Por supuesto, una vez que la verdad de un Profeta o Libro dado es establecida, muchas más verdades pueden ser aprendidas de ese Profeta o Libro.
Respecto a las leyes prácticas y valores morales, los principios relevantes son comprendidos por la razón. Los detalles son, por supuestos, proveídos por las fuentes religiosas, aún cuando el proceso de entender las Escrituras y las implicaciones de los juicios religiosos nuevamente es gobernado por el intelecto. Por ejemplo, si Dios dice que tú debes realizar el Haÿÿ (la peregrinación a La Meca), ello racionalmente implica que debes hacer todas las preparaciones necesarias, tales como comprar el ticket y obtener una visa. Si es que hay un conflicto entre dos obligaciones, tales como salvar la vida de un inocente y realizar nuestras oraciones, ¿cuál de estos dos debemos realizar? En este caso, aún si no existiera una instrucción explícita o particular al respecto, racionalmente entendemos que debemos actuar de acuerdo al cierto y claro juicio de nuestro intelecto, el cual nos indica que debemos salvar la vida de la persona.
En contraste, el papel de la Revelación o las Escrituras en los estudios religiosos puede ser resumido de la siguiente manera:
– confirmar los hechos que son ya conocidos por el intelecto;
– presentar un nuevo tema que está fuera de los alcances del intelecto, tales como pormenores de la Resurrección y detalles de los sistemas morales y legales;
– establecer debidas sanciones a través del sistema religioso determinado de recompensa y castigo.
Debe mencionarse también que, habiendo verificado la veracidad del Profeta o del Corán, llegamos a saber muchas cosas que éramos incapaces de saber por nosotros mismos, debido a nuestra falta de acceso a ciertas dimensiones de la realidad o ciertas evidencias. Uno debe, por lo tanto, distinguir entre lo que yace más allá de la capacidad racional actual de uno y lo que está en pugna con las pautas racionales. El primer caso atañe a los asuntos que son completamente posibles, puesto que corresponde a nuestra experiencia en nuestra vida diaria y sabemos, también, que nuestra habilidad para comprender puede incrementarse gradualmente. El segundo caso se relaciona con los asuntos que son imposibles en esencia. En suma, no hay nada irracional en el Islam. Por supuesto, se debe distinguir entre los juicios racionales categóricos y decisivos, y las propias conjeturas u opiniones personales. Si se presenta un caso en el que pareciera que el juicio racional está en conflicto con las posiciones religiosas tajantes, se debe verificar que debe haber un error por lo menos en un lado: o no era un juicio real de la razón, o no era una ley religiosa. Dios jamás desorienta a la gente por medio de decirles a través de los profetas que realicen algo, y lo opuesto a través del intelecto que Él Mismo les ha otorgado. Siempre ha habido juicios atribuidos al intelecto que contradecían las posiciones religiosas, pero que después de una precisa consideración se comprobó que eran contrarios a las premisas racionales categóricas.