Isfahan

Historia de la India Islamica y La Civilizacion de los Mongoles (1526-1858)

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En las tres grandes potencias islámicas de los siglos XVI y XVII —la Turquía otomana, el Irán safávida y la India mogol— pueden distinguirse tres rasgos comunes, además de la religión. En primer lugar, las tres tenían como centro grandes capitales. Aún hoy despierta admiración el esplendor de Estambul, Isfahán , Agra y Delhi. Pues el Islam, que constituye un completo código religioso, social y político, era esencialmente urbano.
Un segundo rasgo común era la lengua. Los otomanos y los mogoles tenían su origen en el Asia central, región de habla turca. Los mogoles de la India todavía hablaban y escribían en turco chagatay, mientras que los gobernantes safávidas del Irán, si bien no eran turcos (eran iraníes, de estirpe kurda), debían su posición a soldados originarios de las estepas turcomanas, cuyo lenguaje adoptaron. Además, el árabe era la lengua corriente en la religión y el derecho, y el persa, la lengua de la cultura, la cancillería, la conversación distinguida y la poesía. A pesar de las divergencias propias de los diversos lugares y dialectos, se utilizaban los mismos términos —árabes, para la religión, la administración y la ley; persas o turcos, para la corte y el palacio— con idénticas connotaciones en Estambul, Isfahán y Agra.
Por último, el tercer rasgo era la absoluta falta de interés por desarrollar las ciencias y alcanzar nuevos conocimientos. A pesar de contar en abundancia con los medios necesarios para encarar un renacimiento científico y cultural, otomanos, safavíes y mogoles por igual, cultivaron el proceso de anquilosamiento, quietismo y apatía fomentado desde los ámbitos rigoristas ortodoxos.
El conocido islamólogo cristiano libanés naturalizado norteamericano Philiph Khuri Hitti (1886-1978), nos brinda este testimonio:
«Si el Islam en su mejor época alzó a la sociedad árabe a una nueva altura de progreso humano, en la peor alcanzó un punto de estancamiento muy bajo. El apego al pasado y el aislamiento del Occidente cristiano influyeron notablemente en el avance de la cultura islámica. El concepto de progreso fue reemplazado por el de autocomplacencia que se hacía aun más peligroso por un sentimiento exagerado de superioridad. La medida de las realizaciones estaba en proporción inversa a este sentimiento de superioridad… Todo esto sucedía mientras… Occidente se había embarcado en un nuevo viaje para descubrir verdades nuevas y lozanas, para encontrar explicaciones racionales de los hechos sociales y los fenómenos físicos… Se había dado cuenta de que en la ciencia el secreto del conocimiento inagotable está en la experimentación,
y que en los negocios humanos el secreto del progreso radica en el cambio, en cambiar para mejorar» (P.K. Hitti: El Islam, modo de vida, Gredos, Madrid, 1973 , págs. 257-59).
Los tres reinos musulmanes, atrincherados en su sentimiento de superioridad, y sumidos en la molicie y sus disputas internas, se interesaron tardíamente por las innovaciones occidentales, aun así tan sólo despertaron su atención ciertos avances militares, como la implementación en los ejércitos europeos de la bayoneta o las tácticas de las formaciones de mosquetería en cuadro del siglo XVIII, que incluso no se atrevieron a adoptar.(cfr. Marshall G.S. Hodgson: The Gunpowders Empires and Modern Times, University of Chicago Press, Chicago, 1974.

La visión de Toynbee
El historiador británico Arnold Joseph Toynbee (1889-1975), conocido por su visión del pasado como una sucesión de civilizaciones más que de entidades políticas, hace un excelente paralelismo a propósito del surgimiento de Babur y el poder musulmán en la India y el auge de los descubrimientos geográficos occidentales:«En la época de Babur Colón llegó por mar a América, proveniente de España, y Vasco de Gama a la India proveniente de Portugal. Babur inició su carrera como príncipe de Ferghana, en el valle superior del Yaxartes, pequeño país que había sido el centro de la ecúmene (tierra habitada) desde el siglos II a. de C. Babur invadió la India por tierra veintiún años después de haber llegado Vasco de Gama a ella por vía marítima… No recuerdo que haya en las memorias de Babur mención alguna de la cristiandad occidental, ni he encontrado ninguna en el exhaustivo índice geográfico de la magnífica traducción inglesa de la señora Beveridge. Claró está que Babur no ignoraba la existencia de los francos (el término general para “europeo” entre los musulmanes), ya que era un hombre culto y conocía su historia islámica..El arribo de los barcos francos a la India en 1498, veintiún años antes del primer descenso de Babur sobre ella en 1519, parece haber escapado a la atención de éste, a no ser que su silencio se explique no por la ignorancia del suceso sino por un sentimiento de que las correrías de esos gitanos del mar no merecían la atención de un historiador. ¿De modo, pues, que este pretendidamente inteligente hombre de letras y de acción transoxano fue ciego a la hazaña de la circunnavegación del Africa por los portugueses? ¿Fue incapaz de percibir que esos navegantes océanicos francos habían flanqueado el Islam y lo tomaban por la retaguardia? Sí; creo que Babur habría quedado atónito si se le hubiera dicho que el imperio que estaba fundando en la India pronto pasaría de sus descendientes a sucesores francos. No tenía sospecha alguna del cambio que sobrevendría sobre la faz del planeta entre su generación y la nuestra. Pero esto no disminuye —me permito añadir— la inteligencia de Babur; es una indicación más de lo insólito que fue el acontecimiento mayor de la historia del mundo en nuestro tiempo» (A.J. Toynbee: La civilización puesta a prueba, Emecé, Buenos Aires, Buenos Aires, 1958, págs. 64-65).

EL AVANCE IRRESISTIBLE DE LOS EUROPEOS
Mientras tanto, Europa, que supo usufructuar y llevar a la práctica los preclaros conceptos y descubrimientos de la Edad de Oro del Islam, disponía de los medios políticos, comerciales, materiales y militares que le habían de permitir imponerse en el mundo y colonizar y expoliar a los pueblos musulmanes, africanos, asiáticos y americanos. Antes de comenzar con nuestro tema sobre la Historia de la India Islámica, veamos la siguiente cronología que detalla la penetración europea en el subcontinente indio en los siglos XVI y XVII (cfr. Geoffrey Parker: La Revolución Militar. Las innovaciones militares y el apogeo de Occidente, 1500-1800, Crítica, Barcelona, 1990):
1498: Vasco de Gama llega a Calicut (Kozhikode), en la costa malabar (hoy estado de Kerala, India).
1502: Vasco de Gama funda la factoría de Cochín, al sur de Calicut, sobre la costa malabar.
1503: Alfonso de Albuquerque (1453-1515) construye un fuerte en Cochín, la primera fortificación europea en la India.
1507: Los portugueses, al mando de Francisco de Almeida (1450-1510), destruyen en la isla de Diu (al sur de la península de Kathiawar, en el actual estado indio de Gujarat), una flota musulmana combinada indo-otomana.
1510: Albuquerque arrasa la población musulmana de Goa (en sánscrito Govapuri o Gomant) y se instala una colonia que junto con las de Damán y Diu estará en manos lusitanas hasta 1961.
1512: Los portugueses destruyen el puerto de Surat, en la costa del golfo de Jambhat. Lo volverían a destruir en 1530 y 1531. Reconquistado por Akbar en 1573.
1531: Los portuguese saquean Damán, ciudad musulmana situada en la costa del golfo de Jambhat, al norte de Bombay.
1535: Los portugueses ocupan Calicut.
1557: Los portugueses ocupan Macao en China (según el acuerdo de 1987, Macao debería volver a manos chinas en 1999).
1558: Los portugueses ocupan Damán.
1600: Se funda la English East Company con el concurso de 80 comerciantes londinenses, según cédula real de Isabel I de Inglaterra del 31 de diciembre.
1608: Los ingleses fundan una factoría en Surat con permiso mogol.
1610: Los holandeses construyen un fuerte en Pulicat, sobre la costa de Coromandel. Conquistado por los británicos en 1825.
1611: Los ingleses establecen su primer asentamiento en la costa de Coromandel, en Masulipatam (Machilipatnam).
1616: Los daneses ocupan el puerto de Tranquebar en la costa de Coromandel, que sería tomado por los británicos en 1814.
1639: Francis Day de la English East India Company funda el fuerte St. George que dará origen a la ciudad de Madrás, en la costa de Coromandel (actual estado indio de Tamil Nadu).
1660: Los holandeses ocupan Negappattinam en la costa de Coromandel, vecina a Pondichéry. Tomada por los británicos en 1799.
1674: Los franceses fundan la colonia de Pondichéry en la costa de Coromandel, que retendrán hasta 1954.
1688: La Compagnie des Indes orientales, creada por el político Jean Baptiste Colbert (1619-1683) en 1664, funda la colonia de Chandernagor (Chandannagar) sobre el río Hughli en Bengala, concesión de Aurangzeb.
1690: Los ingleses establecen una factoría en Calcuta. LOS PRIMEROS TIEMPOS DEL ISLAM EN LA INDIA
Hind es el nombre por el cual es conocido el subcontinente en el mundo islámico. El hindi, que es el idioma oficial que hoy se habla en la India, tiene numerosas palabras árabes y persas. DeHindderivan términos como Hindustán (Indostán), hindú, hinduismo, etc.
El Indostán histórico comprendía las actuales repúblicas de la India, Pakistán, Bangla Desh, Sri Lanka y Maldivas, los reinos de Bhután y Nepal y una porción de Afganistán.
Desde los primeros siglos de la expansión del Islam, los musulmanes mostraron un especial interés por la India y sus antiguas civilizaciones. Suleimán at-Tayir (esto es: “el mercader”) llevó hacia 840 sus mercancías a la China y la India desde el puerto iraní de Siraf en el Golfo Pérsico. Un autor anónimo de 851 escribió un relato de viaje de Suleimán. Este relato, el más antiguo en lengua arábiga, es anterior en 425 años a los Viajes de Marco Polo (cfr. J O’Kane: The Ship of Suleiman, Londres, 1972).

