El Imperio mongol hizo mucho por unir Asia oriental y Asia occidental. Se creó un sistema de correo a caballo que recorría las praderas y los desiertos de Asia central, comunicando la capital del gran jan en China con los remotos rincones del Imperio. Las rutas comerciales de Asia central se hicieron más seguras que nunca, por lo que aumentó notablemente el tráfico de comerciantes y misioneros, y China empezó a ser conocida en Occidente a través de los relatos de uno de estos viajeros, el comerciante veneciano Marco Polo. Aunque las comunicaciones ayudaron a los mongoles a mantener su extenso y variado Imperio, el linaje
común también desempeñó un papel importante. El gran jan siempre era elegido por una junta de nobles de todo el Imperio y, en general, los cuatro janatos compartían los botines de cada uno.
No obstante, las buenas comunicaciones y los lazos de parentesco fueron insuficientes a la hora de contrarrestar las fuerzas centrífugas que sacudían al Imperio. Pronto aparecieron diferencias religiosas; los dirigentes mongoles de Asia occidental tendían a aceptar el Islam, al tiempo que los de China se convirtieron al budismo o al lamaísmo. En la vida política, los mongoles de China siguieron las enseñanzas sociopolíticas del confucionismo, insistiendo en la universalidad de la autoridad de los gobernantes; los de Asia occidental se vieron absorbidos por las convulsiones políticas y las guerras en Europa oriental y en Oriente Próximo. China, Rusia e Irán disponían de su propio idioma, su propia cultura y su propio sistema de gobierno y cada una trataba de influir sobre sus jefes supremos mongoles. Tal vez lo más significativo fue que cada una de estas regiones era sede de una civilización agrícola sedentaria. En cada una de ellas la imposición del dominio mongol parece haber llevado a un restablecimiento de los regímenes burocráticos locales, más preocupados por los problemas internos y, por ello, menos vulnerables a la dominación mongol.
VIAJEROS EUROPEOS EN EL IMPERIO MONGOL
La aventura, la curiosidad, la búsqueda del conocimiento, la redención y la piedad fueron motores de numerosos europeos medievales para incursionar en el Oriente, cercano, medio y lejano.
El viaje de Jacobo de Ancona
El hasta ahora desconocido Jacobo Ben Salomón de Ancona (1221-1281?), fue un mercader judío italiano que realizó entre 1270 y 1273 un gigantesco itinerario desde su nativa Ancona (Italia), pasando por Ragusa (Dubrovnik), Creta, Rodas, Damasco, Bagdad, Basora, Cormosa (Ormuz, hoy Bandar Abbás, Irán), Cambay (Gujarat, India), Ceilán (Sri Lanka), Singapur, hasta la impensable Zaitún (hoy Chuan-chow o Quangzhou, más conocida como Cantón), el puerto más importante del Lejano Oriente en poder del mongol Kublai Jan, un soberano budista muy tolerante con todas las creencias y mecenas de la literatura y las artes. Jacobo hizo su trayecto de regreso volviendo sobre sus pasos hasta el Océano Indico pero desviándose luego hacia el suroeste, cruzando por Adén, el Mar Rojo, El Cairo, Alejandría hasta su Italia natal. Su epopeya es anterior a los viajes de Marco Polo (1271-1295), Oderico da Pordenone (1314-1330) y de Ibn Battuta (1325-1349), quienes también llegaron hasta la lejana Quanzhu (Chuan-chu) o Zaitún (en árabe significa olivo), llamada «La ciudad de la luz»: «La rada de Zaitún es una de las mayores del mundo o —mejor dicho— la mayor. Allá vi cien enormes juncos, aparte de incontables embarcaciones menores. Es una inmensa bahía que penetra en tierra hasta confundirse con el gran río (Sikiang, “río del oeste”, 2.100 km). En este lugar, como en toda China, cada habitante dispone de un huerto en cuya mitad tiene la casa, lo mismo que, entre nosotros, sucede en Siÿilmasa. Por eso sus ciudades son tan extensas. Los musulmanes habitan en una ciudad separada» (Ibn Battuta: A través del Islam, Alianza, Madrid, 1988, págs. 725-726). La historia de Jacobo de Ancona fue descubierta e investigada por el erudito judío británico David Selbourne y nos permite acceder a detalles poco conocidos del mundo islámico y mongol del siglo XIII (cfr. David Selbourne: The City of Light. Jacob d’Ancona, Little, Brown and Company, Londres, 1997).
El viaje de Oderico da Pordenone
Un caso excepcional es el misionero franciscano Oderico da Pordenone (1265-1331), nativo del Friul. Sus travesías por países musulmanes y el Oriente son tan fabulosos como reales. Viajero incansable durante casi dieciséis años (1314-1330) y contemporáneo de Ibn Battuta, con quien estuvo muy cerca de encontrarse, recorrió en su itinerario de ida desde Italia, Turquía, Irán (Sultaniyya, Kashán, Yazd, Shiraz y Ormuz), India (Malabar), Sumatra, Java, Borneo y China; volviendo a través del Tibet, el Jorasán y Armenia. Sus libro de viajes fue plagiado en gran parte por un aventurero de dudoso origen llamado Sir John Mandeville o Jean de Bourgogne (Saint Albans, 1300-Lieja, 1372) que escribió una crónica, aunque parece que fue un impostor y nunca viajó al Oriente (cfr. Oderico da Pordenone: Relación de Viaje, Introducción y notas de Nilda Guglielmi, Editorial Biblos, Buenos Aires, 1987; The Travels of Sir John Mandeville, Penguin, Londres, 1983).
El viaje de Marco Polo
Marco Polo nació en Venecia hacia 1254 y murió en la misma ciudad en 1324. Su padre y su tío eran mercaderes venecianos y socios. En uno de los viajes que hicieron como mercaderes (1260) fueron, por tierra, desde Bujará, en Uzbekistán, a China. Allí permanecieron durante algunos años en Kaifeng, la capital oriental del emperador mongol Kublai Jan, y regresaron a Venecia en 1269. Dos años después, llevando con ellos a Marco Polo, emprendieron su segundo viaje a China. La ruta que siguieron los llevó en un viaje por tierra desde Acre
(Palestina) a Ormuz, en la entrada del golfo Pérsico. Desde allí, hacia el norte, a través de Irán hasta el río Oxus (en la actualidad denominado Amu-Dariá), en Asia central. Después ascendieron por el Oxus, cruzaron Pamir y llegaron a la región de Lob Nor, en la provincia de Sinkiang (en la actualidad la región autónoma de Xinjiang Uigur), en China, y por último cruzaron el desierto de Gobi y llegaron a la corte de Kublai Jan, por aquel entonces en la ciudad de Shangdu (Shan-tung), China, en 1275. De esta forma, se convirtieron en los primeros europeos que visitaron Pamir y el desierto de Gobi.
Marco Polo entró a formar parte del cuerpo diplomático de Kublai Jan, para quien llevó a cabo misiones por todas partes del imperio, y además fue durante tres años gobernador de la ciudad china de Yangzhou (Yangchow). Por su parte, su padre y su tío estuvieron al servicio del emperador como consejeros militares. Permanecieron en China hasta el año 1292, cuando partieron como escoltas de una princesa china en un viaje por mar hasta Irán. A este país llegaron a través de Sumatra, el sur de la India, el océano Índico, y el golfo Pérsico (Ormuz). Continuaron después por tierra pasando por Kermán, Yazd, Qom, Qazvín hasta Tabriz, en el noroeste de Irán, y luego por la costa este del mar Negro hasta Constantinopla. Llegaron finalmente a su ciudad, Venecia, en 1295.