y Estambul (1738-1743). Entre sus obras figura aquella que muestra a la princesa María Adelaida de Francia vestida a la turca, que se conserva en la Galería de los Ufizzi de Florencia. Es célebre su «Autorretrato» que lo muestra luciendo una espesa barba y atavíos otomanos.
Un personaje de excepción fue el general francés Jean Baptiste Annibal Aubert- Dubayet. Nacido en Nueva Orleans (Louisiana) en 1757, participó en la Revolución Americana como teniente a las órdenes del marqués de Lafayette (1757-1834) y luego en la Revolución Francesa desde el comienzo, siendo elegido diputado de Isère en la Asamblea Legislativa. Luego de combatir contra los austríacos y los monárquicos de la Vendée y ser ascendido a general, en 1795 fue nombrado ministro de la Guerra. El 8 de febrero 1796 fue enviado por el Directorio a Estambul como embajador plenipotenciario y asesor militar. Aubert-Dubayet llegó a la «Sublime Puerta» (Bab-i Alí) con un grueso contingente de oficiales de ejército y marina y en poco tiempo abrió varias escuelas y centros de entrenamiento militar para reorganizar las obsoletas fuerzas armadas otomanas, teniendo como hipótesis de conflicto la guerra contra Inglaterra. Aubert-Dubayet aprendió el turco y se dedicó al estudio de diversos temas islámicos; también fundó una biblioteca con 400 libros europeos entre los que se contaba la Grande Encyclopédie, y exigió que los militares otomanos aprendieran el francés. El 17 de diciembre de 1797, Aubert-Dubayet falleció en Estambul, dejando inconclusos sus numerosos planes y proyectos, que teniendo en cuenta la expedición de Bonaparte a Egipto y la India del año siguiente, y el rol preponderante del Imperio Otomano en esa estrategia, muy probablemente hubiesen cambiado el curso de la historia.

La música «a la turca»
El Imperio otomano fue el primer estado de Europa en contar con una organización de música militar permanente: la Mehterhané o banda militar, desde 1289. La Mehter era una unidad del cuerpo de élite de los jenízaros cuyo trabajo principal era erigir la tienda del sultán durante las expediciones y de disponer de una orquesta que simbolizaba el poder del soberano.
La Mehterhané incluía tambores, chirimías (zurnás), clarinetes, triángulos, platillos (zil), crótalos (campana de bola), timbales de guerra (kösynaqqara) —que se colocaban sobre los lomos de los camellos—, sombrero chino (chogun) y bombo (davul). Con el tiempo, cada cuerpo del ejército otomano disponía de por lo menos una mehterhané. Los otomanos fueron también los primeros en utilizar la banda militar en medio de las batallas con un doble fin; estimular el espíritu de combate y al mismo tiempo amedrentar al enemigo con sus vibrantes candencias. Según documentos históricos, sabemos que a fines del siglo XV había más de dos mil trescientas cuarenta «Mehter» solamente en Estambul.
Para los desfiles, los jenízaros mehters transportaban sus timbales sobre caballos, camellos o elefantes. Cuando no ejecutaban piezas instrumentales, solían formalizar procesiones corales con breves fórmulas musulmanas: «¡Dios Misericordiosísimo!» (Rahim Allah), «Dios Generosísimo» (Karim Allah). Esta marcha con el ritmo de estos refranes se convertía en una suerte de danza ritual al estilo sufí tomada de la Bektashí —la hermandad mística a la cual todo jenízaro se enorgullecía de pertenecer—, puntualizada por un suave vaivén de izquierda a derecha.
Los instrumentos eran fabricados y mantenidos por entre 150 a 200 especialistas, en su mayoría griegos y armenios acantonados cerca del Palacio Topkapi.
La influencia de la Mehter en la música militar europea duró hasta bien entrado el siglo XIX. Napoleón Bonaparte organizó sus bandas militares al modo otomano dotándolas de instrumentos típicos turcos como los címbalos y los timbales y lanzándolas al frente de guerra en el momento preciso.
Esta música jenízara, llamada música alla turca, tuvo una influencia importantísima en compositores como Christoph Willibald Gluck (1714-1787) —”El peregrino de La Meca”, “Ifigenia en Táuride”—, Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) —Marcha de los Jenízaros de “El rapto del serrallo”, “Rondó alla turca de la sonata para piano en La mayor K. 331″—, Michael Haydn (1737-1806) —”Zaire”, “Marcha turca”, “Sinfonía Militar”—, y Ludwig van Beethoven (1770-1827) —Marcha turca de “Las ruinas de Atenas” y el finale de la Novena sinfonía—.
Giuseppe Donizetti, un hermano del compositor Gaetano Donizetti (1797-1848), fue enviado a Estambul en 1827 por un acuerdo entre las autoridades otomanas y sardas para que un músico europeo se hiciera cargo de la enseñanza musical de un grupo de instrumentistas turcos. Donizetti en poco tiempo fue designado como encargado de la escuela imperial otomana de música y creó un nuevo estilo en las bandas militares otomanas incorporando tambores y trompetas. Por sus méritos el lombardo logró el título de miralay y más tarde de pashá. Donizetti organizó una orquesta para tocar frente al sultán Mahmud II (1785-1839). En un libro publicado en 1832, un viajero inglés da su impresión sobre este conjunto:«… fue un inesperado obsequio para mí, en los bancos del Bósforo, escuchar la música de Rossini, ejecutada honrosamente por el profesor, Signore Donizetti. Al llegar al embarcadero de palacio, encontramos a la banda que estaba tocando. Me sorprendió cuán jóvenes eran los instrumentistas, y más aun que fueran todos ellos miembros de la corte, educados para entretener al sultán. Su capacidad de aprendizaje, la cual Donizetti me informó que hubiera sido excepcional incluso en Italia, demuestra que los turcos son músicos por naturaleza» (A. Slade: Records of Travel in Turkey, Greece…, Londres, 1832, págs. 135-36).
Diversos especialistas señalan las cosas en común que tienen las bandas de jenízaros y las del carnaval de Nueva Orleans: címbalos, clarinetes, grandes bombos, en una palabra, un gusto sano por el volumen y el ritmo. Incluso el estilo de las bandas del director norteamericano John Philiph Sousa (1854-1932) —que compuso cerca de 140 marchas como «Semper Fidelis», «Barras y estrellas para siempre», «El rey del algodón» y «El capitán», que son las más famosas de las fuerzas armadas estadounidenses—, y las del compositor y militar británico, el mayor Frederick Joseph Ricketts, más conocido por Kenneth Alford (1881-1945) —autor de las no menos célebres «Coronel Bogey» (de la banda sonora de “El puente sobre el Kwai”) y «La voz de los cañones» (utilizada en la película “Lawrence de Arabia”), son un calco de las mehterhané otomanas.

LADY MONTAGU
Lady Mary Wortley Montagu (1689-1762) fue una poetisa y escritora inglesa del siglo XVIII. Intrépida viajera, tuvo la fortuna de acompañar a su esposo, el embajador británico Lord Edward Wortley Montagu (m. 1761), por países de Europa y Africa y describir sus travesías en un epistolario que fue publicado póstumamente. Políglota — hablaba fluídamente griego, latín, alemán, francés e italiano—, hizo una magnífica definición de la función del libro: «Ningún entretenimiento es tan barato como la lectura, ningún placer es tan duradero. Si una mujer puede disfrutar de una obra literaria, no buscará nuevas modas, ni diversiones costosas, ni companías variadas». En 1717 llegó a Estambul y escribió esto entre muchos otros apuntes: «Es muy fácil ver que ellas (las mujeres musulmanas turcas) tienen más libertad que nosotras… El sistema judicial inglés es demasiado rígido y a menudo injusto, pero en cambio la Ley otomana es más apropiada y mejor ejecutada que la nuestra…». Comentando una reunión en la que fue agasajada con regalos, música y manjares, dice: «Me retiré con las mismas ceremonias de antes, y no pude menos que creer que había estado algunas horas en el paraíso de Mahoma, tan sorprendida estaba de lo que había visto» (cfr. The Complete Letters of Lady Mary Wortley Montagu, vol. 1, 1708- 1720, Robert Halsband, Oxford, 1965; Lily Sosa de Newton: Lady Montagu a campo traviesa, Otros Países y Continentes No 12, Buenos Aires, oct-nov-dic 1995, pág. 12).

