BOTÁNICOS Y GEÓPONOS ANDALUSÍES
En la época del Islam clásico, la historia natural comprendía los dominios de la geología, la farmacopea -vinculada a la medicina-, la física, la zoología y la botánica, con sus derivaciones hacia la agricultura. No es extraño que algunos grandes sabios del Islam, como al-Kindí, al-Biruní y ar-Razí, trataran de estas ciencias en sus trabajos enciclopédicos o especializados.
Ya en el siglo IX, el Libro de los animales (Kitab al-hayawán), del gran literato de Bagdad al-Yahiz (776-868), constituyó a su manera un tratado de zoología en el que se describen 350 especies de animales. Un siglo después, un grupo de sabios shiíes, los «Hermanos de la Pureza» (Ijuán al-safa), establecidos en Basora a partir de 983, otorgaron en sus Epístolas (Rasâ’il) una gran importancia a la geología, la botánica y la mineralogía. Las ciencias naturales y la farmacopea fueron inseparables de la práctica de los más grandes médicos —como ar-Razí, Avicena y Averroes— y efectuaron brillantes progresos en la época del Islam clásico, como lo patentizan incontables obras, con frecuencia pioneras, acerca de
los minerales, las plantas y las drogas.
Sociología de las plantas
La jardinería persa tuvo un rol preponderante en la evolución de la botánica islámica. Un hábito genuino de esta tradición milenaria consistía en podar los retoños o sierpes hasta la misma copa del árbol a fin de que, al acumularse aquí el follaje, ganase en esbeltez y nobleza de estampa, al mismo tiempo que se le infundía un cierto aire de refinamiento, inequívoco de civilización tan culta y peculiar.
Los persas distribuían sabiamente, como en un tapiz las manchas de color, las flores en los parterres, distinguiendo entre ellas, a imagen de las constelaciones terrestres, las anémonas, caisímones, egipanes, clemátides, ampelis, heliantos, leucantemos, ásteres, diamelas, y otras más exóticas aun que ellos llamaron «sidr» (loto) y «falh» (acacia mimosa). Entre los árboles veneraron el mítico «arak» (árbol de cólquidos), los «ban» (mencionados en las inscripciones de la Alhambra), al mismo tiempo que el «panjí» (árbol del Paraíso), el «natey» (especie de palmera), el mirobaláno y el cinamomo (de cuya raíz extraían el jenjibre), además del almez, la catalpa, el ailanto y el nogal. A semejanza de los druidas, los persas creyeron que en cada árbol habitaba un genio, y que cuando se secaba era porque éste, como el alma al cuerpo, lo había abandonado.
Los musulmanes de los primeros siglos del Islam intuyeron, asimismo, lo que actualmente conocemos por «sociología de las plantas», es decir, la afinidad magnética entre ellas mismas, de modo que se cuidaban de sembrar en un mismo arriate plantas de distinta familia, cuyos perfumes y pólenes no fuesen homogéneos. Iban incluso más lejos: sabedores de que ciertos pájaros muestran inclinación por determinados árboles, así la golondrina por el ciprés y el ruiseñor por el almendro, y de que los cánticos de las aves influyen en el metabolismo de las plantas, conforme a la hipersensorialidad que se ha podido observar en el mundo vegetal, tenían también muy presente el árbol que iba a dar sombra a las flores con el fin de que hubiese afinidad perfecta, no ya entre árboles y flores, sino entre éstas y el cántico de los pájaros, por lo que las rosas, vaya como ejemplo,
aparecían junto a los almendros y los lirios cerca de los cipreses, justamente como espontáneamente se ofrecen en la Naturaleza.
Al-Ándalus, Jardín del Islam
La farmacopea brilló particularmente en al-Ándalus. En la España musulmana la farmacología, la zoología y la botánica estuvieron vinculadas, después de que los árabes introdujeran numerosas plantas, desarrollaran una rica agricultura de regadío y crearan jardines botánicos.
