El historiador inglés Thomas Hodgkin, ex director del Centro de Estudios Africanos de la Universidad de Accra, Ghana, comenta en su obra monumental Nigerian Perspectives: an Historical Anthology (Londres, 1975): «Prescindiendo de los diferentes climas intelectuales creados por el Islam y el cristianismo, un estudiante de Timbuktú, del siglo XIV, se hubiese sentido perfectamente en casa en la Oxford del mismo siglo».
El viajero tangerino Ibn Battuta (1304-1377) visitó Timbuktú hacia 1352-1353, haciendo esta mención en su crónica: «En este lugar se halla la tumba del señero poeta Abu Ishaq as-Sahilí el Granadino, conocido en su patria chica por at-Tuwayyin. También está allí sepultado Siray ad-Din Ibn al-Kuwayk, comerciante muy principal y alejandrino de nación» (Ibn Battuta: A través del Islam, Alianza, Madrid, 1988, págs. 775-787).
«En Timbuktú, las principales líneas de transmisión pasaron por tres familias, la Aqit, la And-Agh-Muhammad y la al-Qadí al-Haÿÿ, surgidas en el siglo XV y que durante cientos de años destacaron por su labor docente. “En contraste con las dinastías frágiles e inestables de los gobernantes, las familias sagradas adquirieron tal poder y prestigio que se convirtieron en el verdadero armazón de la sociedad sudanesa”, declara un historiador del Sudán del Nilo. Tales familias jugarían un papel destacado en la transmisión del mensaje del Islam adonde no llegaban los príncipes muslímicos. Los más notables fueron los Saghananughu, una familia de ulamas, cuyos orígenes se remontan a la región del Níger superior en el siglo XV, desde donde viajaron durante varias generaciones a través de la sábana de Guinea, Costa de Marfil, Burkina Faso y Ghana, fundando a su llegada escuelas de estudios sobre el Corán, algunas de las cuales se han conservado en plena labor hasta nuestros días. Fue así como el Islam se extendió por buena parte del Africa occidental y no sólo por la región de la sábana sino penetrando también hasta las selvas meridionales; y así, los ulamas también respondieron a las necesidades de mercaderes musulmanes aislados que reclamaban una guía religiosa y a las de aldeanos gentiles que buscaban una magia más poderosa. Y, como cabía esperar, florecieron centros importantes de enseñanza islámica. Tales fueron, entre otros, los de Aussa y Harar en Adal, en el este de Africa; Ngazargamu en el centro, y Walata más al oeste. Aunque el más importantes de todos fue Timbuktú, un núcleo rural islámico desde sus comienzos y que creció literalmente con la construcción de sus mezquitas. Y el conocimiento de las ciencias islámicas echó raíces amplias y profundas. Los ulamas en ciernes estudiaron allí con la misma brillantez que en cualquier otro sitio, leyendo libros y comentarios que se utilizaban en todo el mundo islámico, desde el Muwatta de Malik Ibn Anás hasta las obras del historiador egipcio al-Suyutí y los estudios de los doctores locales. El centro del sistema educativo lo constituía el estudio de la ley y la jurisprudencia; interés que se refleja en la producción del sabio más famoso de la ciudad, Ahmad Baba (1556-1627), cuyas obras se han conservado en el Norte de Africa. Una contribución, a la vez que una participación en el fondo común de la ciencia islámica, significa la posesión de muchos libros, y Timbuktú alardeaba de grandes bibliotecas particulares que contenían centenares y hasta millares de volúmenes. Así, los libros fueron las mercancías que alcanzaron los precios más altos en el comercio del siglo XVI, buscando los eruditos los libros más raros y más voluminosos… Además, ese afán de aprender no se circunscribía a unos pocos, sino que en cierta medida parece ser que lo compartió el pueblo llano. Por aquella época, la ciudad contentaba con más de 150 escuelas del Corán; lo que supone que una buena parte de la población, cifrada en 75.000 habitantes (hoy tiene menos de 40.000), asistía al primer grado de enseñanza… el gran al-Suyutí (1445-1505) de El Cairo y al-Maghilí (m. 1504) de Tlemcén, viajaron al Sudán occidental, donde el último de ellos dejó a un hijo, que fundó la familia Kano. El prestigio intelectual de Timbuktú llegó a ser tan grande en Marruecos, que el erudito sultán Ahmad al-Mansur invitó a Ahmad Baba, el más preciado trofeo de su victoria sobre Songhai, y lo llevó a Marrakesh, donde los marroquíes acudían para escuchar sus lecciones. La más alta estima de que gozó Ahmad Baba es la expresión más tangible de los logros que la ciencia islámica obtuvo en Sudán» (Francis Robinson: El mundo islámico. Esplendor de una fe, Folio, Barcelona, 1993, págs. 98-99). Resta mencionar que bajo el soberano shonghai Muhammad I, durante el siglo XVI, la universidad de Timbuktú llegó a competir con la universidad de al-Azhar en El Cairo (cfr. E.N. Saad: Social History of Timbuktu: the Role of Muslim Scholars and Notables, Northwestern University, Illinois, 1979).
LA CIVILIZACIÓN SWAHILI
Los escritores, geógrafos e historiadores musulmanes nos han dejado numerosos documentos sobre las ciudades costeras, desde el shií irakí al- Mas’udí (m. 957) en su Muruÿ ad-dahab ua ma’adin al-ÿawahir (“Campos de oro y minas preciosas”), generalmente citado en Occidente como «Las praderas de oro» (traducida al francés en 9 tomos por Charles Barbier de Meynard y Pavet de Courteille, París, 1861-1877, y 1962), a al magrebí al-Idrisí (1099-1166) en su Kitab nuzhat al-mustaq fi ihtiraq al-afaq (“Libro del placer de quien esta poseído por el deseo de abrir horizontes”), también conocido como Kitab al-Ruÿarí (“Libro de Roger”) —las traducciones más recomendables son la española de Antonio Blásquez (Madrid, 1901) y la italiana por Michele Amari y Celestino Schiaparelli (Roma, 1883)—. Estos autores nos hablan de una costa considerada como el país de Zanÿ, es decir, «de los negros», generalmente bantúes de la región de Tanzania. E Ibn Battuta nos aclara que en Kilwa o Quiloa (Mozambique), en 1331, la mayoría de la gente son «Zanÿ de color muy negra, que tienen sajaduras en la cara» (Ibn Batutta. O. cit., pág. 348).