EL CAFÉ Y LAS MEDIALUNAS
Una historia de Arabia del siglo VIII cuenta que un camellero yemenita caía en el más profundo sueño cada vez que intentaba poner su vista en el Sagrado Corán, luego de su agobiante jornada de labor. Pensando en su desgracia, mientras observaba a los dromedarios comprobó que cuando éstos comían los frutitos colorados del café, comenzaban a padecer una intensa agitación. Decidió entonces probar los misteriosos frutos que resultaron un éxito para sus veladas nocturnas. Y así lo convirtió en costumbre, imaginando que se trataba de un mensaje divino para que no se durmiera a la hora de leer el Corán. La noticia se divulgó por toda la península arábiga y especialmente en la vecina ciudad de Moja o Mokha, a orillas del Mar Rojo, cuyo manera de preparar el café se hizo célebre. De allí partirían las primeras exportaciones hacia todas partes del mundo.
La voz árabe qahwa, a través del turco kahvé, originó la palabra «café», que en los siglos XVII-XVIII fue incorporada al castellano y a otras lenguas europeas: caffé en italiano, café en francés; coffee en inglés; kaffee en alemán.
El cafeto (Coffea arabica) comenzó a cultivarse en el Yemen y en los asentamiento árabes de las altiplanicies de Etiopía, en la otra orilla del Mar Rojo. Ya en el siglo X, el gran médico musulmán Razes (ver aparte) señaló las virtudes profilácticas de la infusión.
En el Yemen, a fines del siglo XIII, los sufíes ingerían una cocción de vainas de cafeto cuando necesitaban mantenerse despiertos por la noche para llevar a cabo sus súplicas y jaculatorias. A finales del siglo XV, los peregrinos musulmanes que regresaban de Arabia difundieron el café por todo el Medio Oriente y el Magreb.
En Irán, en la época safaví, se hicieron una costumbre las qahvéjaneh (“cafeterías”). Los historiadores otomanos dan cuenta que su introducción en Estambul tuvo lugar hacia 1555 por obra de dos sirios, que abrieron las primeras cafeterías, establecimientos que de inmediato tuvieron un éxito sensacional.
Noemí Schöenfeld de Moguillansky cuenta en su libro «Repostería europea y algo más» (Edit. Albatros, Buenos Aires, 1994, pág. 249) que los vieneses fueron los primeros en aprender a preparar el café a la turca en Europa, lección aprendida cuando la ciudad fuera sitiada por el ejército otomano de 200 mil soldados comandados por Kara Mustafá, entre el 17 de julio y el 12 de septiembre de 1683: «…tras el largo fracasado cerco de Viena, las tropas otomanas abandonaron buena parte de las provisiones que llevaban para el asedio. Entre ellas, una auténtica riqueza en café, que en grandes cantidades resultaba uno de los alimentos básicos para el ejército. La historia de la vida cotidiana, de un modo un tanto pintoresco, pone ese hecho en relación con la creación del croissant, la media luna o creciente, fabricada por el heroico gremio de los panaderos de la ciudad para conmemorar su participación en la defensa de la ciudad. La media luna islámica, sujeta por la mano de los vieneses, pronto resultó un producto normal de la pastelería» (Pedro Martínez Montávez y Carmen Ruíz Bravo-Villasante: Europa Islámica. La magia de una civilización milenaria, Anaya, Madrid, 1991, pág. 149).
Efectivamente, fueron los panaderos de Viena quienes inventaron elcroissanto cruasán (en francés, “creciente”), llamado en alemán kipfel, durante el asedio otomano de 1683. Copiaron la forma de este pastel hojaldrado del emblema tradicional de los estandartes otomanos en forma de medialuna creciente.
Un astuto empresario armenio, llamado Johannes Diodato, tras haber descubierto que los granos de café abandonados por los osmanlíes no era pienso para los camellos, como se había llegado a pensar, abrió la primera cafetería en Viena llamada «La Botella Azul», en 1685.
Desde entonces el café se transformó en un motivo de orgullo y no existe cafetería vienesa que no ofrezca menos de diez variedades. Así se puede elegir un «Grosser Einspäner» (café negro caliente con un copete de crema batida), un «Eiskaffe» (café negro frío, con hielo, una bola de helado de vainilla y crema batida, servido en vaso), un «Melange» (café con leche y copete de crema batida), un «Kurzer» (expresso negro y fuerte), un «Kapuziner» (Capuccino) o un «Türkischer Kaffe» (el típico café a la turca, al que también llaman Mokka). Hoy se da la paradoja de que Viena es uno de los centros urbanos centroeuropeos con una mayor población de inmigrantes turcos.
El café entró en Francia hacia 1669, de la mano de un embajador otomano que lo ingresó exprofeso por valija diplomática. Debió quedar bastante sorprendido cuando las señoras parisinas que asistieron a su recepción añadieron azúcar al humeante brebaje servido en preciosas tacitas, ya que por entonces los musulmanes lo bebían puro. En el siglo XVIII los europeos sentían pasión por el «desayuno a la parisién»… el café con leche azucarado con medialunas. Eso sí, casi ninguno sabía el origen de semejante excentricidad. Este hábito, con el tiempo, se haría universal como una forma de empezar activamente la jornada o despejar la somnolencia durante la tarde o la noche. Recientemente, diversos investigadores han asegurado que el café, consumido moderamente, es el mejor remedio para evitar el aumento del colesterol en la sangre (cfr. Michel Vanier: El libro del amante del café, Olañeta, Palma de Mallorca, 1983).

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LA HISTORIA DE DRÁCULA
Desde el siglo XV, muchos escritores orientalistas han tratado de presentar la historia islámica y otomana haciendo descripciones de las supuestas perversidades de los musulmanes, atribuyéndolas a una innata característica. De lo que nada dicen estas mismas fuentes es de las atrocidades cometidas por los cruzados contra el Islam, que fueron continuadas por los hospitalarios, catalanes y venecianos en el Mediterráneo contra los otomanos entre los siglos XV y XVII.
Una historia verídica arteramente ignorada es el de dos príncipes rumanos de la dinastía Basarab que reinó en Valaquia entre 1330-1658. Son ellos Vlad Dracul o Vlad «el Diablo» (g. 1436-1447), y Vlad Tepesh o Vlad «el Empalador» que llevaron al escritor irlandés Bram Stoker (1847-1912) para escribir su cuento de terror «Drácula» en 1897, inspirada en sucesos reales acaecidos en Valaquia, Moldavia y Transilvania, en la región de los Cárpatos. Ambos, Vlad Dracul y Vlad Tepesh fueron notorios depravados que violaban a los muertos musulmanes y bebían su sangre, un caso de necrofilia y vampirismo poco común en la historia de Occidente pero tan real como el canibalismo demostrado por los francos de la primera cruzada que vimos con detalle en la primera clase. Vlad Tepesh, por ejemplo, llegó a empalar a dos mil musulmanes turcos — de allí el apodo de “el Empalador”— a lo largo de la margen derecha del Danubio, que no fue azul precisamente sino que se tiñó de rojo. El hecho que los occidentales se refocilen con esas tendencias humanas repugnantes no es muy edificante y civilizador que digamos. La abundante filmografía sobre el particular es notoria, desde el Drácula de Bela Lugosi de 1931 al Drácula de Francis Ford Coppola de 1992. Ni que hablar si seguimos la lista con otras realizaciones similares como «La danza de los vampiros» (1967) de Roman Polanski o «Nosferatu el Vampiro» (1979) de Werner Herzog.