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En el mismo siglo, el primer gran geógrafo musulmán Ubaidullah Ibn Jordadbeh (825-912) hizo una descripción de la India, Ceilán, Java y Sumatra en su obra Kitab Masálik ua’l-mamálik(“Libro de los caminos y reinos”), aparecido en 846 y nuevamente, revisado, hacia 886 (traducido por M.J. de Goeje, Leiden, 1967). En esta obra encontramos el relato del viaje del intérprete Sallam a «la muralla de Gog y Magog», denominación con que el autor parece indicar la Gran Muralla china (cfr. F.E. Peters: Allah’s Commonwealth. Ibn Khurdadhbih, Nueva York, 1973). Otro trabajo famoso es ‘Ayá’ib al-Hind (“Maravillas de la India”) de Buzurg Ibn Shahhriyar Ramhurmuzi.
Pero sin lugar a dudas, el historiador musulmán de lengua persa Abu ar- Rahmán Muhammad ibn Ahmad al-Biruní (973-1048) se convertirá en el especialista por excelencia en temas de la India, a través de su monumental Kitab al-Hind (“Tratado de la India”), también conocida como Ta’ríj al-Hind (“Historia de la India”), publicada hacia 1030, que fue el resultado de más de doce años de permanencia en la India. Algunos comparan esta obra con la Historia Natural de Plinio y el Cosmos de Humboldt. Al-Biruní cita 24 libros de 14 autores griegos y apela a 40 fuentes de sánscrito. Aunque se ocupa poco de la historia política de la India, dedica 42 capítulos a la astronomía y a la religión de los indios. Mostrando un gran interés por el Bhagavad Gita (sánscrito: “Canto del Señor”), el famoso poema filosófico que forma parte del Mahabharata (una de las obras más antiguas de la literatura épica de la India, que gira en torno de las guerras entre los Kuru y los Bharata), al-Biruni ve la similitud entre el misticismo del Vedanta (la última de las escuelas del hinduísmo), el sufismo, los neopitagóricos y los neoplatónicos. Igualmente, compara citas de pensadores indios con pasajes parecidos de filósofos griegos.
Los musulmanes llegaron a Multán (hoy Pakistán), en el Punjab occidental en 694. Es una gran coincidencia de que la primera expedición musulmana hacia la India fue en 711, el mismo año en que Tariq Ibn Ziad llegaba a España. Más adelante veremos como la India se convertiría bajo el Islam en el al-Ándalus de Oriente, con idénticos parámetros de auge de la ciencia y la filosofía, y la convivencia de culturas y religiones.
La primera dinastía islámica que tuvo dominio sobre India fue la de los gaznavíes o gaznávidas, originada en la ciudad de Gazna (hoy Afganistán), fundada por Abu Mansur Sebuktigin (942-997) hacia 977. Su hijo y sucesor, conocido como Mahmud de Gazna (971-1030), extendió sus dominios abarcando el Jorasán y gran parte del Irán, el Punyab, el Sind y finalmente, casi toda la India, a la que conquistó a través de 17 expediciones que duraron casi 32 años a partir de 997. Mahmud de Gazna fue un soberano muy
perspicaz e infatigable. En el subcontinente organizó su administración según el modelo iraní, adoptando el persa como idioma de su corte. A partir de entonces, el persa sería la lengua oficial en el subcontinente durante ochocientos años.
A los gaznávidas les sucedieron los guríes. Estos bajo el liderazgo de Mu’izzuddín Muhammad al-Gurí (m. 1206) conquistaron la India septentrional e instauraron el sultanato de Delhi. El primer sultán fue Qutbuddín Aibak (m. 1210).

Complejo del minarete Qutab
Una de los más espléndidos minaretes del mundo islámico es aquel que comenzó a construir Qutbuddín Aibak hacia 1193, llamado Qutab Minar, que hoy todavía podemos apreciar en la capital de la India. Esta torre extraordinaria de 72 metros de altura sirvió para un doble propósito, como resplandeciente minarete y como recordatorio muy visible de los nuevos gobernantes islámicos de la región. La original torre de piedra arenisca de cuatro pisos fue construida por Qutbuddín y por su sucesor, Shamsuddín Iltutmish (g. 1211-1236) fundador de la dinastía turca ilbarí (1210-1290). Después de que el piso superior fue dañado por un rayo en 1368, lo reparó Firuz Shah Tugluq, que añadió dis pisos de mármol y piedra arenisca de Rajastán. En la actualidad el denominado Complejo del minarete Qutab contiene numerosos edificios islámicos como la Mezquita Poder del Islam (Quwwat ul-Islam Masÿid), construida en 1193, las tumbas de los sultanes Alauddín Muhammad Jalÿí (m. 1316) y Shamsuddín Iltutmish, y la puerta monumental Ala’i Darwaza (1311).
La primera sultana del Islam El más original y brillante de los ocho sucesores de Shamsuddín Iltutmish fue su hija Radiyya, quien gobernó entre 1236 y 1240, convirtiéndose en la primera mujer en dirigir un estado islámico en la historia. Durante este brillante período Delhi pasó a ser el refugio y reunión de sabios, teólogos y científicos procedentes de otros puntos del mundo islámico que huían de la invasión de los mongoles.
La dinastía ilbarí fue sucedida por seis soberanos jalyí, durante cuyos reinados el poder del Islam se expandió hacia el sur, Deccan adentro. En el siglo XIV surgió la poderosa dinastía afgana Tugluq, pero esta fue barrida por las hordas de Tamerlán Timur Lenk (1336-1405).
El sanguinario jefe mongol cruzó el Indo (1398) y derrotó a las fuerzas del sultán Mahmud Tuglak, ocupó Delhi, mató a cien mil prisioneros a sangre fría, quitó a la ciudad todas las riquezas y las llevó a Samarcanda con una multitud de mujeres y esclavos, dejando tras de sí la anarquía, el hambre y la peste. Entre 1333 y 1342 recorrió grandes extensiones de la India el incansable viajero musulmán tangerino Ibn Battuta (1304-1377), experiencia que describió detalladamente en su rihla o libro de viajes (cfr. Ibn Battuta: A través del Islam. Alianza, Madrid, 1988, págs. 487-661).

