Damasco
Damasco está situada al pie del monte Qasium (Antilíbano) y en el centro del Guta, fértil oasis célebre por sus vergeles, que está regado por el río Barada (“frescor”).
Evocada ya en el Génesis (15-2), Damasco (en arameo,Dammesheq, en árabe,Dimashq) es una de las ciudades más antigua del mundo. En 635 fue conquistada por los musulmanes. Se la conoce desde tiempo inmemorial como Dimashq ash-Sham (la “ciudad de Sham”, o Sem, el hijo del Profeta Noé). Con los omeyas (661-750), fue la capital del Dar-al Islam que se extendía desde el Indo a los Pirineos. En esta época, en Damasco se levantó la ya mencionada mezquita de Walid Ibn Abd al-Malik, uno de los monumentos más bellos del Islam.
El viajero andalusí Ibn Ÿubair (1145-1217) que la vio por primera vez el 11 de julio de 1184, escribió en su Rihla: «En cuanto a Damasco, es el paraíso del Oriente, el horizonte donde se alza su resplandeciente luz… La ciudad es tan gloriosa que Dios hizo residir allí al Mesías y a su madre -Dios les bendiga y salve a los dos-… Los huertos la rodean como el cerco nimbado de la luna, la encierran como encierra el cáliz a la flor…Si hay un paraíso en la tierra, Damasco, sin duda, es parte» (Ibn Ÿubair: A través del Oriente. El siglo XII ante los ojos, Ediciones del Serbal, Barcelona, 1988, pág. 305).
El fundador de la dinastía ayubí y libertador de Jerusalem, el sultán Saladino (1138- 1193), fue enterrado en Damasco y su tumba siempre ha sido objeto de gran veneración. En 1898, el kaiser Guillermo II de Alemania (1859-1941) tomó a su cargo la resturación del santuario y viajó especialmente hasta el lugar para rendirle honores militares.
El místico andalusí Ibn al-Arabi falleció en esta ciudad el 10 de noviembre de 1240. El sultán otomano Selim I (1467-1520) hizo construir en 1518 en su memoria un mausoleo que guarda sus restos, el cual recibe desde entonces a miles de peregrinos todos lo años.
Cerca de la urbe se alza el mausoleo de Zainab Bint Alí, la hija de Alí Ibn Abi Talib y hermana de Husain Ibn Alí, la Paz sea con ellos. Cuando las tropas omeyas impiden a al-Husain, el Tercer Imam, llegar a Kufa, éste se ve obligado a acampar en Karbalá, una pequeña población del desierto. El enemigo le corta el acceso al agua del Eufrates. Abbás Ibn Alí consigue llenar unos pocos odres, escasos para dar de beber a sus 72 compañeros y las familias que los acompañan (cfr. S.H.M. Jafri: The Origins and Early Development of Shi’a Islam, Anyariyan, Qum, 1985, pág. 187). Es entonces cuando Zainab distribuye el precioso líquido entre los niños y los más débiles: «Entre los monumentos de las Gentes de la Casa -Dios esté satisfecho de ellos- está el monumento de la hija de Alí Ibn Abi Talib -Dios esté satisfecho de los dos- que se llamaba Zaynab (Zenobia)… Su monumento venerado está en una aldea llamada Rawiya (la que da de beber), al mediodía de la ciudad, a una distancia de una parasanga… Nosotros nos encaminamos hacia él y pasamos allí la noche para procurarnos la baraka (bendición) por mediación de su visión. Dios haga que eso nos sea provechoso» (Ibn Ÿubair: O. cit, págs 327-328). En 1977 fue sepultado allí el pensador iraní Alí Shariatí, que había sido asesinado por el servicio secreto del sha (la SAVAK) en Londres, y el entonces líder de los musulmanes shiíes del Líbano, el desaparecido Imam Musa Sadr (1928-1978?), pronunció las oraciones durante las exequias.
Damasco también es sede de numerosos edificios que recuerdan las épocas brillantes de su historia: el hospital (maristán) de Nuruddín Ibn Zenguí (1118-1174), y la universidad islámica Nuriyya, construida entre 1146 y 1174. Los soberanos mamelucos la dotaron de edificios religiosos emparentados arquitectónicamente con las mezquitas y los mausoleos de El Cairo, su capital. Los otomanos erigieron en Damasco la Tekiyya, un conjunto monumental que engloba una mezquita, una madrasa y un convento de derviches (tekké).
Damasco se convirtió en la capital de la República Arabe Siria en 1946 y su población es superior a los dos millones de almas (cfr. Jean Hureau: Siria hoy, Jeune Afrique, París, 1984; Ann-Marie Bianquis y Elizabeth Picard: Damas. Miroir brisé d’un Orient arabe, Autrement, París, 1993).