El geógrafo cordobés al-Bakrí (m. 1094) estudió en sus trabajos los árboles y los vegetales de su España natal.
En Tunicia, Abu al-Salt al-Ándalusí (1067-1134) escribió, también en el siglo XII, el innovador «Libro de las drogas simples» (Kitab al-adwiya al-mufrada). Pero era en la España musulmana donde se hallaba la vanguardia de la investigación en ciencias naturales.
Por la misma época y con el mismo título que el empleado por Abu al-Salt, el andalusí Abu Ÿa’far al-Gafiqí (m. 1165), hijo del célebre oculista Muhammad al-Gafiqí,(1) llevó a cabo una novedosa descripción científica de las plantas.
En el siglo XIII, su compatriota Abu-l-Abbás Ibn al-Rumiyya al-Nabatí (1166-1240), que estudió en Marrakesh con el farmacéutico Ibn Salih, se hizo célebre con sus trabajos sobre botánica. En 1217 realizó un viaje a Oriente con el doble objetivo de peregrinar a La Meca y de llevar a cabo observaciones científicas. Sobre el periplo escribió un libro titulado al-Rihla al-nabatiyya (“El viaje botánico”) cuyo original, desgraciadamente, se ha perdido.
1-En la primera mitad del siglo XII vivió el oculista Muhammad Ibn Qassum Ibn Aslam al-Gafiqí, que nació cerca de Córdoba y practicó en dicha ciudad. Este fue el autor del Kitab al-murshid fi-l-kuhl (“Guía del oculista”) del que se conserva un manuscrito único en la biblioteca de El Escorial. El tratado está compuesto por seis libros, ocupándose de medicina ocular e higiene de los ojos en los dos últimos, y puede considerarse como un fiel ejemplo de los conocimientos oftalmológicos que llegó a dominar la medicina islámica de la época. El instrumento óptico de dos cristales montados en armadura que se sujeta a las orejas llamado gafas, debe su nombre al inventor, el oculista cordobés al-Gafiqí. Hoy día un busto honra su memoria en el barrio de la Judería, cerca de la célebre mezquita.
Ibn al-Awwám
En los siglos XI y XII, surge una escuela agrónoma en al-Ándalus que será la más importante del Islam clásico. Los más conocidos agrónomos y geóponos (los estudiosos de la geoponía, o sea la agricultura) andalusíes de este período son Ibn Wafid (1008-1074), el toledano Ibn Bassal (s. XI), autor de un tratado de agricultura llamado Kitab al-Qasd ua l-bayán (trad. por el arabista y hebraísta José María Millás Vallicrosa, M. Aziman, Tetuán, 1955), Abu l-Jayr al-Isbilí (s. XI), natural de Sevilla como indica su nisba, y del que apenas nada se sabe (su Tratado de Agricultura fue traducido y comentado por J.M. Carabaza, AECI, Madrid, 1991), e Ibn al-Awwám.
El tratado de Ibn al-Awwám (Kitab al-filaha) fue, durante bastante tiempo, la única referencia sobre la agronomía hispanomusulmana y, paradójicamente, la personalidad del autor casi totalmente desconocida, ya que son mínimos los datos autobiográficos que aporta y una fuente como la de Ibn Jaldún parece conocerlo poco y mal (cfr. Ibn Jaldún: Introducción a la historia universal. Al-Muqaddimah, FCE, México, 1977, pág. 919). Por el estudio de su obra parece claro que el autor vivió en Sevilla, y más concretamente, en la zona de Aljarafe, dadas las frecuentes citas que, de este distrito en que él realizaba prácticas agrícolas, aparecen en su tratado: «yo sembré arroz en el Aljarafe», o«jamás he visto en los montes del Aljarafe higueras plantadas entre las vides». También dice: «Ninguna sentencia establezco en mi Obra que yo no haya probado por la experiencia repetidas veces» (cfr. Ibn al-Awwám: Libro de Agricultura, trad. J.A. Banqueri, 2 vols., AECI, Madrid, 1988, facsimile de la de 1802).