LOS GRANDES MOGOLES
Hacia 1504, el sultán afgano Sikandar Lodí estableció una nueva dinastía, la de los Lodí, y una nueva capital en Agra. Pero su sucesor Ibrahim Lodí, fue derrotado por el caudillo Zahiruddín Muhammad (1482-1530), apodado Babur, (en persa, “el tigre”), en la primera batalla de Panipat, en las cercanías de Delhi, en 1526. Babur no se contentó con adueñarse del sultanato de Delhi. Al año siguiente hizo lo que ningún caudillo musulmán se había atrevido hasta el momento: desafiar a la Confederación Rajput. El 16 o 17 de marzo de 1527 el ejército de Rana Sanga, rey de Mewar y líder de la Confederación Rajput, compuesto por ochenta mil briosos jinetes, chocó en Khanua, cerca de Agra (al sudoeste de las actuales ruinas de Fatehpur Sikri), con los veinte mil experimentados soldados de Babur, entre ellos una brigada turca armada de mosquetes. El coraje de Rana Sanga y su caballería rajputani poco pudo hacer ante la acción combinada de los jinetes afganos y persas apoyados por la mosquetería turca. Ese día se fundó el Imperio mogol de la India. Esta dinastía musulmana duraría con efectivo esplendor hasta la muerte de Alamgir II en 1759 (cfr. Michael Prawdin: Los creadores del Imperio mongol, Juventud, Barcelona, 1965; David Nicolle: Mughul India 1504-1761, Osprey, Londres, 1993).
Babur era descendiente, en la quinta generación, de Tamerlán Timur. Sería el fundador de la dinastía de los Grandes Mogoles o Mughal (Bamber Gascoigne: The Great Moghuls, Jonathan Cape, Londres, 1973; hay versión castellana). Estos mogoles eran realmente turcos; pero los hindúes llamaban y continúan llamando mogoles a todos los musulmanes del norte (excepto a los afganos).
Babur era un hombre que sufría de un exceso de energía en cuerpo y espíritu; combatía, cazaba y viajaba insaciablemente. «A los doce años —dice al comienzo de sus Memorias (Babur Nameh)— fui señor del país de Ferghana». A los quince asedió y capturó a Samarcanda y a los veintidós tomó Kabul. Una vez en dos días recorrió trescientos cincuenta kilómetros, cruzando dos veces el Ganges por añadidura. En sus últimos años decía que desde la edad de once años no había observado el ayuno de Ramadán dos veces en un mismo sitio.
A la muerte de Babur, que fue prematura, fue sucedido por su hijo Nasiruddín Muhammad (1508-1556), conocido como Humayún. Este era demasiado débil y vacilante para continuar la obra de Babur y su reino fue conquistado por el caudillo afgano Sher Shah, luego de dos sangrientas batallas. Humayún se vio obligado a refugiarse en la corte safávida de Persia (1539). Allí organizó un ejército, entró en la India y recuperó el trono (1555), pero murió poco después (cfr. W. Erskine:Babur and Humayun, 2 vols., Londres, 1826; S.M. Ikram: Muslim Civilization in India, Nueva York, 1964).

Akbar
El hijo de Humayún, Ÿalaluddín Muhammad (1542-1605), conocido como Akbar (“el Grande”), sería el gran organizador del dominio musulmán del Indostán.
El tercer emperador mogol llegó al trono a los trece años. Contemporáneo de Isabel I (1633-1603) de Inglaterra, supo expandir el dominio musulmán en la India y crear un verdadero sistema administrativo, introduciendo pesos y medidas estandarizados, estructuras fiscales y una fuerza de policía operativa. Akbar es un personaje paradigmático. Se le dieron maestros en abundancia, pero los rechazó y rehusó aprender a leer. En vez de lecturas, se dedicó a practicar peligrosos deportes; llegó a ser un jinete perfecto, jugaba al polo regiamente y conocía el arte de dominar los más feroces elefantes; estaba siempre dispuesto a emprender una cacería de tigres, soportar cualquier fatiga, arrostrar todos los peligros personalmente. Pero el polo era su pasión. Le gustaba tanto el polo que inventó una pelota luminosa para que pudiera jugarse de noche.
Soberano indulgente y muy tolerante, abolió los impuestos que sobrecargaban a los no musulmanes (hindúes y budistas) y promovió los matrimonios mixtos entre los musulmanes y las diversas comunidades indostanas, una actitud que nos hace recordar al Gran Alejandro y las bodas entre doncellas persas y soldados griegos. El mismo dio la pauta al casarse con una princesa hindú rajput de Jaipur que siguió practicando su fe (Akbar estuvo casado con tres mujeres de religión distinta). Esto no significó, como algunos sostienen, que hubiese descuidado su práctica islámica sino todo lo contrario. El mejor ejemplo de lo que afirmamos es su legado arquitectónico representado por Fatehpur Sikri.
Desde el siglo XIV, en la aldea de Sikri, a 37 kilómetros al sureste de Agra, se había establecido una asociación de sufíes que pertenecían a la cofradía conocida como la Chistiyya, nombre derivado de la localidad de Chist, en Afganistán, de donde era oriundo su fundador, el Sheij Muin al-Din Hasan al- Chistí. Entre ellos, en la época de Akbar, había adquirido fama el venerable Sheij Salim al-Chistí y muchos buenos musulmanes iban a Sikri para verlo y consultarlo. En los primeros años de su reinado, también Akbar fue atraído por el carisma del hombre santo, y quiso hacer a pie la peregrinación, desde Agra. El Sheij Salim predijo al soberano que muy pronto sería padre de su primer hijo varón, deseo que tardaba en cristalizar y que preocupaba al joven emperador. Pero la predicción se cumplió: la madre fue enviada a Sikri para aguardar el parto, y allí nació el heredero. Akbar quiso que el jefe de la hermandad gnóstica fuera padrino del recién nacido, y le dio su nombre: Salim (más tarde conocido como Ÿahangir, en persa: “Conquistador del Mundo”; cfr. Beni Prasad: History of Jahangir, Londres, 1922).

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Desde aquel momento, el monarca mogol siempre fue devoto del anciano sufí y de la Chistiyya; volvió a menudo a visitarlo, y después de su muerte, ocurrida en 1571, mandó que se levantara a su memoria un precioso mausoleo (dargah) de mármoles finamente labrados, verdadera joya de escultura e incrustaciones, terminado en 1580. Adoptada la decisión de fundar una nueva ciudad, Akbar eligió la localidad de Sikri. Después de la conquista del Gujarat, en 1573, decidió que se llamara Fatehpur (en persa: “Ciudad de la Victoria”), celebrando el acontecimiento.
El emperador se ocupó personalmente de vigilar la construcción de la ciudadela entre 1570 y 1582, a la que dedicó sus energías y entusiasmo. Quiso que respondiera a sus cánones estéticos, a sus ideas en materia de urbanística y aun de religión y de culto. En su origen, la cultura de Akbar fue esencialmente persa. No sólo por el hecho de que su infancia transcurrió en la corte safávida del Shah Tahmasp I (1514-1576), durante el exilio de su padre Humayún, sino también por la razón principal de que en aquellos años toda la civilización islámica de Asia tenía sello persa. Desde los primeros siglos de la Hégira, el elemento persa había suministrado al Islam eruditos, poetas, arquitectos, artistas y científicos. El aporte cultural persa fue determinante en la formación del arte, las costumbres, en una palabra de la «fisonomía» del mundo islámico.
Durante dieciséis años Fatehpur Sikri fue una de las ciudades más brillantes y originales del mundo, pero debido a la escasez de agua, y a las guerras que el emperador mogol debió emprender en otras regiones, la ciudad fue abandonada. Su poco uso y el haber estado alejada de las zonas de conflicto hizo que desafiara exitosamente los rigores del tiempo y que hoy día se convirtiese en el más extraordinario de los museos al aire libre. Un viajero español contemporáneo la describe como «la Pompeya del Asia»: «Cuatro veces he visitado Agra y otras tantas me he desplazado a Fatehpur Sikri. ¿Quien puede resistir esa tentación? Una ciudad muerta, una ciudad sin alma, una ciudad desierta, pero tan evocadora, tan espléndida en su silencio y en su soledad, tan rebosante de belleza» (Ramiro A. Calle: Sobre la India, Arias Montano, Madrid, 1991, pág. 97).
Fatehpur Sikri es un lugar imponente, con cientos de edificios construidos con arenisca roja. Nueve puertas y un cinturón amurallado de más de seis kilómetros de longitud protegen esta ciudad fortaleza situada en el Estado de Uttar Pradesh. Hay dos secciones: el complejo de la mezquita mayor (con capacidad para albergar a diez mil creyentes) y el palacio, que incluye la Buland Darwaza (“Puerta de la victoria”) y una complicada serie de pabellones y patios, entre ellos la Sunahra Mahal, que era la residencia de Mariam Makani, la madre de Akbar, el Palacio de Jodhbai (la esposa hindú de Akbar), la Panch Mahal (una sala provista de un mirador conocido como “la torre del viento”) y el Anup Talao o Patio del «Estanque Incomparable».
El Pachesi Corte Shak, adyacente al Panch Mahal, es un enorme salón donde Akbar practicaba el Pachesi (un antiguo juego indio similar al ajedrez) con los dignatarios de la corte y sus esposas. El historiador Abu l-Fazl al-Alamí (1551- 1602) —consejero y primer ministro de Akbar— nos relata que a veces participaban hasta doscientas personas representando las piezas y que una partida podía durar tres meses. Este juego servía el propósito de Akbar de medir la paciencia de sus funcionarios y de enseñarles afabilidad.
Todas las calles de esta urbe fantasmal se intersectuan formando ángulo recto. En una de las arcadas de la misteriosa ciudad prontamente abandonada podremos encontrar el siguiente proverbio, mudo testigo de la mística de sus constructores: «La vida es un puente. Crúzalo, pero no construyas una casa encima».