ASTRÓNOMOS Y MATEMÁTICOS
El primer gran observatorio astronómico fue establecido en Estambul por el sabio de origen sirio Taqi al-Din Mehmed (1525-1585) en 1575, con los parámetros del construido en Samarcanda en 1428 por el sabio musulmán mogol Ulug Beg (1394- 1449) en Samarcanda en 1428. Vale acotar que este observatorio no tenía nada que envidiarle al que el astrónomo danés Tycho Brahe (1546-1601) instaló en la isla de Ven, en Bohemia, — teniendo al alemán Johannes Kepler (1571-1630) como asistente—, considerado el más avanzado de la Europa cristiana.
El matemático otomano Musa Pashá, llamado Kadizadeh, sucedió a Ulug Beg como director del observatorio. Otro discípulo de Ulug Beg, Alí Kushçu (m. 1474) fue invitado a venir a estambul por el sultán Mehmed II e inauguró una era brillante de la astronomía y matemáticas en la civilización otomana. Los discípulos de Kushçu, Mollah Lutfí (m. 1494) y Mirim Çelebi (m. 1525). También bajo el patronazgo de Mehmed II descolló el astrónomo y matemático Mehmed al-Fanarí.

GEÓGRAFOS Y VIAJEROS
Piri Reis
Pir Muhiiuddín Reis (1465-1554), más conocido como Piri Reis, fue uno de los más famosos cartógrafos del Islam y uno de sus más experimentados almirantes (kapudán- i dariá de la marina otomana, ver aparte). Su Kitab-i Bahriyya (“Libro del Mar”), escrito en 1521, y aumentado en 1525, es un portulano (carta marítima de fines de la Edad Media y comienzos del Renacimiento, que precisaba la ubicación de los puertos y el contorno de las costas). En este trabajo aparece un mapa de América (incluido en su mapamundi), que es una copia del mapa confeccionado por Cristóbal Colón en 1498 (cfr. Argentina en un mapa del almirante Piri Reis, revista “El Mensaje del Islam” No 11, Buenos Aires, abril 1995, págs. 48-55). Piri Reis y Sidi Alí Reis (otro gran almirante otomano) se dedicaron incluso a profundizar en los estudios de geografía y astronomía náutica. Véase A. Vambery (trad. y ed.): Travels and Adventures of the Turkish Admiral Sidi Ali Reis, Londres, 1899; P. Kahle: Piri Re’is Bahriye, Das türkische Segelhandbuch für das Mittelländische Meer vom Jahre 1521, Berlín-Leipzig, 1926; Piri Reis: Kitab-i Bahriye, Estambul, 1935.

Katib Çelebi
El polímata otomano Katib Çelebi (1609-1657), llamado Haÿÿi Jalifa, fue un notable enciclopedista y políglota, autor de trabajos geográficos, que incluyen datos históricos, lingüisticos y sociológicos, como Irshad al-hayara ila tarij al-Yunan ua’l- Rum ua’l-Nasara,Fezleke(Estambul, 1276 A.H.), yMizán al-haqq fi ijtiyar al- ahaqq(publicado en Estambul en 1268 A.H.; cfr. traducción inglesa de G.L. Lewis: The Balance of Truth, Londres, 1957). Véase Hajji Khalifeh: The History of the Maritime Wars of the Turks, trad. James Mitchell, Londres, 1831.

Evliya Çelebi
La tradición de la rihla prosiguió en diversas partes del mundo musulmán y, bajo los otomanos, fue cultivada por Ibn Darwish Mehmed Zilli, conocido como Evliya Çelebi (1611-1684), autor delSeyahatnamé, también llamadoTarihi seyyah, importante fuente sobre los pueblos del imperio otomano, de historia y aspectos geográficos y sociológicos que comprende diez volúmenes (cfr. Korkut M. Bugday: Evliya Çelebis Anatolienreise aus dem dritten Band des Seyahatname, Leiden, 1996).
Evliya Çelebi viajó por Hungría y Austria, y visitó la esplendorosa ciudad de Viena (la antigua Vindobona “la ciudad blanca”) «con el ojo avizor de un guerrero de frontera». El siglo XVII se caracterizó por los enfrentamientos entre otomanos y austríacos que culminó con el infructuoso segundo sitio (el primero fue entre el 27 de septiembre y el 15 de octubre de 1529) de la capital a orillas del Danubio entre el 17 de julio y el 12 de septiembre 1683 por parte del ejército del visir Kara Mustafá (1634-1683), el cual se dejó sorprender por la columna aliada franco-germana-polaca de socorro al mando de Carlos de Lorena (1643-1690) y Juan III Sobieski (1629- 1696) —véase M. Smets: Wien in und aus der Türken Bedrängis, 1529-1683, Viena, 1893; Richard Kreutal: Kara Mustafa vor Wien: Das Turkische Tagebüch der Belägerung Wiens 1683, verfasst von Zeremonienmeister des Hohen Pforte, Graz, 1960; David G. Chandler: Atlas of Military Strategy. The Art, Theory and Practice of War, Islam versus Christianity, Arms and Armour Press, Londres, 1996, págs. 54-59.

Evliya Çelebi fue sin duda un gran viajero y un gran romántico, a veces fantasioso cuando se refiere a una obvia mítica expedición de cuarenta mil jinetes tataros a través de Austria, Alemania, y Holanda hacia el Mar del Norte. Su estilo literario es excelente y destacan la minuciosidad y precisión de sus descripciones geográficas, de personas y grupos sociales. Por ejemplo, sobre la Casa Real de Austria opina lo siguiente: «Por la Voluntad de Dios Todopoderoso, todos los emperadores de esta casa son igualmente repulsivos en su aspecto. Y en todas las iglesias y casas, así como en las monedas, el emperador es representado con su feo rostro, y ciertamente, si cualquier artista osara retratarlo con un bello semblante sería ejecutado, pues él considera que así lo desfiguran. Estos emperadores están orgullosos de su fealdad». Sin embargo, otros juicios de Evliya Çelebi sobre la sociedad austríaca son altamente favorables e incluso halagadores. Sobre las mujeres vienesas dice que «gracias a la pureza del agua y al buen aire son hermosas, altas, de esbelta figura y rasgos nobles». También pondera las excelencias de la vasta y bien cuidada biblioteca de la catedral de San Esteban.
Evliya en sus narraciones, a diferencia de otros viajeros y escritores musulmanes, evita cuidadosamente cualquier comparación explícita entre aquello que vio en Austria y lo que él y sus lectores conocen en casa. En las historias magistrales con las cuales entretiene a su público, importantes y detallados señalamientos pueden apreciarse acerca del ejército, el sistema judicial, la agricultura, así como sobre las características topográficas y edilicias de la ciudad capital. Véase Evliya Çelebi: Narrative of Travels in Europe, Asia and Africa, (2 vols.). traducción parcial de J. von Hammer, Londres, 1834; Evliya Çelebi: Viajes, (10 vols.), Editado por N. Asím, Kilisli Rifat y H.N. Orkun, Estambul, 1896-1938 (en turco); A.A: Pallis: In the Days of the Janissaires, Selections from Evliya Çelebi, Londres, 1951; R.F. Kreutel: Im reiche des Goldenen Apfels, Graz, 1957; K. Teply: Evliya Çelebi in Wien, Der Islam, Viena, 1975.

