La razón de la primacía persa
Los nuevos grupos sociales surgidos a la sombra del poder abbasí estaban encabezados por los llamados secretarios (katib, pl. Kuttâb) de las cancillerías califales (divanes) que eran persas en su gran mayoría. Con el pasar del tiempo, los persas no sólo reemplazaron a los árabes en los puestos claves de la administración califal sino que se convirtieron en los intelectuales y científicos de mayor renombre y prestigio. Este fenómeno fue analizado y explicado por el gran historiador y sociólogo tunecino Ibn Jaldún (1332-1406): «Ya habíamos señalado que la práctica de las artes no existe sino en la vida sedentaria, estado del cual los árabes se hallaban muy distantes. Dado que las ciencias se cultivan también en las ciudades, los árabes se mantuvieron alejados de ellas y de los lugares en donde florecían. Cuando la conquista musulmana, las poblaciones sedentarias (de los países dominados) se componían de no-árabes, de libertos igualmente no-árabes y de gentes educadas al estilo de vida sedentaria; seguían el ejemplo de los no-árabes em todo lo que se relaciona con dicho género de vida, la práctica de las artes y el ejercicio de los oficios. Aquellos pueblos eran perfectamente formados para ese tipo de civilización habiéndose arraigado entre ellos durante el prolongado dominio de los persas Los primeros maestros en el arte de la gramática fueron Sibawaih (m. 796-97) primero, luego az-Zaÿaÿ (m. 949) y después al-Farisí (m. 987). Los tres eran de origen persa, sin embargo habían pasado su juventud en la práctica de la lengua árabe, ventaja que debían a la educación que recibieron y al trato con los árabes del desierto. Redujeron a sistema las reglas de la lengua e hicieron de ella una rama de ciencia que habría de ser útil a la posteridad. Igualmente fue el caso de los hombres que memorizaban las Tradiciones sacras (Ahadith) y las conservaban en su retentiva, en gran provecho de los musulmanes, pues la mayoría de ellos pertenecían a la nación persa o se habían asimilado a ella por la lengua y la educación. Todos los grandes sabios que han tratado los principios fundamentales de la jurisprudencia, todos los que se han distinguido en la teología dogmática, y la mayor parte de los que han cultivado la exégesis (Tafsir) coránica, eran persas, como es bien sabido. No hubo en aquel entonces más que hombres de esta nación para consagrarse a la conservación de los conocimientos y a la tarea de ponerlos por escrito. Hecho suficiente para demostrar la veracidad de la expresión atribuida al Profeta (BPD): “Si la ciencia estuviera suspendida en lo alto del cielo, algunos persas habría para alcanzarla”…La enseñanza de todas las ciencias quedó entonces definida como un arte especial de los persas, desatendiéndola enteramente los árabes. Estos desdeñaban ejercerla. Las únicas personas que se encargaron de ella fueron los persas asimilados a los árabes, cual el caso de todas las artes y oficios, como dejamos aclarado» (Ibn Jaldún: Introducción a la historia universal. Al-Muqaddimah, FCE, México, 1977, págs. 1008-1014).
El padre jesuita Miguel Asín Palacios (1871-1944), célebre islamólogo y arabista español, cita una moraleja del asceta Ibn al-Samak (m. 799) cuando una vez éste visitó a Harún al-Rashíd en su palacio. En el instante que un sirviente trajo un vaso de agua pedido por el califa, Ibn Samak exclamó : «¡Oh Príncipe de los Creyentes! Sí no te fuese posible ahora beber ese vaso de agua, ¿cuánto darías gustoso por conseguirlo?». A lo cual contestó al-Rashíd: «¡Todo mi imperio!». Insistió Ibn al- Samak: «Y si no pudieses evacuar de tu cuerpo esa agua, después de haberla bebido, ¿cuánto darías gustoso por librarte de ese mal?». Respondió al Rashíd: «¡Mi reino entero!». Entonces Ibn al-Samak dijo al califa:
«¿Y estás tan ufano de poseer un reino que no vale una evacuación de orina, ni lo que vale un sorbo de agua?» (Ibn al-Samak: Los caracteres y la conducta, trad. M. Asín Palacios, Madrid, 1916, pág. 115).
Bagdad, capital de Harún, fue la ciudad de las ambigüedades , en la cual la riqueza del califato permitió, por una parte, un gran despilfarro, y por otra, un florecimiento de las ciencias y las artes que conducirían a la consolidación de la civilización islámica y al apogeo de la llamada edad de oro del Islam clásico.
Desde el 791 hasta el 809 el imperio de Harún estuvo en guerra contra el Imperio Bizantino, y en el 807 sus fuerzas ocuparon la provincia bizantina de Chipre.A pesar del gobierno afable, generoso, juicioso e incansable de Yahia, al-Rashíd se cansó pronto de tanta nobleza: se adueñó de la fortuna barmácida e hizo decapitar a Ÿafar y encarceló a Yahia y a su otro hijo al-Fadl que murieron poco después. Sin embargo, este fue el comienzo del fin de al-Rashíd. Aunque Harún sólo tenía entonces cuarenta y dos años, sus hijos al-Mamún (786-833) y al- Amín (787-813) ya competían por la sucesión y aguardaban su muerte. Con la vana esperanza de aminorar esta disputa, Harún dispuso que al-Mamún heredaría las provincias situadas al este del Tigris, al-Amín el resto y que, a la muerte de uno de los hermanos, el otro gobernaría todo el reino. En el mismo año 806 estalló en el Jorasán (el “país del este” de los geógrafos árabes musulmanes, hoy provincia de Irán) una seria rebelión producida por los excesivos impuestos de los abbasíes sobre la empobrecida población. Harún marchó a reprimirla, acompañado de al-Amín y al-Mamún, aunque padecía severos dolores abdominales. Al llegar a Tus (cerca del actual Mashhad, Irán oriental), no podía tenerse en pie. Poco tiempo después murió a la edad de cuarenta y cinco años.