Príncipe del ecumenismo
Akbar abolió la costumbre tradicional de los indios y mongoles de esclavizar a los prisioneros de guerra, y en 1563 eximió a los hindúes de diversos impuestos aplicados por sus antecesores. Entre los años 1568 y 1574, Akbar se anexionó muchos reinos rajputas, gracias a su políticas de conciliación. Muchos de los nuevos súbditos se islamizaron y se sumaron al ejército islámico que en 1572 conquistó el Gujarat. Esta expedición puso en contacto a los musulmanes indios con los colonialistas portugueses.
Más profunda que estos intereses políticos era su afición a la especulación filosófica. Akbar anhelaba en secreto ser filósofo. Después de convertirse en el soberano indiscutible de uno de los tres imperios musulmanes de la época, Akbar era desdichado porque no podía comprenderlo. Decía: «Aunque soy dueño del tan vasto reino y tengo en mi mano todos los instrumentos de gobierno, como la verdadera grandeza consiste en cumplir la voluntad de Dios, mi espíritu no está tranquilo en esta diversidad de sectas y de credos». Luego agregaba: «La superioridad del hombre descansa en la joya de la razón».

Como correspondía a un filósofo, estaba profundamente interesado en todas las religiones y creencias celestiales. Su cuidadoso examen del Mahabharata (en sánscrito, “Gran Bharata”), el más extenso poema épico de la literatura india antigua, escrito hacia el 300 a.C., —que hizo traducir al persa y al árabe—, y su intimidad con los poetas y sabios hindúes, le atrajeron al estudio del hinduismo. Tenía la gracia de saber contentar a todas las creencias: complació a los zoroastrianos llevando bajo la ropa la camisa y cíngulo sagrados y dejó que los jainistas lo persuadieran a que abandonase la caza y prohibiese, en ciertos días, la matanza de animales. Cuando supo de la religión llamada cristianismo, que había llegado a la India con la ocupación de Goa por los portugueses, mandó un mensaje a los misioneros paulistas que allí había y los invitó a enviarle dos de sus hombres más doctos. Más adelante llegaron algunos jesuitas a Delhi y lo interesaron tanto en la historia de Jesucristo que ordenó a sus escribas la traducción del Nuevo Testamento. Dio a los jesuitas plena libertad de predicar y les permitió educar a uno de sus hijos. Mientras los católicos estaban asesinando protestantes en Francia y los protestantes, bajo la reina Isabel, estaban asesinando católicos en Inglaterra, y la Inquisición mataba y robaba a los moriscos y judíos en España y el filósofo Giordano Bruno (1548-1600) ardía en la hoguera de Campo dei Fiori en Roma, Akbar invitaba a los representantes de todas las religiones de su imperio a una conferencia, los comprometía a la paz, promulgaba edictos de tolerancia para todo culto y creencia, y fomentaba el Din Illaihi (“religión divina”), ideado por él, que sería la suma de las religiones monoteístas e hinduistas y permitiría la unidad y convivencia de todos los pueblos y culturas indostanas.

Ÿahangir
Al morir Akbar, fue sucedido por su hijo Salim (1569-1627), que sería célebre por su apodo de Ÿahangir (“Conquistador del Mundo”). Este tuvo que enfrentar distintas amenazas, como los ataques provenientes del Deccan, liderados por el etíope Malik Ambar, que ocupó la importante plaza de Ahmadnagar en 1610. Más tarde, en 1621, el sha safaví Abbás el Grande (1571-1629) de Persia, arrebató la ciudad de Kandahar (hoy Afganistán) a los musulmanes mogoles.
El príncipe Jurrám (1592-1666), hijo favorito de Ÿahangir, que había algún éxito en las campañas del Deccan, acabó rebelándose contra su padre cuando éste le ordenó iniciar una campaña contra Kandahar. Más tarde, Jurrám hizo la paz con su padre, y al morir éste en 1627, subió al trono con el nombre de Shah Ÿahán (“Soberano del Mundo”). La madre de Jurrám fue Mihrun Nisa, conocida como Nur Mahal (“Luz del Palacio”) y Nur Ÿahán (“Luz del Mundo”), la esposa favorita de Ÿahangir.
Durante el reinado de Ÿahangir llegaron al Imperio mogol, los primeros enviados británicos: el capitán William Hawkins, que permaneció entre 1609- 1611, y sir Thomas Roe (1581-1644), embajador en Agra (1615-1618).

Shah Ÿahan
Shah Ÿahán logró reconquistar Ahmadnagar y Kandahar, pero fracasó en la conquista de Balj (hoy Afganistán) y Bujara (hoy Uzbekistán). Su reinado fue brillante y es considerado el último de los grandes soberanos mogoles. Hacia 1567, Shah Yahán cayó gravemente enfermo. Por esta razón designó a su hijo mayor Dará Shikoh (1615-1659) como su heredero. Pero el poder fue usurpado por su tercer hijo, Muhiuddín Muhammad (1618-1707), que sería conocido por su apodo, Aurangzeb Alamgir. Este siniestro personaje hizo asesinar a sus hermanos, uno tras otro, y encarceló a su padre Shah Ÿahán, quien murió en cautividad en 1666. Aurangzeb se convirtió en un espantoso tirano. Durante su reinado, dejó de lado a la exquisita tolerancia que caracterizó a sus predecesores, promulgando decretos e impuestos discriminatorios contra los hindúes. Estas y otras medidas, así como una interminable guerra contra los marathas, socavó el poder del Islam en la India y abrió las puertas para la conquista del subcontinente por parte de los europeos, particularmente por los británicos. Al morir Aurangzeb en 1707, a los 89 años de edad, el Dominio Mogol degeneró en la más absoluta anarquía. La invasión del conquistador persa Nader Shah, iniciada en 1739, y el consecuente saqueo de Delhi, atomizaron el dominio mogol en una multitud de sultanatos y nababatos independientes (algo así como las “taifas de la India”, si lo comparamos con la historia andalusí), que facilitaron el avance y hegemonía de los colonialismos de Inglaterra y Francia.

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EL ORIGEN DEL IMPERIALISMO BRITÁNICO
Es irreversible el daño infligido por las potencias al legado cultural de los pueblos conquistados, pero el depósito colectivo de la memoria popular no pueden erradicarlo ni el tiempo ni la historia. En México y Perú los españoles conquistaron a principios del siglo XVI las vastas y refinadas civilizaciones inca y azteca. Tras hacerse amos de los millones de seres humanos, y provistos de bulas papales, los convirtieron por la fuerza al cristianismo y les impusieron su idioma. Lo mismo hicieron los portugueses en Brasil. En Africa los británicos, los holandeses y portugueses capturaron, cargaron de cadenas, bautizaron y embarcaron a veinte millones de hombres adultos, mujeres y niños para venderlos como esclavos en las Américas, adonde sólo llegaron vivos doce millones de ellos. Y también impusieron sus leyes y sus idiomas en las tierras conquistadas.