HISTORIADORES
Kemal Pashazadeh
Shamsuddín Ahmad Ibn Solimán Ibn Kemal Pashazadeh (1468-1534), es uno de los primeros historiadores otomanos. Fue alumno del gran teólogo Mollah Lutfí (m. 1494). Poeta y teólogo, fue comisionado por el sultán Bayaceto II (1447-1512) para escribir una historia llamada Tevarihí Al-i Osman, que abarca el período otomano entre 1481 y 1526 (Bayaceto o Bayazid fue el sultán que le abrió las puertas y brindó protección a los judíos que emigraron de la Granada islámica, conquistada en 1492 por los Reyes católicos). Más tarde, fue designado Sheij al-Islam por el sultán Solimán el Magnífico. Véase A.J.B. Pavet de Courteille: Histoire de la campagne de Mohacz par Kemal Pacha Zadeh, París, 1859.

Tashkopruluzadeh
Ahmad Tashkopruluzadeh (1495-1561) es uno de los primeros historiadores otomanos. Es autor de cuatro grandes trabajos escritos en árabe. Uno es el Nauádir al- Ajbar(“Curiosidades de la historia”), que es un diccionario, clasificado alfabéticamente, de los hombres ilustres del Islam. Shaqaiq an-Numania (“Las anémonas”), es una obra consagrada a la biografía de 522 hombres ilustres, ulemas y místicos del imperio otomano. El tercero es el Miftah as-Sa’ada ua Misbah as- Siada (“Llave de la felicidad y linterna de la maestría”). Esta es una enciclopedia terminada hacia 1560, sobre el objeto de las ciencias. El cuarto es Maudu’at at al- ‘ulum, una enciclopedia de las ciencias. En este período también destacaron dos importantes pensadores e historiadores de origen libanés, adherentes a la escuela shií: Nuruddín Alí al-Karakí (1466-1534), y Zain al-Din al-Amilí (m. 1539). Véase Tashköpruluzadeh: Es-Saqaiq en-no’manijje, enthaltend die Biographen der türkischen un im osmanischen Reiche wirkenen Gelehrten, Derwisch-Scheikh’s und Artzte, traducido por O. Rescher, Constantinopla-Gálata, 1927.

Peçeví
Otro historiador otomano importante fue Ibrahim-i Peçuy, generalmente conocido como Peçeví (1574-1649), cuya historia cubre el período de 1520-1639. Nació en la ciudad húngara de Pecs y su madre era de una familia serbia islamizada. La crónica de Peçeví contiene elementos pocos conocidos en detalle como los pormenores de la gran batalla de Mohács (29-30 de agosto de 1526), en la que los veinte mil caballeros y campesinos del rey Luis de Hungría (muerto en la refriega) fueron derrotados por las tropas de Solimán el Magnífico; la alianza entre otomanos y franceses para realizar operaciones navales conjuntas contra España en 1552 y además una reseña de la insurrección morisca en España entre 1568-1570 y del decisivo combate naval de Lepanto (7 de octubre de 1571).
En 1635 Peçeví escribe: «Los ingleses infieles trajeron en el año 1009 H. (1601) el fétido y nauseabundo tabaco y lo vendieron como un remedio para curar —según ellos— ciertas enfermedades producidas por la humedad» (cfr. F. von Kraelitz- Greifenhorst: Der osmanische Historiker Ibrahim Pecewi, Der Islam, Viena, 1918, págs., 252-60; Bernard Lewis:Istanbul and the Civilization of the Ottoman Empire, Norman, Oklahoma, 1963; Tarij Peçevi, Estambul, 1283 A.H.;

Naima
Mustafá Naima (1655-1716) es uno de los más grandes historiadores otomanos. Su crónica llamada Tarij-i Naima cubre el período del año 1000 a 1070 de la era islámica (1591 a 1659 de la era occidental). Véase M. Naima: Annals of the Turkish Empire from 1591 to 1659, traducido por C. Fraser, Londres, 1832.
En este mismo período se destacan otros dos cronistas como Husain Ibn Ÿa’far Hezarfen (m. 1691), conocido por su trabajo titulado Tenkih al-Tevarih (completado en 1673; véase H. Wurm: Der osmanische Historiker Huseyn b. Ga’fer, gennant Hezarfenn, Freiburg im Breisgau, 1971), y Ahmad Dede Ibn Lutfullah, llamado Muneÿÿimbashí (1631-1702), astrólogo en jefe del sultán Mehmed IV (g. 1665-1687), y autor de una gigantesca historia universal (Ÿami ad-duwal) que fue titulada en turco Sahaif-ul-Ajbar (Estambul, 1869).

MÉDICOS
El primer gran médico otomano fue Hayyí Bashá Jidr al-Ayidiní (siglo XV), que vivió en El Cairo y escribió el Kitab shifá al-asqam wa dawa al-alam (“Libro de la curación de la enfermedad y del remedio de las penas”). Otro gran facultativo otomano fue Muhamad al-Qausuní (siglo XVI), médico de los sultanes Solimán I el Magnífico (1494-1566) y Selim II (1524-1574), que redactó un tratado sobre las hemorroides llamadoKitab zad al-masir fi ‘ilaÿ al-bawasir(“Libro de la Provisión para la Curación de las Hemorroides”). En el siglo XVII sobresalió Salih Ibn Sallum, médico de Murad IV (1612-1640), que estudió la obra del controvertido médico y alquimista suizo Philippus Aureolus Theophrastus Bombastus von Hohenheim, llamado Paracelso (1493-1541).

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El primer tratado otomano sobre la sífilis fue presentado al sultán Mehmed IV en 1655, basado en un famoso trabajo de Girolamo de Verona (1483-1553), con algunos préstamos de las investigaciones de Jean Fernel (1497-1558) sobre el tratamiento de esta enfermedad. Sin embargo, como fácilmente se puede comprobar, la medicina otomana estaba atrasada sobre éste y otros temas en más de un siglo con respecto a la de los europeos.
En el imperio otomano junto a los facultativos musulmanes se destacaron griegos como Panagiotis Nicussias (m. 1673), graduado en la Universidad de Padua, y Alexandros Mavrocordátos —no confundirlo con el patriota homónimo de la independencia helénica que vivió entre 1791-1865—, y el cretense convertido al Islam Nuh Ibn Abdulmennan.

Médicos judíos al servicio del Islam
También numerosos médicos judíos, aportaron conocimiento y experiencias a los musulmanes otomanos, como es el caso de Manuel Brudo, llamado a veces Brudus Lusitanus, «Brudo el Lusitano», un criptojudío portugués que escapó de Portugal en 1530 y al llegar a Estambul pudo practicar el judaísmo con entera libertad. Moshé Hamón y Musa Ÿalinus al-Israilí (Moisés, el Galeno judío) fueron dos eminentes médicos judíos que se destacaron en la época del sultán Solimán el Magnífico.
Hayatizadeh Feizí (m. 1691), famoso por sus obras médicas escritas en turco basadas en fuentes occidentales, fue un judío converso al Islam que fue el jefe de los médicos de la corte otomana bajo el gobierno de los sultanes Muhammad IV (1648-87) y Solimán Ibrahim II (1687-1691).

La inoculación de la viruela
La viruela era una de las principales causas de mortalidad en el siglo XVIII. Se trataba mediante la inoculación, en personas sanas, de sustancias extraídas de las pústulas de quienes padecían la enfermedad de forma leve. En el Imperio otomano, sin embargo, la inoculación de la viruela había sido parcticada, por lo menos, en ciertos medios, mucho antes que en cualquier otro lugar de Europa. De hecho, fue desde Estambul desde donde la inoculación llegó a Londres en 1721 juntos con otros elementos orientales como los pantalones bombachos y el fez, por Lady Mary Wortley Montagu, de la que ya hicimos una breve reseña. Más tarde, Edward Jenner(1749-1823), un médico británico, descubrió la vacuna contra la viruela y allanó el terreno para la aparición de la inmunología.

