Similar a lo que vimos anteriormente en el caso del amor Divino, el amor humano por Dios, por Su creación, por las buenas acciones, y por cada ser humano representa un papel crucial en la cosmovisión islámica, especialmente en la teología, el misticismo y la ética. En efecto, el amor por las verdades materializadas en la religión conforma la fe. Aunque para los teólogos musulmanes, la fe está basada en el conocimiento de los hechos religiosos, no se reduce a ese conocimiento. Hay gente que tiene conocimiento de los hechos religiosos pero que aún así no se compromete con ninguna fe. La fe y la creencia solamente llegan cuando una persona voluntariamente se compromete a aceptar los artículos de fe y no se rehúsa a seguirlos. En otras palabras, la fe está allí solamente cuando uno ama las creencias religiosas y no solamente cuando uno llega a conocerlas. Dice el Corán:
«Y los negaron (a los signos o milagros divinos), por iniquidad y arrogancia, aunque estaban persuadidos de ellos.» (27: 14)
El prototipo de aquellos que conocen muy bien pero se rehúsan a practicar lo que conocen es igual al caso de Iblis, el gran Satán. Según las fuentes islámicas, Iblis hace todo lo que hace por arrogancia y egoísmo, no por ignorancia.
De esta forma, una persona se convierte en un creyente solo cuando tiene respeto y amor por ciertas realidades, por ejemplo, los artículos de fe. Leemos en una famoso hadiz que el Profeta Muhammad le preguntó a sus compañeros acerca de “el asidero más firme de la fe”. Sugirieron cosas diferentes, como la oración y el Hayy. Cuando no pudieron dar la respuesta apropiada, el Profeta les dijo:
“El asidero más firme de la fe es amar por (la causa de) Dios y odiar por (la causa de) Dios, ser amigo de los amigos de Dios y renunciar a sus enemigos”.[1]
La misma idea es enfatizada por los Imames de la Casa del Profeta. Por ejemplo, Fudail ibn Iasar, un discípulo, le preguntó al Imam Sadiq si el amor y el odio se derivaban de la fe. El Imam contestó: “¿Es la fe algo más que el odio y el amor?”.[2] El mismo hadiz se narra del Imam Baqir. También se narra que el Imam Baqir dijo: “La fe es el amor y el amor es la fe”.[3]
Un estudio completo del Corán y las narraciones (hadices) muestra que en la visión islámica el amor, ya sea en su forma Divina o en la forma humana, pertenece a las cosas más valiosas solo en la medida que sean preciosas y valiosas. Primeramente el resultado es que los grados de amor que merecen o reciben las cosas difieren según sus méritos, y en segundo lugar, que todo lo que está en conflicto con aquellas cosas preciosas y valiosas o previenen su realización deben ser odiadas. Por ejemplo, si la justicia debe ser amada, la injusticia debe ser odiada; o si una persona que dice la verdad debe ser amada, una persona que miente debería ser odiada. Por supuesto, con respecto a los otros aspectos de su carácter y sus acciones la situación puede ser diferente. Una misma persona puede ser amada o alabada por algo y al mismo tiempo puede ser odiada y culpada por otra cosa.
A diferencia de otras creencias, un aspecto del amor en el Islam es que generalmente va a la par con el hecho de “aborrecer (el mal) por la causa de Dios”. Uno debe amar por la causa de Dios y aborrecer por la Causa de Dios. Existe una tendencia entre algunas personas a pensar que no debería existir el odio en lo absoluto. Éstas personas suponen que la excelencia y la nobleza del carácter y “ser sociable” consiste en tener a todo el mundo de amigo. En efecto, el Islam recomienda a los musulmanes amar a la gente y exhorta a la compasión y las relaciones sinceras con ellos, inclusive si no creen en el Islam o en Dios. Sin embargo, no es factible para una persona que tiene principios en su vida y que ha dedicado su vida a alcanzar valores sagrados ser indiferente al mal y a las acciones injustas y opresoras de los malhechores y hacer amistad con todo el mundo. Ciertamente que tal persona tendrá algunos enemigos. Siempre hay gente buena y gente mala en la sociedad. Hay gente justa y gente déspota. El bien y el mal son dos polos opuestos. La atracción hacia el bien no es posible sin la repulsión del mal.
Cuando dos seres humanos se atraen uno al otro y desean ser amigos, debemos buscar una razón para ello. La razón no es otra cosa que la semejanza y el parecido. A menos que exista semejanza entre estas dos personas, no pueden atraerse el uno al otro y dirigirse hacia una amistad mutua. Rumi en su Maznavi menciona dos bellas historias que ilustran este hecho. Una historia es que una vez un médico griego sabio y famoso le pidió a sus discípulos que le dieran una medicina específica. Sus discípulos se sorprendieron mucho, y dijeron: “¡Oh maestro! Esta medicina es para el tratamiento de la locura, y tú eres la persona más sabia que hemos conocido”. El maestro contestó: “Cuando venía hacia acá conocí a un loco. Cuando me vio se detuvo y sonrió. Ahora, temo que él haya encontrado alguna semejanza entre él y yo; de otra manera no se habría alegrado al verme”. La otra historia narra que otro sabio vio un cuervo que había desarrollado afecto por una cigüeña, se sentaban y volaban juntos. El sabio no podía entender cómo dos pájaros de dos especies totalmente diferentes que no se parecían en nada, ni en forma ni color, pudieran ser amigos. Se acercó y descubrió que ambos tenían una sola extremidad.