Cuando los europeos llegaron a Oriente, éste era un mundo islámico. Los ingleses arribaron a la India musulmana a comienzos del siglo XVII, y siguiendo los pasos de los portugueses, llegados a Calicut en 1498 buscando «cristianos y especias», así como a los holandeses, que habían enviado una flota a Oriente en 1595. Bajo el régimen relativamente benévolo e ingenuo de los emperadores musulmanes mogoles, como Akbar, Ÿahangir y Shah Ÿahán, los británicos fueron edificando las bases de su futuro imperio, desarrollando su comercio y compitiendo con sus rivales los portugueses, los franceses y los holandeses. Sus colonias se reducían a unos cuantos kilómetros cuadrados en la isla de Bombay y la ciudad de Madrás y algunas factorías en la bahía de Bengala hacia 1625.
Hasta cincuenta años después de la muerte de Aurangzeb (1707) los mercaderes ingleses se abstuvieron de políticas y de guerras. Aunque hábiles para el comercio, los funcionarios de la Compañía Inglesa de las Indias Orientales no tenían formación política ni militar. Pero después de la batalla de Plassey (Palasi), el 23 de junio de 1757, cuando Lord Clive (1725-1774), gracias a la traición del general Mir Ÿafar, venció al ejército del nabab musulmán de Bengala, Siraj ud Daulah (1731-1757), la Compañía cambió su perfil mercantil para convertirse en una potencia militar colonizante (cfr.Donald Featherstone: Plassey 1757. El gran día de Clive en la India, Ediciones del Prado/Osprey, Madrid, 1996).
Al taimado Lord Clive, tristemente célebre por sus crímenes y estafas (quien se suicidó en Londres víctima de sus remordimientos), sucedióle Warren Hastings (1732-1818), igual a Clive en arrojo y osadía, superior en delincuencia y bandolerismo. Para someter a las masas humanas de la India y saquearlas, emplearon los ingleses los mismos métodos crueles que los españoles con los habitantes de México y Perú. Sin embargo, Warren Hastings dejó muy atrás a Cortés y a Pizarro. Después de haber cometido mil execrables fechorías, vendió al soberano mogol Shah Alam II (que gobernó efímeramente entre 1759-1806), en 25 millones de rupias dos provincias que no pertenecían a Inglaterra y, además, le alquiló por otros 10 millones una brigada inglesa para someter a los vendidos que, indignados, protestaban por la venta. Sabedor Hastings de que las princesas musulmanas de Auda, madre y viuda de un poderosísimo nabab, poseían un tesoro de 75 millones de rupias, se apoderó de ellas, las torturó, las violó personalmente, y las tuvo sin comer hasta que ya moribundas le entregaron 30 millones. Por éstos y parecidos procedimientos extrajo a los hindúes unos 600 millones al año. El tratado de Mangalore de 1784, vencidos los marathas y el caudillo musulmán mysoreano Haidar Alí (1722-1782), entregó la India a Inglaterra, quedando Francia fuera de la competencia. Al año siguiente, en 1785, el gobierno británico llamó a Hastings a dar cuenta de sus actos. La Compañía Inglesa de las Indias Orientales, agradecida con su benefactor, pagó los gastos del juicio que duró diez años,
que ascendieron a cien mil libras esterlinas, le regaló otras cien mil, y le fijó una pensión de setenta mil libras esterlinas anuales para premiar sus servicios. El Parlamento de Westminster le absolvió, “porque si bien era verdad que había sido un criminal, sus crímenes habían sido provechosos para Inglaterra”. Murió poco después, riquísimo, respetado y elevado por el Estado a la más alta categoría. Para hacer comparaciones, por esa misma época un desconocido capitán de fragata de la marina real, llamado Horatio Nelson (1758-1805), percibía por mes 28 libras esterlinas de salario, un simple marinero de su barco una libra y media por mes lunar, y los pajes o grumetes cuya edad oscilaba entre 10 y 13 años (que servían con pólvora y balas a la artillería) ganaban un total de cuatro libras anuales…
Solamente entre 1757 y 1780, por su explotación de sus posesiones en la India, la Compañía Inglesa obtuvo ganancias por 38 millones de libras esterlinas. Compárese estas cifras con la suma de un millón de libras esterlinas del préstamo concedido por la corona británica al presidente argentino Rivadavia a través de la casa Baring Brothers en 1824, y que Buenos Aires recién pudo saldar en 1904 (cfr. José María Rosa, Defensa y pérdida de nuestra independencia económica, Peña Lillo Editor, Buenos Aires, 1980, págs. 63-68).
La opinión de Chomsky
Dice el sociólogo y escritor norteamericano Noam Chomsky, en su obra Año 501. La conquista continúa, Libertarias, Madrid, 1993, pág. 21:
«Dos historiadores ingleses de la India, Edward Thompson y G. T. Garrett, describieron la historia temprana de la India británica como “quizás el punto culminante de la corrupción a nivel mundial”: “una avidez de oro sin igual desde la histeria que se adueñó de los españoles de los tiempos de Cortés y de Pizarro colmó la mente inglesa. Bengala, sobre todo, no volvería a conocer la paz hasta que se le hubo extraído hasta la última gota de sangre”. Es indicativo, comentan, que una de las palabras indostaníes que ha pasado a formar parte de la lengua inglesa es “loot” (pronunciar lut), esto es, saqueo o pillaje.

El destino de Bengala pone de manifiesto elementos esenciales de la conquista mundial. Hoy día, Calcuta y Bangladesh simbolizan la miseria y la desesperación. Los guerreros mercaderes europeos, por el contrario, vieron en Bengala una de las presas más valiosas del mundo. Un visitante inglés temprano la describió como “una tierra maravillosa, cuyas riquezas y abundancia ni la guerra, ni la pestilencia ni la opresión podrían destruir”. Mucho antes, el viajero marroquí Ibn Batuta había descrito a Bengala como “un país de gran extensión, en el cual el arroz es extraordinariamente abundante. De
hecho, no he visto región alguna en la tierra donde las provisiones sean tantas”. En 1757, el mismo año de Plassey, Clive describió el centro textil de Dacca como “tan amplio, populoso y rico como la ciudad de Londres”; para 1840, su población se había reducido de 150.000 a 30.000 habitantes, según declaró Sir Charles Trevelyan ante el Comité de la Cámara de los Lores, “y la jungla y la malaria avanzan rápidamente… Dacca, el Manchester de la India, ha pasado de ser una población floreciente a convertirse en otra, muy pobre y pequeña”. En la actualidad es la capital de Bangladesh».
El historiador francés Pierre Meile en su trabajo Historia de la India (Eudeba, Buenos Aiers, 1962, págs. 92-93), señala igualmente:
«La destrucción del artesanado hindú, comenzada con los malos tratos a los tejedores, y la baja compulsiva de precios se completaron por la competencia de las fábricas de Manchester. Los inventores habían trabajado febrilmente para imitar los diversos tejidos índicos, sobre todo los estampados (tela de Jouy) y en esos años cruciales del final del siglo XVIII los procedimientos mecánicos estuvieron a punto en Manchester; desde entonces, gracias al vapor, comenzó la producción en gran escala. El deseo de liberarse de las importaciones de la India —contra las cuales no bastaba el proteccionismo— había estimulado los comienzos del maquinismo.
Pero este maquinismo no hubiera sido posible sin aporte de capitales: los empleados de la Compañía, vueltos de las Indias, enriquecidos, para vivir de sus rentas en Inglaterra, buscaron oportunidades para colocarlos; sus familias, sus herederos, quedaron como rentistas, formando una burguesía acomodada.
De estas comprobaciones se desprende que, si Inglaterra estuvo a la cabeza de la revolución industrial y tuvo sobre los otros países un adelanto que conservó casi más de un siglo, lo debió por varias razones a la India. Por lo tanto, callar el aporte de la India es falsear la perspectiva de los hechos europeos y el fundamento mismo de las teorías económicas: pues, si Inglaterra pudo erigirse en campeón del liberalismo económico, fue porque se había asegurado ya ese desahogo y ese avance técnico; sólo en 1786, en el momento en que digería sus millones de Bengala, ‘ofrece’ a Francia un tratado de libre cambio, destinado solamente a inundar el mercado francés con sus algodones.
Partidaria de la libertad económica en Europa, Inglaterra practicaba al mismo tiempo en la India no solamente el trabajo forzado, sino, sobre todo, la cotización monetaria forzada. Es singular que se haya pasado por alto este hecho. En el curso del siglo XIX, no contento con los mercados europeos, Manchester impuso sus tejidos en el mercado índico (el algodón de la India emprendía un curso de ida y vuelta), exigió tarifas aduaneras preferenciales, y más tarde luchó contra la industria índica naciente.

