Mateo informa que Jesús dijo, en el Sermón del Monte, que él no había venido a destruir la ley de los profetas sino a cumplirla:
“No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir.
Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido.
De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos.
Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.” (Mateo, 5: 17-20)
En Lucas 16: 17, encontramos:
“Pero más fácil es que pasen el cielo y la tierra, que se frustre una tilde de la ley.”
De esta forma, cuando Jesús es considerado como un maestro de ética, es claro que fue más un reformador de la tradición hebrea que un innovador radical. La tradición hebrea tenía una tendencia a hacer gran énfasis conforme a la letra de la ley; el Evangelio muestra a Jesús como un predicador en contra de esta “rectitud de los escribas y los Fariseos”, desafiando al espíritu más que a la letra de la ley. Jesús estaba preparado para pasar por alto las obligaciones del sábado, si era necesario. Él dijo: “El sábado fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del sábado.” (Marcos, 2: 27) Similarmente Pablo pudo comer alimento fuera Kosher o no, dependiendo de si, en la situación dada, era edificante para otros. (1 Cor. 10: 23-26)
Como explicaré con más detalle mas adelante, Jesús introdujo el espíritu de la ley, del cual “depende toda la ley y los profetas.” (Mateo, 22:40) como un espíritu de amor por Dios y por nuestro prójimo. Y puesto que obviamente él no estaba proponiendo que se descartaran las antiguas enseñanzas de “los profetas”, no vio la necesidad de desarrollar un sistema ético exhaustivo. Para el Cristianismo la moralidad sigue siendo un asunto de revelación y descubrimiento. El Cristianismo, por lo tanto, nunca rompió con la concepción judía de la moralidad, como un asunto de la ley divina para ser descubierta leyendo e interpretando la palabra de Dios como fue revelada en las escrituras. De esta forma, parece que no hay conflicto entre la posición de Jesús en Mateo 5: 17-20 y Lucas 16: 17 y el énfasis del resto del Evangelio y las cartas de Pablo sobre el espíritu de la ley.
Por lo tanto, creo que el énfasis de Jesús en el amor de Dios y el amor al prójimo como los dos mandamientos principales no debe considerarse como un rechazo de la ley y de la necesidad de ser obediente a ella. Ciertamente, lo que parece que sugiere Jesús es que su pueblo debe cumplir todos los requerimientos legales, pero al mismo tiempo deben comprender que el punto central de todo esto y la única forma de alcanzar una verdadera piedad es amando a Dios y al prójimo. Conforme a la ley debe hacerse incondicionalmente y no superficialmente o solo como un asunto de formalidad. Como lo ha sugerido San Francisco de Sales,[1] algunos creen que la perfección consiste en la vida austera; otros creen que la perfección consiste en la oración; otros en cumplir los Sacramentos; otros en dar la caridad. Pero, dice él, se engañan ellos mismos. La perfección consiste en amar a Dios con todo nuestro corazón. Una persona que ama a Dios nunca hace nada en contra de Su voluntad y nunca omite hacer algo que le complace a Dios. Por esto San Agustín dijo: “Ama a Dios y haz lo que te plazca”. Por lo tanto, no existe contradicción entre la centralidad del amor y la obediencia a la ley.
El Cristianismo recibió los primeros mandamientos de su moralidad a partir del Antiguo Testamento.[2] En Marcos 12: 28-31 se encuentra una historia muy importante:
“Acercándose uno de los escribas, que los había oído disputar, y sabía que le había respondido bien, le preguntó: ¿Cuál es el primer mandamiento de todos?
Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es.
Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento.