El amor y conceptos relacionados

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Después de bosquejar la discusión acerca del mandamiento del amor, desempaquemos el concepto del “amor” y sus sinónimos. Diferentes definiciones se han dado para el concepto del “amor”. Cada grupo de pensadores ha enfatizado en algunos aspectos de este concepto. Algunas son más de tipo filosófico, como la siguiente, “un acuerdo o unión afectiva con lo que de alguna forma es agradable para uno.”[1]

Chervin en Church of Love (La Iglesia del Amor) destaca tres elementos del amor que parecen ser aceptados generalmente. Uno es que el amor es un acto de entrega propia. El amor no es solo dar algo al ser amado, requiere que tú te des al ser amado. Por ejemplo, si un joven le da muchos regalos a su esposa, pero él mismo se mantiene alejado de ella, ella será infeliz. Este aspecto del amor de Dios por la humanidad es conocido considerando el hecho de que Él les ha dado Su único Hijo a ellos. En otras palabras, Él Mismo se ha dado por medio de su Hijo. Con respecto a lo que enseña la Iglesia acerca del Dios Padre, el Catecismo de la Iglesia de Inglaterra dice: “La Iglesia enseña que Dios el Padre me creó y a toda la humanidad, y que en su amor envió a su Hijo para que el mundo se reconciliara con él”.[2]

El segundo es que el amor nunca es estático. El amante no simplemente se da él mismo y luego descansa, sino que, el amor tiende hacia una intimidad de unión cada vez mayor. Se ha sugerido que “por el amor uno se desprende de uno mismo, y uno llega a morar con el objeto amado.”[3]

El tercero es que el amor es transformador. El amor hace que el que ama viva de una forma que complazca al amado. El amor que uno siente por Dios lo transforma a uno en un verdadero creyente.[4]

Uno debe tener en mente que históricamente ha existido una separación en el Nuevo Testamento del entendimiento helenístico del amor, expresado en el concepto platónico de Eros, para la interpretación Bíblica del amor, ágape. Aunque el amor erótico frecuentemente ha sido entendido principalmente como un deseo y una pasión sexual, su significado filosófico y religioso clásico fue “el predominante dinamismo del alma”[5] o “el deseo idealista de adquirir el más elevado bien intelectual y espiritual” (Británica, 1997). En sus inicios el Cristianismo tomó el Eros como la forma más sublime de egocentrismo y autoafirmación y por lo tanto el Nuevo Testamento Griego no utilizó la palabra Eros sino que utilizó la palabra ágape, relativamente poco común. Ágape fue traducido al latín como caritas y de esa forma apareció en el español como caridad y posteriormente, amor. En el Nuevo Testamento, ágape significa el amor mutuo de Dios y el hombre. El término necesariamente se extiende al amor hacia el prójimo — Ver 1 Juan 4: 19-21. Brett escribe:

“El amor Cristiano es lo que yo puramente te debo porque tú eres, al igual que yo, otra persona. Hay un elemento fundamental de igualdad implicado; debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.”[6]

Debe señalarse que ágape también fue utilizado con el sentido de “banquetes del amor”. Durante el primer siglo de la era cristiana, las comunidades cristianas se convirtieron en unidades independientes y comenzaron a verse ellas mismas como una iglesia. Al mismo tiempo sostenían dos clases de servicios separados: en primer lugar, reuniones a la manera de sinagoga que eran abiertas para los curiosos y los creyentes y consistían en lecturas de las escrituras judías y, en segundo lugar, el ágape, o “banquetes del amor”, solamente para los creyentes. Era una comida fraternal a la cual eran invitados los pobres. Esta última era una cena que los participantes compartían y durante la cual una breve ceremonia, rememorando la Última Cena, conmemoraba la Crucifixión. Ésta también era una ceremonia de acción de gracias; su nombre griego era Eucaristía, lo cual significa “el dar gracias”. Este sencillo alimento gradualmente se volvió impracticable a medida que crecían las comunidades cristianas, y la Cena del Señor de allí en adelante se practicó al final de la parte pública del servicio de la escritura.

Un concepto similar es “la caridad” (una traducción de la palabra griega ágape, la cual también significa “amor”). La caridad es la forma más elevada de amor, el amor recíproco entre Dios y el hombre que se hace manifiesto en el amor sin egoísmo de nuestro prójimo. En la teología y la ética cristiana, la caridad se manifiesta muy elocuentemente en la vida, las enseñanzas, y en la muerte de Jesucristo.

Acerca del pensamiento cristiano sobre la caridad, San Agustín dice: “La caridad es una virtud la cual, cuando nuestros afectos están perfectamente ordenados, nos une a Dios, porque por medio de ella Lo amamos”. Usando esta definición y otras extraídas de la tradición cristiana, los teólogos medievales, especialmente Santo Tomás, ubicaron a la caridad entre las virtudes teológicas (junto con la fe y la esperanza) y especificaron su papel como “el fundamento o la raíz” de todas las virtudes. Aunque las controversias de La Reforma tenían que ver más con la definición de fe que con la de caridad o esperanza, los Reformadores identificaron la singularidad del ágape de Dios para el hombre como el amor no merecido. Por consiguiente, exigían que la caridad, como el amor del hombre por el hombre, estuviera basada no en el atractivo de su objeto, sino en la transformación de su sujeto a través del poder del ágape divino.

La palabra de San Agustín para la valoración ética que influye en la conducta es el amor. El amor es la dinámica moral que impulsa al hombre hacia la acción. Todas las bondades menores serán usadas como medios o ayudas hacia lo más elevado; solamente se “disfrutará” lo más elevado como el último fin sobre el cual se coloca el corazón. El bien supremo en cuya realización únicamente el hombre alcanza su perfección es, para San Agustín, Dios, cuya naturaleza es el ágape, el amor mismo. Dios Mismo se habrá entregado a los hombres, y compartiendo Su amor los hombres se amarán unos a otros así como Él los ama, tomando de Él la fuerza para darse a otros.

[1] Johann, 1967, p. 1039.

[2] El Catequismo Revisado, 1996, Q.9.

[3] Graham, 1939, p.22.

[4] Ver Chervin, 1973, pp. 9, 10, 19, 62.

[5] Johann, 1967, p. 1040.

[6] Brett, 1992, p. 3.

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