El trastorno introducido en la economía de la India fue considerable: el abate Dubois (1825) ha pintado en términos punzantes la miseria y la desaparición de los tejedores indos. Siguió a esto toda una redistribución de clases sociales, un flujo abusivo de mano de obra en la agricultura, un empobrecimiento general del país».
Aunque satisfechos con sus primeros éxitos, los británicos temían el fuego escondido del Islam, avivado por el movimiento revolucionario de Shahh Waliullah (1703-1762). Este gran hombre de letras y teólogo de Delhi, autor de la obra Asrar al-Din (Los secretos de la fe) y de una célebre traducción del Corán al persa, que había visitado el Hiyaz, en la península arábiga, donde se encuentran las ciudades santas del Islam, La Meca y Medina, en 1730, y estudiado las condiciones de Europa, Africa, Turquía e Irán, vio las sombras de la decadencia que se cernían sobre el mundo musulmán, a principios del siglo XVIII. A su regreso al Indostán en 1732 dio la voz de alarma frente al peligro de las potencias europeas, a las que llamaba «estrellas que brillan en la oscuridad como ojos de serpientes».
La resistencia islámica en la India finalmente fue quebrada con la derrota y muerte del sultán Tipu, el Tigre de Mysore (1750-1799), el hijo de Haidar Alí, ocurrida en la ciudad de Seringapatam, cuya gesta y biografía detallada recomendamos consultar en el artículo de R.H. Shamsuddín Elía: La epopeya de Tipu Sultán, el Tigre de Mysore, en la revista El Mensaje del Islam número 12, Buenos Aires, mayo de 1996, págs. 4 a 26.
Desde 1799 hasta 1947, la bandera inglesa ondearía desde Cachemira a Ceilán, desde Bengala a Baluchistán, un inmenso territorio de cinco millones de kilómetros cuadrados. Lo que había sido el reino de la concordia, la paz y la integración de culturas y religiones tan diversas, como hinduístas, zoroastrianos, budistas, fetichistas, cristianos católicos y hasta ortodoxos armenios, bajo los gobiernos islámicos de los Grandes Mogoles, en los siglos XVI y XVII, y de los sultanatos de Bengala y Mysore en el siglo XVIII, se convirtió en el reino del terror, la represión y la colonización cultural bajo los británicos en los siglos XIX y XX.
Con el advenimiento del benthamita William Bentick (1774-1839) al cargo de Gobernador General de la India (1825-1835), se completó el cuadro de la «britanización» con la implantación del ideario occidental a través de la enseñanza, a fin de realizar, con la típica arrogancia e hipocresía imperialista inglesa (que olvidaba las situaciones de ignorancia e inmoralidad imperantes en su propio país) «nuestro deber moral con la India», según palabras del propio Bentick. Así, el inglés fue proclamado idioma oficial, quedando abolido el persa, lo mismo que el árabe y el sánscrito, lo que fue resistido por los musulmanes e hindúes por igual.

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Por entonces ya se había oficializado la palabra india Raj (pronunciar radch o raÿ) para designar al dominio británico en el Indostán. Raj significa «gobierno» (equivalente al término inglés rule). Los británicos adoptarían diversas palabras indias y hablarían una especie de dialecto anglo-hindú en que serían sobresalientes términos como sahib (señor europeo considerado superior al indio),memsahib (dama europea casada), etc. Véase el exhaustivo trabajo de C. A. Bayly: The Raj. India and the British 1600-1947. National Portrait Gallery Publications, Londres, 1991.

LA GRAN INSURRECCIÓN DE 1857
Cuando la Compañía Inglesa de las Indias formó su ejército colonizador a mediados del siglo XVIII, lo hizo reclutando principalmente a voluntarios hindúes y musulmanes provenientes de regiones tan distanciadas como Bihar, Oudh, Afganistán, Bengala y Rajastán. Estos soldados mercenarios recibieron el nombre de cipayos, de la palabra persa sepahi, soldado (sepah: cuerpo de ejército). Los británicos tradujeron sepoy, y los franceses spahi, y de allí fue castellanizado cipayo. El término con el tiempo se comenzó a utilizar para identificar a cualquier persona que defiende los intereses del invasor o colonialista.
Aunque el núcleo del ejército de la Compañía a comienzos del siglo XIX estaba constituido por regimientos británicos específicamente alistados para servir en la India, rara vez hubo más de cuarenta mil soldados británicos en todo el subcontinente. La India poblada por más de 150 millones de seres humanos por esa época, quedó al servicio de la Compañía Inglesa gracias a 200 mil soldados hindúes, los cipayos.
Los problemas entre los cipayos comenzaron cuando éstos comenzaron a ser utilizados para reprimir o colonizar territorios de ultramar. En 1824 estalló un serio motín entre los regimientos de cipayos que iban a ser transportados por mar a Rangún, para combatir a los rebeldes birmanos. En 1842, durante la primera guerra de los británicos contra los afganos, más de 16 mil invasores fueron exterminados en las batallas de Kabul (6 de enero) y Gandamak (13 de enero). De un total de cuatro mil británicos y 12 mil cipayos indostanos hubo un solo sobreviviente, el cirujano Brydon, que llegó ciego al puesto de Jalalabad, escena evocada por el famoso óleo de Lady Butler, The Remnants of an Army (Los restos de un ejército), en 1881, exhibido actualmente en la Tate Gallery de Londres.
Esta rotunda victoria de los musulmanes afganos caló hondo en los regimientos cipayos de la India y allanó el camino para el levantamiento que ocurriría quince años después.
En 1843 se montó una nueva campaña a fin de conquistar la región del Sind, pero varios regimientos cipayos se negaron terminantemente a emprender la marcha. A pesar de todo, el Sind fue arrasado por los británicos. Los crímenes y fechorías allí cometidos fueron tales que el propio general inglés Sir Charles James Napier (1782-1853), conquistador del Sind, que había combatido contra Napoleón en Waterloo, confesó en sus memorias: «En la India, los ingleses siempre han sido los agresores… Nuestro objetivo al conquistar la India, el objeto de todas nuestras crueldades, no fue otro que el dinero. Se dice que de la India se han obtenido unos mil millones de libras esterlinas en los últimos noventa años (1755-1845). Cada uno de estos chelines se ha extraído de un charco de sangre; se ha limpiado a conciencia y ha ido a parar a los bolsillos de los asesinos. Sin embargo, por mucho que se limpie y se seque ese dinero, esa maldita mancha no saldrá nunca» (Edward Rice, El Capital Richard F. Burton, Siruela, Madrid, 1990, pág. 106).
La chispa que encendió en febrero de 1857 la yesca del descontento entre los cipayos fue la introducción en el ejército anglo-hindú del nuevo rifle Enfield, que contaba con un nuevo cartucho. Y es que este nuevo sistema unía la pólvora y la bala en un cartucho de papel engrasado, a fin de conservar seco su contenido. Para cargar el arma, el soldado abría el cartucho con los dientes y embutía el contenido por la boca del cañón. Los cipayos al cabo de corto tiempo descubrieron que la grasa del nuevo cartucho estaba hecha de una mezcla de sebo vacuno y de cerdo. La vaca, como sabemos, es sagrada para los hindúes, y el consumo de cerdo está prohibido por la ley islámica, de modo que difícilmente podría haberse inventado una mezcla más ofensiva para un ejército que constaba por entero de musulmanes e hindúes. Es muy probable que los británicos no tuvieran la intención de ultrajar a los cipayos, ya que anteriormente se habían utilizado otras clases de grasas, como la extraída de la cera de abeja, y el nuevo cartucho era un experimento que no se había distribuido en otras partes. Sin embargo, esto era otro ejemplo de la torpeza británica y su incapacidad para tomarse en serio las creencias religiosas de los cipayos.
Los británicos, confiando en su superioridad racial y cultural, no se dieron tampoco cuenta de que beber alcohol, comer carne de cerdo y de vaca, así como muchos otros de sus hábitos, como pasearse desnudos ante sus subordinados, horrorizaban y repugnaban a los hindúes y musulmanes por igual. A medida que el clima iba haciéndose caluroso y la paciencia de los cipayos estaba a punto de agotarse, todo el resentimiento almacenado por décadas de ultrajes y humillaciones llevó a los cipayos al borde de la rebelión.
El 10 de mayo estalló la insurrección en Meerut y luego se propagó a toda la India. Cuando los insurrectos llegaron a Delhi, se plantaron bajo la ventana del palacio del emperador Bahadur Shahh II (1775-1862), que hasta entonces había sido prisionero de los ingleses en el histórico Fuerte Rojo. Le pidieron a gritos que se asomara y que aceptara sus saludos en calidad de soberano musulmán, siendo que era el último descendiente de los mogoles. Entonces Bahadur Shah (1775-1862), el último mogol, que era además poeta, pronunció en persa esta descriptiva estrofa:

