Eminentes islamólogos franceses se han convertido al Islam. Son ellos Michel Chodkiewicz, su hija Claude Addas, y Vincent Mansour Monteil. Es realmente significativa la nueva generación de islamólogos franceses, tanto por su cantidad como por su erudición y especialidades. Entre ellos destacan Jean-Jacques Waardenburg, Yves Thoraval, Yann Richard, Marianne Barrucand, Christian Jambet, Jean Calmard, Nathalie Clayer, Jean During, Pierre Lory, Anne-Marie Delcambre, (arabista, jurista, islamóloga y autora deMahoma, la voz de Alá, Aguilar, Madrid, 1990), Zyva Vesel, Yves Porter, y Thierry Zarcone del Institut Français de Recherche en Iran (París-Teherán).
Maurice Lombard
Maurice Lombard merece una mención especial dentro de la escuela francesa. Gran historiador del Islam medieval, ha sido prácticamente casi un desconocido para el común de los lectores de la especialidad. A excepción de algunos artículos, toda su obra escrita es póstuma. Los orientalistas y los sectores universitarios oficiales se esforzaron con éxito en marginarle al comprobar su tesitura favorable a la civilización del Islam. Era un hombre de una gran modestia y paciencia; amaba decir«los perros ladran, la caravana pasa» (“Ladran Sancho, señal que cabalgamos”).
Nacido en Jemmapes, en el departamento de constantina de Argelia, en 1904, y muerto en Versailles en 1964, nunca dejó de estar fascinado por el mundo musulmán y el Oriente. Alumno del liceo de Constantina, estudiante en la Facultad de Letras de Argel, en la Fundación Primoli en Roma (1933-1934), en la Escuela de Estudios Hispánicos en Madrid (1934-1935), en el Institut Français d’Archeologie Orientale en El Cairo (1936), en el Liceo Thiers de Marsella, incluida una misión a Polonia (1959) y otra a Madagascar (1960), miembro fundador de la Association Historique Internationale de l’Ocean Indien, el espacio musulmán, desde Gibraltar hasta el Océano Indico, fue el vasto espacio de sus estudios y de su reflexión.
La expansión musulmana de los siglos VII a XI, fue el objetivo de su gran hipótesis histórica. Lejos de pensar que había cortado el Occidente del Oriente y cerrado el Mediterráneo a los occidentales, como había afirmado el historiador belga Henri Pirennne (1862-1935), autor deMahomet et Charlemagneen 1937 (Mahoma y Carlomagno, Alianza, Madrid, 1993), presentó la propuesta a la inversa: «Contrariamente, en efecto, a la célebre tesis de Henri Pirenne, pensamos que es gracias a la conquista musulmana cómo el Occidente volvió a tomar contacto con las civilizaciones orientales, y a través de ellas, con los grandes movimientos mundiales de comercio y de cultura. Mientras que las grandes invasiones bárbaras de los siglos IV y V habían provocado la regresión económica del Occidente merovingio y luego
carolingio, la creación del nuevo Imperio islámico procuró, para ese mismo Occidente, un sorprendente desarrollo. Si las invasiones germánicas precipitaron la decadencia de Occidente, las invasiones musulmanas provocaron la reactivación de su civilización» (Maurice Lombard: L’Islam dans sa première grandeur, VIIIe-IXe siècles, Flammarion, París, 1971).
Los tres períodos de la historia que le fascinaban eran los del imperio de Alejandro, el de la expansión musulmana y el de los grandes descubrimientos, los tres grandes momentos de la historia del mundo, aquellos en que el globo entero ya no estaba fraccionado, sino reunido por una amplia circulación. El Islam en particular, unido a su infancia y asu conocimiento del árabe, era para él un mundo de reestructuración y de crisol de civilizaciones, la gran soldadura de las técnicas, de la artes y de los hombres, desde España hasta la India.
Apasionado por las técnicas y la civilización material, se interesaba sobre todo por la circulación de sus productos, de los más naturales a los más sofisticados: maderas, pieles, metales, textiles. Los centros de producción, de intercambio, de difusión de las materias primas y, sobre todo, de los objetos fabricados le atraían a los núcleos, a las encrucijadas de las rutas terrestres, fluviales, marítimas: ciuaddes, ferias, mercados, palacios, etc.
La moneda, instrumento de intercambio por excelencia, gran viajera, creadora de caminos, fue uno de sus temas favoritos. La pareja oro/plata, el monometalismo plata del Occidente bárbaro, el monometalismo oro (besantes) de Bizancio, el bimetalismo oro/plata del mundo musulmán, la atracción del oro del Sudán, fueron uno de sus principales temas de investigación. El más célebre de sus artículos (Les bases monétaires d’une suprématie économique, l’or musulmane du VIIe au XIe siècles, Annales Economies, Sociétés, Civilizations, París, abril-junio 1947, No 2), —Maurice Lombard:El oro musulmán del Siglo VII al XI. Las bases monetarias de una supremacía económica, traducido por Nilda Guglielmi, Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Buenos Aires, 1994, 33 págs.—, muestra cómo, a cambio de las materias primas que necesitaba (metales, madera), el mundo musulmán envió a Occidente el oro, primero tesaurizado y luego puesto en circulación, cuando la cristiandad despertará. Su método consistía en abarcar amplios espacios para trazar en ellos las vías antes de concentrarse sobre los lugares de producción e intercambio. Con frecuencia decía que nunca se va de los árboles al bosque y que el camino inverso es el bueno.
LA ESCUELA ESPAÑOLA
En España, la islamología ha florecido desde fines del siglo XIX y de una manera específica a lo largo del siglo XX. Los historiadores como el sevillano Pascual Gayangos y Arce (1809-1897), Eduardo Saavedra y Moragas (1829-
1912) y Francisco Codera y Zaidín (1836-1917) fueron los primeros en hacer un revisionismo de la historia de al-Ándalus, marcando sus influencias en la cultura del pueblo español.
Julián Ribera y Tarragó (1858-1934) fue un investigador excepcional que confirmó y demostró múltiples teorías sobre la influencia del Islam en Occidente. Entre sus numerosas obra destacaHistoria de la música árabe medieval y su influencia en la española (Madrid, 1927; asequible Biblioteca de la Facultad de Artes y Ciencias Musicales de la U.C.A., Av. Alicia Moreau de Justo —ex A. Dávila— 1500, Puerto Madero, Edificio San Alberto Magno, subsuelo).