MINIATURISTAS
La miniatura persa constituyó el modelo de referencia de dos escuelas que, sin embargo, evolucionaron de manera opuesta. La primera de ellas fue la escuela otomana, cuyo centro estaba situado en Estambul. Sus miniaturas presentan una gran preocupación por el detalle, tanto en el plano físico como en el social, y se distinguen por su escrupulosa búsqueda de lo que constituye la identidad del tema representado. Sin embargo, las composiciones permanecen estáticas, incluso hieráticas. Los numerosos volúmenes consagrados a la crónica de los reinados de los sultanes
constituyen la perfecta ilustración de esta tendencia. En el siglo XVII, con las aportaciones del pintor Abdulÿelil Çelebi, conocido como Ressam Levní (m. 1732), se insinuó una mayor desenvoltura en la pintura otomana. Con todo, un aspecto original de ésta se desarrolló a través de las reconstrucciones geográficas efectuadas con motivo de las numerosas campañas militares de los sultanes. Véase G.M. Meredith- Owens: Turkish Miniatures, Londres, 1963; Richard Ettinghausen: Turkish miniatures from the thirteenth to the eighteenth century, Unesco, Nueva York, 1965; E. Binney: Turkish Miniature Paintings and Manuscripts, Nueva York, 1973; Michael Levey:The World of Ottoman Art, Thames and Hudson, Londres, 1975; And Metin: La peinture miniature turque. La periode ottomane, Editions Dost, Ankara, 1976; Géza Fehér:Miniatures Turques des croniques sur les campagnes de Hongrie, Librairie Gründ, París, 1978; Norah M. Titley: Miniatures from Turkish Manuscripts, Londres, 1981.

POETAS
La influencia de la prosodia persa se hizo sentir en la poesía escrita por los turcos desde el siglo XI. La literatura turca en lengua ÿatagay contó con el terreno de la prosa con las notables Memorias de Babur (Babur Nameh), cuyo verdadero nombre era Zahiruddín Muhammad (1483-1530), el primero de los Grandes Mogoles, y en cuanto a la poesía se desarrolló en la corte timurí de Herat en el siglo XV.
En el ámbito otomano, el persa fue durante mucho tiempo la lengua de la administración y de las buenas letras de los sultanatos turcos —los selÿukíes, entre otros—, y después en el Imperio otomano. La poesía otomana culta del diván, que siguió las pautas de la prosodia persa —gazal, maznaví—, fue cultivada por numerosos poetas desde el siglo XIV al XVIII.

Yunús Emré
Yunús Emré (1238?-1320), místico que formó parte de los derviches errantes, es uno de los grandes poetas musulmanes turcos. Fue un cantor de la fraternidad y del amor místico en la época del reagrupamiento de los pueblos turcos en Asia Menor. Autodidacto, dominó el árabe y el persa. Su obra máxima es «El Libro de los preceptos», de gran religiosidad, donde evoca el sucederse de las alegrías humanas, de la duda y el dolor, junto al sentimiento de la nada y la eternidad. Algunos de sus poemas hablan con elocuencia de tolerancia y universalidad:
«Nuestro único enemigo
es el resentimiento.
No guardemos rencor a nadie;
para nosotros la humanidad es indivisible».
Su obra evoca el éxtasis de la comunión con la naturaleza y con Dios. Así escribió estos versos memorables:
«Cualquiera que posea una gota de amor
posee la existencia de Dios».
Su preocupación por el destino de todos los hombres, y en particular de los más desfavorecidos, da a su poesía una intensa emotividad. Yunús Emré afirma la existencia del amor universal, proclamando su fe en la fraternidad que trasciende todas las barreras y todos los sectarismos:

«No nos oponemos a ninguna religión. El verdadero amor nace cuando todas las creencias se unen».

Hombre del pueblo que escribió para el pueblo, adalid de la justicia social, Yunús Emré se rebeló valientemente contra todos aquellos gobernantes, propietarios, dignatarios políticos y seudorreligiosos que oprimen a los débiles y humildes. Su mensaje poético en favor de la paz y la fraternidad universal fue proclamando desde el Islam, hace más de setecientos años, cuando en el mundo occidental no existían derechos humanos, convenciones como las de Ginebra ni organizaciones como las Naciones Unidas:
«Venid, seamos amigos siquiera una vez. Hagamos la vida más fácil.
Amemos y seamos amados.
Cuando surge el amor
desaparecen deseos y defectos».
La obra de Yunús Emré fue traducida por un transilvano que fue prisionero de los turcos durante un largo tiempo (1438-1458) e influyó notablemente en el pensamiento de tres prominentes humanistas occidentales, como el católico holandés Desiderio Erasmo (1466?-1536) y los reformistas alemanes Martín Lutero (1483-1546) y Sebastian Franck (1499-1542).
Véase Poèmes de Younous Emre, trad. G. Dino y M. Delouse, P.O.F., París, 1973; T. Halman: Yunus Emre and his Mystical Poetry, Indiana University, Indiana, 1981; M. Bozdemir:Yunus Emre, message universel, I.N.A.L.C.O., París, 1992.

Nava’í
Mir Alí Sir Nava’í (1441-1501), que nació y murió en Herat (hoy Afganistán), es una de las figuras más polifacéticas de la historia del Asia central. En su ciudad natal fue visir del sultán timurí Husain Baiqara (que gobernó entre 1470 y 1506), mecenas cuya brillante corte amparó a escritores y artistas como el poeta persa Ÿami y el miniaturista Behzad. Mir Alí Sir Nava’í es autor de cuarenta mil coplas, en las que trató de las leyenda amorosas preislámicas. Árabes (Laila y Maÿnún) y persas (Farhad y Shirín). Su obra ejerció una profunda influencia en el desarrollo ulterior de las literaturas turcófonas: azerí, uigur, tátara y otomana, y es el exponente por excelencia de la literatura turca chagatai. Sus obras incluyen una versión del romance islámico de Farhad y Shirín, y la prosa de Muhakamat al-lugatain, Maÿalis an-nafais y Mizán al- Awzán.

Fuzuli
Turco de origen azerí y de confesión shií, Mehmed Solimán Fuzuli (1495-1556), que era hijo de un ulema, nació en Karbalá (Irak) y murió a consecuencia de la peste en la misma ciudad. Simple guardián de la tumba de Alí Ibn Abi Talib (la Paz sea con él) en al-Naÿaf, fue el más destacado poeta otomano de su tiempo, junto con Baki, y también uno de los más grandes versificadores, tanto en turco como en persa, lenguas que dominó además del árabe. Su diván en persa, denota una inspiración personal, pero en la que verdaderamente se distinguió fue en la lengua turca, que utilizó para cantar el amor místico a la manera sufí. Sus obras principales son «Diván» y «Laila y
Maÿnun».

Bakí
Mahmud Abdul Bakí (1526-1600) pese a que era hijo de un modesto muecín. Logró estudiar y, tras aprender el persa y el árabe, pasó a formar parte del cuerpo de los ulemas. En 1553, a raíz de una oda a Solimán el Magnífico, se hizo amigo de este sultán que también cultivaba la poesía. Al morir Solimán en 1566, escribió una «Oda fúnebre», la más vigorosa de sus composiciones. Conocido ya en vida como «el sultán de los poetas», Bakí ha pasado a la posteridad como el más grande de los poetas otomanos clásicos. Dentro de esta escuela, también sobresalieron Neÿati (m. 1509) y Omer Nef’i (m. 1635). Más tarde, con la boga del florido estilo indopersa, destacaron Ahmad Nedim (1681-1730) y Mehmed Es’ad, más conocido como Galib Dede (1757- 1799).