«Ni la guerra con Irán ni el Zar de Rusia hicieron tanto para derrotar a los ingleses como sus propios cartuchos».
Los feroces combates se sucedieron durante casi tres años y hubo cerca de ocho millones de muertos, víctimas de la represión británica, la hambruna y las pestes que ocasionó el conflicto. Y aquí es necesario fijar un parámetro para medir la magnitud de la expoliación y los crímenes del imperialismo anglosajón en el siglo XIX. Los dominios de Victoria I (1819-1901), reina de Gran Bretaña e Irlanda y Emperatriz de la India (entre 1876 y 1901), se extendían a lo largo y a lo ancho de 32 millones de kilómetros cuadrados (130 veces la superficie actual del Reino Unido). Las rebeliones de los países sometidos dentro de tan vasto imperio (Afganistán, Australia, Birmania, Egipto, India, Nueva Zelanda, Sudáfrica, Sudán, etc.), y los conflictos instigados por Londres, como las dos Guerras del Opio y la Guerra de los Boxers en China, provocaron más de cien millones de muertos en un período de sesenta años (1840-1900). Compárese estas cifras con los 120 millones de muertos que produjo la conquista y colonización de las Américas por los españoles, portugueses, ingleses, franceses y holandeses durante casi 400 años, incluidos los indios masacrados por los norteamericanos entre 1800-1890, y veremos que los británicos fueron los imperialistas más genocidas y depredadores de la historia, dejando muy atrás a otros criminales notorios, como los asirios, los romanos, los mongoles y los nazifascistas. Y lo más grave de todo esto es que esa misma civilización, que hace dieciséis años continuó asesinando fríamente a seres humanos en las Islas Malvinas y el Atlántico Sur, es la que proclama ser la cuna de la democracia, el respeto de los derechos humanos y la libertad de expresión. Sin lugar a dudas, no se equivocó el poeta español León Felipe Camino (1884- 1968) cuando en sus versos calificó a Inglaterra de raposa. Véase sobre el particular, el excelente estudio del historiador y diplomático indio Kavalam Madhava Panikkar (1895-1963): Asia y la dominación occidental. Un examen de la historia del Asia desde la llegada de Vasco da Gama (1498-1945), 2a parte: “La edad de la conquista 1750-1858”. I. Indias y las islas, Eudeba, Buenos Aires, 1966, págs. 85-116).
Volviendo al alzamiento de 1857, éste estuvo liderado por hindúes y musulmanes como Nana Sahib (1820-?), Firuz Shah (muerto en La Meca en 1877), las heroínas musulmanas Hazrat Mahal y la Begum de Oudh, Ramachandra Panduranga, más conocido como Tantia Topi (1819-1859), Muhammad Bakht Khan (1797-1859) y Lakshmi Bai, la guerrera Rani de Jhansi, muerta heroicamente en combate en Kitahki-Serai, cerca de Gwalior (Madhya Pradesh), en 1858.
Las espantosas matanzas llevadas a cabo por los británicos para poner fin a la rebelión horrorizaron a los propios europeos. Los patriotas indios sobrevivientes fueron condenados a trabajos forzados en las islas Andamán, donde murieron de penalidades y enfermedades. Los testimonios de algunos ingleses con reputación son por demás elocuentes. Por ejemplo, Sir Alfred Lyall escribió a su padre: «Estoy bastante bien ahora y me dispongo a salir hacia Delhi mañana por la mañana a las 4, a fin de disfrutar el espectáculo de la ciudad imperial de los musulmanes en ruinas…» (citado por Mortimer Durand en The Life of Rt. Honorable Sir Alfred Lyall, Londres, 1918, pág. 70); y en el Diario de Sir William Howard Russell (1820-1907), corresponsal de guerra del Times en la India entre 1858 y 1859: «Se ha propuesto con encarecimiento que destruyamos la Mezquita Mayor (en Delhi)… La realidad es que son los elementos musulmanes de la India quienes nos causan más dificultades… Nuestro antagonismo con los seguidores de Mahoma es mucho más fuerte que el de los adoradores de Shiva y Visnú. Indiscutiblemente son más peligrosos para nuestra soberanía… Si pudiéramos erradicar mediante un vigoroso esfuerzo las tradiciones y destruir los templos de Mahoma, indudablemente prestaríamos un gran servicio a la Corona de Inglaterra» (Véase My Diary in India, Warner & Routledge, Londres, 1860, págs. 77-79).
Los victoriosos británicos celebraron una orgía de sangre y terror que sus historiadores omiten, pero que ha sido recordada por un testigo presencial, Bahadur Shah II, el último gobernante musulmán de la India, encarcelado y paradójicamente acusado de ‘traición’ en una farsa judicial montada por los usurpadores de su patria, quienes lo desterraron a Birmania junto con todos los descendientes masculinos sobrevivientes. El historiador musulmán indio Mahdi Husain, en su obra Bahadur Shah II and the War of 1857 (Delhi, 1958), rescata uno de sus patéticos poemas:
«Violadas las gentes de Hind nadie envidiará su suerte.
A quienes halló justos y libres pasó por la espada
el amo del día presente».

EL LEGADO CIENTÍFICO
Los grandes adelantos y descubrimientos que alcanzados por los indios musulmanes permitieron la evolución de la ciencia en los terrenos de la ingeniería, la mecánica, la hidrostática y la tecnología. Tanto los sultanes de
Delhi como los grandes mogoles se ocuparon de mejorar los ingenios mecánicos. Trece ilustraciones del Sirat-i Firuz Shahhi, escrito en el reinado Firuz al-Tugluq (1308-1388), explican ingenios mecánicos como malecones y las poleas que se usaron para trasladar un enorme pilar de piedra hecho por el rey Asoka en el siglo III antes de Cristo, desde la ciudad de Topra hasta Firuzabad.

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El padre jesuita Monserrate vio a Akbar trabajando personalmente con máquinas y dirigiendo nuevos inventos mecánicos. Todos los primeros días del mes de Muharram (primer mes del calendario lunar islámico), y en otras ocasiones solemnes, Hakim Fath Allah, importante astrónomo, científico y filósofo de la ciudad persa de Shiraz, que murió en 1589 en la corte de Akbar, solía mostrar sus últimos inventos mecánicos. Este sabio notable escribió también libros en los que se examinaban inventos y conceptos mecánicos, así como también la fuerza del movimiento. En la ciudadela de Fatehpur Sikri y en el mausoleo Taÿ Mahal se elevaba mecánicamente el agua hasta tanque situados a una altura de más de noventa metros por encima de su fuente para distribuirla a continuación por los jardines.
Para no hacer esta evaluación muy prolongada, dado el escaso tiempo disponible, concluiremos citando una obra importantísima de anatomía publicada en el siglo XIV por otro persa, Mansur Ibn Muhammad, fincado en Cachemira (Kashmir), llamada Kifaya-i muÿahidiyya. Yusuf Ibn Muhammad de Herat (hoy Afganistán), secretario de Humayún, compiló una obra que contiene prescripciones y remedios para todas las enfermedades.
La medicina islámica persa se difundió en la India desde el siglo XIV con la “Anatomía ilustrada” (1326) de Muhammad Ibn Ahmad Ilias. Ya en el siglo XV, Mansur Ibn Faqih Ilias escribió un famoso tratado de anatomía en persa, el Tashrih-e Mansurí (“La anatomía de Mansur”), dedicado al príncipe musulmán indio Pir Muhammad Bahadur Jan. Ain al-Mulk de Shiraz, dedicó su «Vocabulario de las drogas» (al-Alfaz al-adwiya) al soberano mogol Shah Ÿahán; del mismo modo ostenta el nombre de un príncipe mogol la obra Tibb-e Dara Shikohi (“Medicina de Dara Shikoh”), última gran enciclopedia médica musulmana. Dara Shikoh (1615-1659), hijo de Shah Ÿahán, fue un erudito que intentó conciliar las filosofías y místicas del Islam y el Hinduismo.
EL LEGADO ARQUITECTÓNICO
Los edificios de la India musulmana son mayoritariamente de influencia irania, aunque combinada con motivos hindúes. El resultado de arte mestizo es extraordinario por su singularidad y belleza. Babur introdujo en el diseño de jardines un estilo convencional y ceremonioso. En Agra se conservan aún restos de su Aram Bagh, dominado por un pabellón.
La tumba de Akbar, en Sikandra de Agra, fue comenzada por él mismo y terminada por su hijo Ÿahangir. Levantada sobre una alta base, esta tumba consta de tres galerías porticadas en progresión decreciente y con pequeños pabellones, algunos de los cuales tienen tejados piramidales.
El Taÿ Mahal
Con Shah Ÿahán culmina arquitectónicamente el arte mogol. Se levanta el edificio más significativo de este período, el Taÿ Mahal (“Corona del Palacio”), en la ciudad de Agra (196 kilómetros al sur de Delhi), en la orilla occidental del río Ÿamuna. Fue construido entre 1632 y 1654 en honor de la amadísima esposa de Shah Ÿahán, Arjumand Banu Baigam, a la que el soberano llamabaMumtaz Mahal o «Perla del Palacio», madre de catorce de sus hijos y ensalzada por su caridad y belleza, que falleció en 1631.
La presencia de artistas de la India, Irán y Asia Central en la construcción de este conocido mausoleo, que por sí solo identifica a la India ante los ojos del más simple de los habitantes del planeta, hizo que en él se combinaran armoniosamente las tradiciones de estas tres áreas culturales.
A pesar de haberse manejado el nombre de varios arquitectos, el verdadero creador del edificio es el propio soberano mogol. En su construcción participaron más de veinte mil personas. Se edificó sobre un rectángulo de 508 x 304 metros.
Su modelo respeta la tradición persa. del chahar bagh (jardín cuatripartito o crucero dividido mediante canales que simbolizan los cuatro ríos del Paraíso islámico), cuya parte central está ocupada por una construcción del tipo hasht behesht(literalmente en persa, «Ocho Paraísos»: pabellón radialmente simétrico generalmente octogonal, con una estancia central de dos pisos), pretendiendo emular el Paraíso islámico. Se cubre con doble cúpula, bulbosa al exterior, que alcanza los 56 metros de altura, enmarcada por cuatro chattri (pabellón decorativo de estilo indio mogol; término que deriva del persa, con el significado de “sombrilla”) y otros tantos alminares que completan la perfecta armonía del trazado geométrico del edificio y de sus espectaculares superficies de mármol blanco translúcido.
El conjunto va flanqueado por dos construcciones que sirven al mismo tiempo de contraste por su arenisca roja: una casa para los visitantes al este y una mezquita al oeste. Singularmente importantes, para comprender el Taÿ Mahal, son los jardines y estanques que lo preceden, por el valor simbólico de los mismos. Los cenotafios de la emperatriz Mumtaz Mahal y de su esposo Shah Ÿahán, de mármol delicadamente recortado, están rodeados por un elegante tabique del mismo material calado.
Y es muy significativo que el edificio más extraordinario de la civilización indomusulmana esté dedicado a una mujer, lo que habla muy bien de la posición digna y privilegiada que las damas siempre han tenido en el Islam.
El escritor norteamericano Mark Twain, seudónimo de Samuel Langhorne Clemens (1835-1910), que realizó un extenso viaje por Asia, Africa y Europa entre 1895 y 1896, compenetrándose de la mística del Islam y la sabidurías orientales, describió al principal monumento islámico de la India como «una burbuja de mármol» (Mark Twain: Viaje alrededor del mundo siguiendo el Ecuador, 3 vols., II. India, Laertes, Barcelona, 1992).
Un ocasional visitante del Taÿ Mahal escribió el párrafo siguiente que transmite la sensación indescriptible que tuvo al contemplar el maravilloso mausoleo: «Es la misma Mumtaz Mahal, radiante, de juvenil hermosura, que vaga por las orillas del Yamuna al amanecer, expuesta al ardor de los rayos solares o bañada por la claridad plateada de los rayos de la luna».

