El gozo de los viajeros
Igualmente, los jardines del Partal, de los Adarves y de Lindaraja en la Alhambra, con sus rimeros de macetas floridas, con recortados setos que bordean acequias, con estanques y fuentes cubiertos de nenúfares, y todo un conjunto, esplendoroso y sutil, asomándose a la legendaria ciudad, al blanco barrio del Albaicín, a las cumbres nevadas de la sierra, y a la aceitunada apacibilidad de la Vega, justifican sobradamente las expresiones de viajeros como el médico austríaco Ieronimus Münzer que viajó por la Península entre 1494- 1495: «Terminada la comida, subimos a la Alhambra. Vimos allí palacios incontables, enlosados con blanquísimo mármol; bellísimos jardines, adornados con limoneros y arrayanes… Todo está tan soberbia, magnífica y exquisitamente construido, de tan diversas materias, que se creería un paraíso. No me es posible dar cuenta de todo (…) Al pie de los montes (de Granada), en una buena llanura tiene casi en una milla muchos huertos y frondosidades que se pueden regar por canales de agua; huertos, repito, llenos de casas y de torres, habitadas durante el verano que viéndolos en conjunto y desde lejos los creerías una populosa y fantástica ciudad. Principalmente hacia el noroeste, en una legua larga, o más, contemplamos estos huertos, y no hay nada más admirable. Los sarracenos gustan mucho de los huertos, y son tan ingeniosos en plantarlos y regarlos que no hay nada mejor. Es además un pueblo que se contenta con poco y vive en su mayor parte de los frutos que de ellos saca, y que no les faltan durante todo el año.»(cfr. H. Münzer: Viaje por España y Portugal 1494-1495, Edic. Polifemo, Madrid, 1991).
Ya anteriormente, el infatigable viajero musulmán tangerino Ibn Battuta (1304-1377) había apuntado en su Rihla (en árabe “relato de viaje”): «Después continué la marcha hasta Granada, capital del país de al-Ándalus, novia de sus ciudades. Sus alrededores no tienen igual entre las comarcas de la tierra toda, abarcando una extensión de cuarenta millas, cruzada por el famoso río Genil y por otros muchos cauces más. Huertos, jardines, pastos, quintas y viñas abrazan a la ciudad por todas partes» (Ibn Battuta: A través del Islam, Alianza, Madrid, 1988, pág. 763).
El gran humanista italiano Pietro Martire d’Anghiera (1459-1524), cronista de Fernando e Isabel, cuando visitó Granada en el primer cuarto del siglo XVI escribía en una de sus epístolas: «A todas las ciudades que el sol alumbra, es, en mi sentir, preferible Granada.(…) Las cercanas montañas se extienden en torno en gallardas colinas y suaves eminencias, cubiertas de olorosos arbustos, de bosquecillos de arrayán y de viñedos. Todo el país, en suma, por su gala y lozanía, y por su abundancia de aguas, semeja los Campos Elíseos. Yo mismo he probado cuánto estos arroyos cristalinos, que corren entre frondosos olivares y fértiles huertas, refrigeran el espíritu cansado y engendran nuevo aliento de vida» (cfr. Opus epistolar. Petri Martyris, ed. Amsterdam 1670, pág. 64, trad. cast. de
Juan Valera, en Adolf Friedrich von Schack: Poesía y arte de los árabes en España y Sicilia, Hiperión, Madrid, 1988, XVII, pág. 378).
El escritor y diplomático Andrea Navagero (Venecia 1483-Blois 1529), cronista oficial de la república veneciana, embajador cerca de Carlos V y enviado más adelante a la corte de Francisco I de Francia, en sus observaciones durante el viaje a España (1524), se advierte la gran afición que sentía por la naturaleza, huertas y vegas, ya que en su patria, Venecia, cultivó huertos en su predio de Murano. Pero veamos la sorpresa que encontró en Granada, último reducto de al-Ándalus (citado en Cherif Abderrahman Jah y Margarita López Gómez: El enigma del agua en al-Ándalus, Lunwerg Editores, Barcelona, 1994, pág. 206): «Toda aquella parte que está más allá de Granada es bellísima, llena de alquerías y jardines con sus fuentes y huertos y bosques, y en algunas las fuentes son grandes y hermosas; y aunque éstos sobrepujan en hermosura a lso demás, no se diferencian mucho de los otros alrededores de Granada; así los collados como el valle que llaman la Vega, todo es bello, todo apacible a maravilla y tan abundante de agua que no puede serlo más, y lleno de árboles frutales, ciruelas de todas clases, melocotones, higos (…) albérchigos, albaricoques guindos y otros, que apenas dejan ver el cielo con sus frondosas ramas… Por todas partes se ven en los alrededores de Granada, así en las colinas como en el llano, tantas casas de moriscos, aunque muchas están ocultas entre los árboles de los jardines, que juntas formarían otra ciudad tan grande como Granada; verdad es que son pequeñas, pero todas tienen agua y rosas, mosquetas y arrayanes, y son muy apacibles, mostrando que la tierra era más bella que ahora, cuando estaba en poder de los moros; al presente se ven muchas casas arruinadas y jardines abandonados, porque los moriscos más bien disminuyen que aumentan, y ellos son los que tienen las tierras labradas y llenas de tanta variedad árboles; los españoles, lo mismo aquí que en el resto de España, no son muy industriosos y ni cultivan ni siembran de buena voluntad la tierra, sino que van de mejor gana a la guerra o a las Indias para hacer fortuna por este camino más que por cualquier otro.» (cfr. A. Navagero: Viaje por España 1524-1526, trad. cast. A.M. Fabré, edic. Turner, Madrid, 1983).