RAZONES DE LA DECADENCIA
Los turcos otomanos, que se constituyeron a partir del siglo XV en el principal centro de poder del Islam, a pesar de contar en abundancia con los medios necesarios para encarar un renacimiento científico y cultural, cultivaron el proceso de anquilosamiento, quietismo y apatía fomentado desde los ámbitos rigoristas ortodoxos.
«Si el Islam en su mejor época alzó a la sociedad árabe a una nueva altura de progreso humano, en la peor alcanzó un punto de estancamiento muy bajo. El apego al pasado y el aislamiento del Occidente cristiano influyeron notablemente en el avance de la cultura islámica. El concepto de progreso fue reemplazado por el de autocomplacencia que se hacía aun más peligroso por un sentimiento exagerado de superioridad. La medida de las realizaciones estaba en proporción inversa a este sentimiento de superioridad… Todo esto sucedía mientras… Occidente se había embarcado en un nuevo viaje para descubrir verdades nuevas y lozanas, para encontrar explicaciones racionales de los hechos sociales y los fenómenos físicos… Se había dado cuenta de que en la ciencia el secreto del conocimiento inagotable está en la experimentación, y que en los negocios humanos el secreto del progreso radica en el cambio, en cambiar para mejorar» (Philiph Khuri Hitti: El Islam, modo de vida, Gredos, Madrid, 1973, págs. 257-59).
Los otomanos, atrincherados en su sentimiento de superioridad, se interesaron tardíamente por las innovaciones occidentales,aun así tan sólo despertaron su atención ciertos avances militares, como la implementación en los ejércitos europeos de la bayoneta o las tácticas de las formaciones de mosquetería en cuadro del siglo XVIII, que incluso no se atrevieron a adoptar.(cfr. Marshall G.S. Hodgson: The Gunpowders Empires and Modern Times, University of Chicago Press, Chicago, 1974; Andrew Wheatcroft:The Ottomans. Dissolving Images, Penguin Books, Londres, 1995, pág. 99; Virginia H. Aksan: An Ottoman Statesman in War and Peace. Ahmed Resmi Efendi, 1700-1783, Brill, Leiden, 1995). Mientras tanto, Europa, que supo usufructuar y llevar a la práctica los preclaros conceptos y descubrimientos de la Edad de Oro del Islam, disponía de los medios políticos, comerciales, materiales y militares que le habían de permitir imponerse en el mundo y colonizar y expoliar a los pueblos musulmanes.

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«La historia del mundo desde el año 1500 puede concebirse como una carrera entre
el poder creciente de Occidente para oprimir al resto del mundo y los esfuerzos cada vez más desesperados de los otros pueblos para rechazar a los occidentales» (William H. McNeill: The Rise of The West, University of Chicago Press, Chicago, 1963; Europe’s Steppe Frontier, 1500-1800, Chicago, 1964; The Pursuit of Power, Oxford, 1983). Véase Hugh Trevor-Roper:La época de la expansión de Europa y el mundo desde 1559 hasta 1660, Labor, Barcelona, 1974.
Es muy sorprendente, por ejemplo, el hecho de que en el Imperio Otomano la imprenta fuese autorizada desde sus comienzos en provecho de las minoritarias Gentes del Libro (judíos, griegos y armenios). En 1494 un inmigrante judío estableció la primera imprenta no-musulmana en Estambul, imprimiendo obras hebraicas. En 1555, el ya citado embajador Busbecq, informa que los otomanos consideraban un pecado imprimir el Corán y los libros religiosos.

La «hazaña» de Müteferika
En cambio, tuvieron que pasar un total de doscientos setenta y un años —desde la primera imprenta instalada por Johannes Gutemberg (1390-1468) en Mainz en 1446— , hasta 1727, para que pudieran imprimirse obras turcas en caracteres árabes, y esto gracias al ingenio e idoneidad de un transilvano converso al Islam, como Ibrahim Müteferika (1670-1745), diplomático que también logró la alianza otomana-francesa de 1737-1739.
Al contrario de lo que sucedía en las universidades islámicas de los siglos VIII, IX y X, desde Bagdad hasta Córdoba, donde el estudio y la investigación eran un deleite, los estudiantes se aburrían en las aulas de los centros de enseñanza otomanos. La vida del estudiante estaba formada por la «repetición incansable, en la cual no hallaba nada nuevo del principio al fin del año… en el curso de sus estudios escuchaba reiteraciones y charlas que no conmovían su corazón ni despertaban su apetito ni nutrían su mente, que no agregaba nada a lo que sabía» (cfr. Taha Husain: A Passage to France, Leiden, 1976, págs. 1 y 2).

LAS ESCUELAS DE SUFISMO Y MÍSTICA ISLÁMICA
La mayor contribución de los otomanos al Islam fue el sufismo, basado en formas místicas de adoración. Toda taríqa o hermandad sufi (plural turuq) busca la unión mística del ser humano con Dios Todopoderoso, alabado sea.
La administración y sociedad otomanas estaba profundamente inmersa en el sufismo. Las cofradías sufíes operaban en pequeñas comunidades (dergas) o grandes monasterios (tekkes). Ahora veremos las tres hermandades sufíes más importantes y que siguen siendo las más populares en la actualidad. La escuela islámica jurídica (madhab) predominante en el Imperio otomano y la Turquía actual es la Hanafi, que siguió las enseñanzas del sabio de origen persa Abu Hanifa an-Numan Ibn Thabit (699-767). Los hanafíes constituyeron la primera de las cuatro escuelas sunníes, y la menos rigorista de todas ellas.
La orden Jalwatiya
Fundada por Umar al-Jalwati (muerto en Tabriz hacia 1397-1398), fue la predominante en la administración y los círculos oficiales. «Su ortodoxia, más político-religiosa que puramente religiosa (los doctores de la Ley criticaron con frecuencia a los jalvetíes), les colocó en una posición hegemónica con respecto a las demás turuq otomanas y propició su fuerte expansión, sobre todo en Estambul y el suroeste europeo, hasta las fronteras más septentrionales del imperio»(cfr. Alexandre Popovic y Gilles Veinstein:Las sendas de Allah. Las cofradías musulmanas desde sus orígenes hasta la actualidad, Ediciones Bellaterra, Barcelona, 1997, Nathalie Clayer: La Jalwatiya, pág. 601).

La orden Mevleví
Esta orden de derviches está formada por un grupo místico cuyos miembros son seguidores del sabio persa Ÿalaluddín Rumí (1207-1273) que la fundó en Konia, ciudad de Anatolia donde murió. Los mevlevíes (de la voz árabe maulana, mevlana en turco, “nuestro maestro”, sobrenombre de ar-Rumí), alcanzan el éxtasis místico (uaÿd) en virtud de la danza (samá’), símbolo del baile de los planetas. Los derviches (del persa darwish: “visitador de puertas”) mevlevíes giran sobre sí mismo hasta conseguir el éxtasis. La danza es acompañada de flautas, atabales, tamboriles, esa especie de violines llamados kamanché, y laúdes de mástil largo como el saz turco. Esta tradición musical se desarrolló a través de la ceremonia maulawiyya llamada Ain Sharif, que ha tenido compositores famosos como Mustafá Dede (1610-1675, Mustafá Itri (1640- 1711), o el derviche Alí Siraÿaní (m. 1714). Rumí dijo: «El samá’ es el adorno del alma que ayuda a ésta a descubrir el amor, a experimentar el escalofrío del encuentro, a despojarse de los velos y a sentirse en presencia de Dios» (cfr. Eva de Vitray-Meyerovitch: Mystique et poésie en Islam, Djalal Uddin Rumi et l’ordre des derviches tourneurs, Desclée De Brouwer, París, 1972).
La orden mevleví celebra todos los años en diciembre un festival de conmemoración de su fundador, siendo una importante atracción turística en Konia (Turquía), donde está la tumba del santo (ualíen árabe). La Mevleví encontró adeptos entre intelectuales y artistas urbanos.

La orden Bektashí
Los miembros de esta cofradía son seguidores de Haÿÿi Bektash Ualí (1209-1271), místico musulmán. La orden tiene su base en Haci Bektash, en la provincia de Kirsehir, donde está enterrado el fundador. La hermandad considera a Alí Ibn Abi Talib (600-661) sucesor legítimo del Profeta Muhammad (BPD). Este movimiento atrae a los shiíes y alevíes de Turquía.
Originalmente, sus derviches o miembros comunes de la hermandad (en árabe faquires o murides) fueron los responsables de islamizar al campesinado cristiano de Anatolia y de los Balcanes (como los bosnios y albaneses).
Los jenízaros adoptaron a Haÿÿi Bektash como líder espiritual —incluso se hacían llamar «hijos de Haÿÿi Bektash»—, y tomaron de los bektashíes ciertas ceremonias y algunos de los elementos de su indumentaria y ritual, como la «mano de Fátima» y la «espada Dhulfiqqar de Alí» (cfr. David Nicolle: The Janissaries, Osprey, Londres, 1995).
Los alevíes o alauitas, que hoy forman el 20% de la población de Turquía y también se encuentran en Bulgaria, se consideran bektashíes —o alevíes bektashíes—.

NOTAS
(1) El emir turco Ertugrul Gazi (1190-1282), hijo de Soleimán Sha, estuvo al servicio de los sultanes selÿukíes de Konia. Una historia muy interesante cuenta que un contingente exhausto de selÿukíes en retirada, al mando de Aladino de Konia, fue sorprendida y arrinconada por un destacamento de mongoles procedentes del Este. Cuando los musulmanes tenían sus vidas pendientes de un hilo, apareció Ertugrul y sus 444 caballeros y venció a los salvajes invasores. Así comienza la primera crónica del Imperio otomano.
(2) La batalla de Kosovo fue una victoria del ejército otomano, al mando del sultán Murad I, sobre los serbios liderados por el príncipe Estefan Lazar, en la llanura de Kosovo, Serbia, en el año 1389. Los turcos habían cruzado el Helesponto con el propósito de invadir Europa en 1356. Cinco años más tarde, Murad había conquistado Tesalónica y Adrianópolis, las dos ciudades griegas más importantes después de Atenas. Sólo Serbia ofreció seria resistencia. En Kosovo, Lazar había reunido un gran ejército que incluía búlgaros, bosnios, albaneses, polacos, húngaros y mongoles, además de serbios. Durante la batalla, un noble serbio Milosh Obravitch, yerno de Lazar, que simuló ser un desertor, penetró en el campamento turco e hirió mortalmente a Murad I con una daga envenenada. A pesar de ello, los turcos se rehicieron e infligieron una total derrota al ejército serbio. Lazar fue capturado y ejecutado. Serbia se vio obligada a pagar tributo a los turcos y los serbios tuvieron que servir en el ejército otomano. En el año 1448, un ejército cristiano, al mando del húngaro János Hunyadi, hizo frente a los turcos, de nuevo en Kosovo, en lo que fue el intento final para salvar Constantinopla, pero en el momento crucial de la batalla los valaquios desertaron y se pasaron a los turcos, los cuales obtuvieron de nuevo otra decisiva victoria. Cinco años más tarde los turcos conquistarían Constantinopla.
(3) Hay dos versiones válidas que tratan de acreditarse el origen de esta denominación. Una es la expresión griega is ten pólis “hacia la ciudad” (luego arabizada). La otra es la que afirma que a pocos días de la caída de Constantinopla, el 29 de mayo de 1453, la urbe fue llamada Islambul (“ciudad del Islam”).
(4) Solimán I el Magnífico (1494-1566), sultán de Turquía (1520-1566), durante cuyo reinado el Imperio otomanoalcanzó su cenit de poder y esplendor. Solimán nació el 6 de noviembre de 1494, en Trabzon (Trebisonda), hijo de Selim I. En 1521, al comienzo de su reinado, Solimán capturó la ciudad húngara de Belgrado(actualmente capital de Serbia). Al año siguiente expulsó a los Caballeros de San Juan de Jerusalén, orden militar y religiosa, de la isla de Rodas en el mar Egeo. En 1526 de nuevo invadió Hungría, mató a Luis II, rey de Hungría, y venció al ejército húngaro en la batalla de Mohács. Regresó a Hungría en 1529 como partidario de Juan I Zápolya, quien había sido elegido rey por la nobleza húngara, pero cuya elección fue rechazada por el archiduque Fernando de Austria (futuro emperador Fernando I). Juan I tomó posesión de su cargo, y Fernando fue obligado a volver a Viena, a la cual Solimán entonces intentó sitiar. No tuvo éxito, limitando de este modo el alcance de su invasión a Europa central. Solimán después dirigió su ejército contra el Irán safaví. En 1534 conquistó las ciudades de Tabriz y Bagdad. En 1535 firmó una alianza con Francisco I, rey de Francia, contra el emperador Carlos V. El tratado abrió el comercio del oriente mediterráneo tan sólo a la bandera francesa, y, como resultado del acuerdo, las relaciones diplomáticas entre Francia y Turquía duraron siglos. En 1541 Solimán de nuevo invadió Hungría, capturando Buda e incorporando la Hungría central a su Imperio. Los turcos en este momento tenían la supremacía en el Mediterráneo; en 1551, Trípoli, en el norte de África, cayó en sus manos. Los principales acontecimientos durante los últimos años del reinado de Solimán fueron la segunda y tercera guerra con Irán, que entonces era un estado casi dominado, el asedio frustrado de Malta (donde los Caballeros de San Juan se habían retirado) en 1565, y también una expedición en Hungría en 1566. Murió sitiando Szigetvár en este país, el 7 de septiembre de 1566. Sus hijos Selim y Bayaceto lucharon después por el trono hasta que Bayaceto fue derrotado y asesinado. Solimán es considerado como el sultán turco más importante. Sobresalió como administrador, ganando el título de kanuni (’legislador’), y como destacado mecenas de las artes y de las ciencias. A su fallecimiento, el Imperio otomano controlaba gran parte de los Balcanes, el norte de África y Oriente Próximo, y era el poder dominante en el mar Mediterráneo. En una sala del Congreso de los Estados Unidos, en Washington, junto con los cuadros de Hammurabi, Moisés, Solón y Jefferson, hay un retrato del sultán Solimán en reconocimiento a su talla política como gobernante, que promulgó todo un sistema de jurisprudencia. Entre los logros de Solimán que han prevalecido está su poesía, y a pesar de que no se le puede catalogar como maestro de versos clásicos, fue sin duda un buen practicante de este arte. Su Diván (colección de poemas) nos da una visión de sus pensamientos en mayor profundidad y alcance que sus diarios, que consisten básicamente en notas diarias de batallas, viajes y asuntos políticos. Algunas de las líneas poéticas de Solimán el Magnífico se han convertido en proverbios aun en uso en Turquía, por ejemplo: “La gente considera a la riqueza y el poder como la mejor de las suertes, pero en este mundo, la salud es la mayor riqueza”.
(5) La Batalla de Mohács supuso la derrota del ejército húngaro, a las órdenes del rey Luis II, a manos del ejército otomano, bajo el mando de Solimán el Magnífico, y tuvo lugar el 29 de agosto de 1526 en Mohács, 170 km al sur de Budapest. Solimán había exigido el pago de tributos a Hungría y cuando ésta se negó a ello, avanzó hacia el norte con un ejército formado por 100.000 hombres, tomando Belgrado y alcanzando la frontera húngara. En respuesta, Luis reunió a un ejército mucho más pequeño, formado por 20.000 soldados, y en vez de esperar los refuerzos de Croacia y Transilvania, avanzó hacia el sur desde Buda. Sus fuerzas fueron prácticamente aniquiladas y él mismo murió en la batalla. Las consecuencias para Hungría fueron desastrosas. Después de doce años de guerra civil, todo el país fue absorbido por el Imperio otomano; sólo el tercio oriental, incluyendo Transilvania, mantuvo cierta autonomía. La monarquía húngara fue destruida y los otomanos permanecieron en el país hasta 1699.
(6) El asedio se produjo a principios del otoño de 1529, entre el 27 de septiembre y el 15 de octubre. A pesar de que los defensores de Viena sólo recibieron el apoyo poco entusiasta de sus vecinos alemanes, el ejército otomano estaba mal equipado para un asedio y su tarea fue obstaculizada por la nieve y las inundaciones. Solimán se retiró a finales de octubre y no pudo reanudar el sitio a su regreso en 1532, cuando encontró a los defensores apoyados por un gran ejército bajo el mando del hermano de Fernando I, el emperador Carlos V (1500-1558).