Shahÿahanabad
Hacia 1639, Shah Ÿahán decidió trasladar su capital de Agra a Delhi. La ciudad tenía muchas asociaciones para los musulmanes piadosos. Durante mucho tiempo Delhi había sido un gran centro religioso. El paisaje a su alrededor estaba sembrado de tumbas, mezquitas y santuarios, que atraían a miles de peregrinos en los aniversarios de los santos musulmanes. Los cimientos de la nueva ciudad, que debía llamarse Shahÿahanabad (en persa, “la ciudad del rey del mundo”), empezaron el 29 de abril de 1639. Nuevo años más tarde el nuevo palacio fortificado de Shah Ÿahán, el Fuerte Rojo, estaba listo para ser ocupado. Shah Ÿahán construyó también en Delhi la Mezquita Ÿami‘ o mayor, la mezquita comunitaria más grande de toda la India. Junto a ella construyó hospitales y escuelas. En 1653, casi 2.600 hectáreas habían sido cercadas dentro de las nuevas murallas de piedra arenisca roja de la ciudad. Once puertas gigantescas por las que podían cruzar erguidos con su torrecilla (hauda) los elefantes, proporcionaban puntos de entrada a la nueva ciudad, y las murallas estaban rematadas por 27 torres. Shahÿahanabad (la Vieja Delhi de hoy) se había convertido en una magnífica ciudad de 400 mil almas. Y fue allí en el momento de mayor grandeza y progreso de la civilización islamo-india cuando apareció la torva figura de Aurangzeb, sus intrigas y ambiciones, que acabaron con todo lo bueno y lo noble que había construido con tanto esfuerzo su padre, Shah Ÿahán. Prisionero de su maligno hijo, acabó sus días en la gran fortaleza de Agra, construida por Akbar entre 1565 y 1571, contemplando con nostalgia y embeleso la silueta del Taÿ Mahal, su obra incomparable, ubicada en la orilla opuesta del Ÿamuna.
EL LEGADO ARTÍSTICO-CULTURAL
La civilización islámica de la India dejó igualmente magníficas aportaciones en pintura, reflejadas principalmente en las ilustraciones de libros y miniaturas.
La mogola fue la segunda de las escuelas tributarias de la miniatura persa, aunque en su caso originó una estética diferente, mucho más naturalista, hasta incluso realista. A lo largo del reinado de la dinastía (1526-1858), las composiciones mogolas se caracterizan por su vivacidad y en ellas los elementos constitutivos de las escenas son puestos en relación los unos con los otros, más allá de la mera yuxtaposición. Las miniaturas del Babur Nameh (Libro de Babur; véase Sir Lucas King: Memoirs of Zehir-ed-Din Muhammad Babur, Oxford University Press, Londres, 1921) o las del Akbar Nameh (Libro de Akbar) constituyen magníficos ejemplos de todo ello. En el mundo islámico, la India fue asimismo la región donde arraigó el arte del retrato. Como en Irán, los cánones del arte occidental (introducidos por los grabados que difundieron, entre otros, los jesuitas) fueron integrados y asimilados, especialmente en lo que respecta a la ejecución de la luz y la atmósfera. En el siglo XVII, durante el reinado de Ÿahangir (1569-1607), la miniatura se liberó de las limitaciones que le imponía el manuscrito y apareció como obra independiente. Bajo esta forma fue reunida en álbumes.
Hacia 1567, Akbar ordenó a sus artistas que preparasen un ejemplar ilustrado del Hamzanameh, la historia de las proezas legendarias del aventurero Hamza Ibn Abdallah, de Sistán (Irán), que vivió en el siglo VIII. Se encargó de la tarea un equipo de cien pintores, doradores y encuadernadores bajo la supervisión de los pintores persas Saied Alí y Abd as-Samad, que pertenecían a la escuela del ustad (en árabe, “profesor”) Kamaluddín Behzad (1455-1536), el famoso miniaturista timúrida que pasó sus últimos años en la corte safaví. La obra, en doce volúmenes, tenía no menos de 1.000 pasajes ilustrados. Otros manuscritos ilustrados están llenos de vívidas representaciones de plantas, flores, animales y gente. El estilo persa sirvió únicamente de base para la pintura mogola de miniatura, la cual adquirió su carácter distintivo gracias al talento de pintores indiomusulmanes que Akbar supo seleccionar con mucha habilidad.
Igualmente, el arte mogol dejó magníficos tallistas de piedras duras y semipreciosas, esmaltadores, damasquinadores, trabajadores del marfil, incrustadores de nácar en ébano y también en la fabricación de alfombras y tapices, estampados, telas de algodón, tejedores de brocado de seda, cuero, pieles bordadas y los famosos chales de Cachemira.

Desde la hispánica Alhambra al Taÿ Mahal de la India, el arte islámico cruzó todos los límites de lugar y tiempo, echó por tierra las distinciones de raza y sangre, creando un carácter único y, sin embargo, variado, y expresando todo con una profusa delicadeza jamás superada.
CONCLUSIÓN
Como palabras finales nos gustaría evocar aquellas que utiliza el escritor escocés Thomas Carlyle (1795-1881) para el epílogo de su ensayo Mahoma. El héroe como profeta, el cual dice así: «La Arabia surgió a la vida por la fe de Mahoma: vino a ser para ella como una resurrección de las tinieblas a la luz. Un pueblo de pastores enteramente desconocido, vagando por sus desiertos desde tiempos inmemoriales, atiende la voz de un profeta, la voz de un héroe, y cree en ella. Ese pueblo desconocido llega después a llamar la atención del mundo entero; iguala y se impone a los demás poderes, aún los más altos, pasa un siglo y veis a la Arabia en Granada, de una parte, y de otra, en Delhi, resplandeciendo con la aurora del genio y con los brillantes atributos del valor» (Thomas Carlyle: Los Héroes, Porrúa, México, 1986).
R.H. Shamsuddín Elía Profesor del Instituto Argentino de Cultura Islámica

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