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(7) Los Jenízaros (del turco, yeniçeri, “nuevas tropas”) fue un cuerpo de élite organizado por el sultán Murad I (1326-1389) en la segunda mitad del siglo XIV, pero creado por su padre Orján Gazi (1288-1360). Los ejércitos otomanos se habían formado hasta entonces mediante levas tribales turcomanas leales a los líderes de su clan, pero a medida que el desarrollo político otomano adquirió las características de un Estado, se hizo necesario tener tropas pagadas, únicamente leales al sultán. Después, se instituyó el sistema de atraer a jóvenes cristianos (devshirme); convertirles al Islam y darles el mejor adiestramiento, transformándoles en la élite del Ejército. Su vida diaria estaba regida por leyes especiales, que les apartaban de la vida civil; incluso se les prohibía el matrimonio. La devoción a esa disciplina convirtió a los jenízaros en la mejor división de ejército del mundo de entonces. Sin embargo, estas normas cambiaron con el tiempo; el reclutamiento se relajó y debido a los privilegios de que disfrutaban, su número ascendió de aproximadamente 20.000 en 1574 a unos 135.000 en 1826. Para aumentar sus sueldos, los jenízaros comenzaron a ejercer distintas relaciones comerciales y establecieron fuertes vínculos con la sociedad civil, reduciendo de este modo su lealtad al sultán. En algunos momentos se convirtieron en personas influyentes y en aliados de las fuerzas conservadoras, oponiéndose a toda reforma y evitando permitir que se modernizara el Ejército. Su impotencia para aplastar la insurrección griega a comienzos de la década de 1820 les desacreditó completamente, y animó al sultán Mahmud II a proyectar su eliminación. Cuando se alzaron en 1826, este último disolvió el cuerpo por decreto y eliminó toda oposición por la fuerza.
(8) La lengua turca, también conocida por osmanlí o turco otomano, es el idioma nacional de Turquía y de las minorías turcas que viven en Asia central, los Balcanes y el Oriente Próximo. Relacionado con el azerbaÿaní y el turkmenistaní, es el miembro de la subfamilia altaica que más se habla. Procede de la lengua que trajeron los turcos selÿukíes al Asia Menor en el siglo XI. Otras veces se le ha llamado antiguo anatolio y ha sido la lengua de todo el Imperio otomano. Su alfabeto originario fue el árabe. Durante siglos el turco ha recibido numerosos arabismos léxicos y sintácticos, así como una clara influencia del persa. A partir de 1929, Mustafá Kemal, llamado Ataturk (“padre de los turcos”), ordenó la adopción del alfabeto latino y las expresiones tomadas de otras lenguas se sustituyeron por derivadas del turco.
(9) Las Guerras Turco-rusas fueron una serie de enfrentamientos entre Rusia y el Imperio otomano producidos durante los siglos XVII, XVIII y XIX, a medida que Rusia se hacía con el control de la costa norte del mar Negro y ampliaba su esfera de influencia en los Balcanes.
(10) Los rusos destruyeron la flota turca situada en el puerto de Sinope, en el mar Negro, el 30 de noviembre de 1853, lo que provocó una enérgica protesta de Gran Bretaña y Francia. Rusia ignoró la demanda por la que reclamaban la evacuación de Moldavia y Valaquia, y ambos países le declararon la guerra en marzo de 1854, confiando en que su supremacía naval les proporcionaría una victoria rápida. El reino italiano de Cerdeña se unió poco después a esta coalición anglo-francesa, con la esperanza de ganar su favor y obtener su ayuda para expulsar a los austriacos de los pequeños reinos de Italia. El 3 de junio, Austria amenazó con declarar la guerra a Rusia, que quedó consternada al recibir la noticia, a menos que desocupara Moldavia y Valaquia. Rusia cumplió esta petición el 5 de agosto y las tropas austriacas ocuparon ambos principados. Fue en este momento cuando los aliados decidieron emprender una campaña contra Sebastopol(situado en Crimea), donde se encontraba el cuartel general de la flota rusa emplazada en el mar Negro; sus fuerzas alcanzaron Crimea en septiembre de 1854. La guerra se prolongó, a pesar de las cruentas derrotas que sufrieron los rusos en el río Alma y en las batallas de Balaklava y de Inkerman, debido a la negativa de Rusia a aceptar las condiciones de paz propuestas por los aliados. Finalmente, Sebastopol cayó el 9 de septiembre de 1855, pero Rusia aceptó firmar la paz sólo después de que Austria amenazara con intervenir en la guerra. Desde el punto de vista militar, esta guerra representó un acontecimiento desafortunado e innecesariamente costoso. Los comandantes de ambos bandos demostraron claramente su ineptitud desperdiciando vidas en combates absurdos, tales como la famosa “carga de la Brigada Ligera”, en la que una unidad británica sufrió graves pérdidas durante la batalla de Balaklava (25 de octubre de 1854). La ineficacia y la corrupción de las administraciones obstaculizaron el abastecimiento de alimentos, ropa y municiones en ambos ejércitos, y los servicios médicos no recordaban una situación tan atroz. La enfermera británica Florence Nightingale (1820- 1910), conocida como The Lady with the Lamp (“La Dama con la lámpara”) adquirió fama por los esfuerzos que realizó para mejorar el cuidado de los enfermos y heridos. Gracias a sus servicios, se distinguió por ser la primera mujer en el mundo que recibía una medalla de honor de un sultán (Abdulmakid I). Pero fueron las enfermedades y no los combates, las que provocaron el mayor número de víctimas. La opinión pública británica también fue adquiriendo una actitud más crítica ante la guerra a medida que leía las crónicas enviadas al periódico The Times por el corresponsal de guerra irlandés William H. Russell (1820- 1907), el primer periodista que relató un conflicto bélico por medio del telégrafo. La Guerra de Crimea quedó reflejada en la obra de Alfred Tennyson (1809-1892) “La carga de la brigada ligera”, y en las “Historias de Sebastopol” de Lev Tolstoi (1828-1910).
(11) Este calificativo fue utilizado por primera vez por el zar Nicolás I (1796-1855) en una conversación con el embajador británico en San Peterburgo, Sir Hamilton Seymour, en enero de 1853.

Bibliografía complementaria
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R.H. Shamsuddín Elía
Profesor del Instituto Argentino de Cultura Islámica


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